Jueces, 2

Liturgia penitencial (1 Sm 12)

2 1El ángel del Señor subió de Guilgal a Betel y dijo:

–Yo los saqué de Egipto y los traje al país que prometí con juramento a sus padres: Jamás quebrantaré mi alianza con ustedes, 2 a condición de que ustedes no hagan pactos con la gente de este país y de que destruyan sus altares. Pero no me han obedecido. ¿Qué es lo que han hecho? 3Por eso les digo: No expulsaré a esos pueblos delante de ustedes, ellos serán sus enemigos, sus dioses serán una trampa para ustedes.

4Cuando el ángel del Señor terminó de hablar contra los israelitas, el pueblo se puso a llorar a gritos 5–por eso llamaron a aquel sitio Boquim–. Luego ofrecieron sacrificios al Señor.

6Josué despidió al pueblo y los israelitas marcharon cada cual a tomar posesión de su territorio.

7Los israelitas sirvieron al Señor mientras vivió Josué y los ancianos que le sobrevivieron y que habían visto las hazañas del Señor a favor de Israel. 8Pero murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años, 9y lo enterraron en el territorio de su heredad, en Timná Séraj, en la serranía de Efraín, al norte del monte Gaas. 10Toda aquella generación fue también a reunirse con sus padres, y le siguió otra generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel.

Gran Introducción

11Los israelitas hicieron lo que el Señor reprueba: dieron culto a los ídolos, 12abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y se fueron detrás de otros dioses, dioses de las naciones vecinas, y los adoraron, irritando al Señor. 13Abandonaron al Señor y dieron culto a Baal y a Astarté.

14El Señor se encolerizó contra Israel: los entregó a bandas de saqueadores, que los saqueaban; los vendió a los enemigos de alrededor, y los israelitas no podían resistirles. 15En todo lo que emprendían, la mano del Señor se les ponía en contra, exactamente como él les había dicho y jurado, llegando así a una situación desesperada.

16Entonces el Señor hacía surgir jueces, que los libraban de las bandas de salteadores; 17pero ni a los jueces hacían caso, sino que se prostituían con otros dioses, dándoles culto, desviándose muy pronto de la senda por donde habían caminado sus padres, obedientes al Señor. No hacían como ellos.

18Cuando el Señor hacía surgir jueces, el Señor estaba con el juez, y mientras vivía el juez, los salvaba de sus enemigos, porque le daba lástima oírlos gemir bajo la tiranía de sus opresores. 19Pero en cuanto moría el juez, recaían y se portaban peor que sus padres, yendo tras otros dioses, rindiéndoles adoración; no se apartaban de sus maldades ni de su conducta obstinada.

20El Señor se encolerizó contra Israel y dijo:

–Ya que este pueblo ha violado mi alianza, la que yo estipulé con sus padres, y no han querido obedecerme, 21tampoco yo seguiré quitándoles de delante a ninguna de las naciones que Josué dejó al morir; 22pondré a prueba con ellas a Israel, a ver si siguen o no el camino del Señor, a ver si caminan por él como sus padres.

23Por eso dejó el Señor aquellas naciones, sin expulsarlas en seguida, y no se las entregó a Josué.

Notas:

2,1-10 Liturgia penitencial. El Dios del éxodo envía a su «mensajero» para denunciar la iniquidad del pueblo de Israel. El ángel del Señor reafirma la promesa del Señor. ¡Dios nos ha fallado! Los israelitas no han aprendido de sus errores y han hecho pactos con otros dioses. Una vez que el pueblo escucha la sentencia del mensajero de Dios, no le queda más que llorar y lamentarse –aunque este dolor será momentáneo–. El episodio nos describe a todo el pueblo reunido como al inicio del libro, pero ahora por diferente motivo. En esta ocasión, el pueblo de Israel no está reunido para pedir consejo a Dios (1,1); sino, congregado para escuchar su sentencia. Israel se adhiere a otros dioses, le vienen las calamidades y entonces grita e implora la presencia del Señor, que como siempre, responde a favor de su pueblo. 2,11–3,6 Gran Introducción. El libro de los jueces refleja de una manera viva y dramática la experiencia del ser humano de todos los tiempos. Rechazamos libremente al Dios de la Vida: nos va mal, nos quejamos y a veces culpamos a Dios de nuestras tragedias. ¿Cómo nos relacionamos con Dios después que nos hemos apartado de su presencia?, ¿lloramos?, ¿nos lamentamos?, ¿reconocemos que hemos hecho mal y le pedimos perdón? En unos versículos anteriores (2,14s) el autor nos muestra a un Dios encolerizado contra su pueblo. Este enojo no es ilógico –por extraño que nos parezca–. Los sentimientos viscerales que se atribuyen a Dios tienen la finalidad de educar y reformar al pueblo infiel, para que vuelva al camino de la Alianza. No hay en toda la Biblia ninguna otra cosa que cause a Dios tanto enojo como la idolatría y el descuido por las personas pobres. Cuando el pueblo comete estos pecados, Dios actúa enérgicamente. Sin embargo, la cólera que Dios experimenta no dura eternamente; es momentánea (Sal 30,5). Por tal motivo, vemos a Dios que cambia y pasa del enojo a la compasión. Una de las certezas que podemos aprender de nuestra experiencia de Dios es que cuando el pobre es explotado u oprimido por cualquier sistema de muerte, Dios actúa drásticamente. Dios nunca se queda indiferente ante la opresión de su pueblo, aun cuando la comunidad sea responsable de su propia tiranía. Dios puede transformar su enojo en comprensión y misericordia a favor de las personas marginadas que claman justicia.