2 Reyes, 9

Jehú de Israel (841-813)

9 1El profeta Eliseo llamó a uno de la comunidad de profetas y le ordenó:

–Átate el cinturón, toma en la mano esta aceitera y vete a Ramot de Galaad. 2Cuando llegues, busca a Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí; entras, lo haces salir de entre sus camaradas y lo llevas a una habitación aparte. 3Toma la aceitera y derrámasela sobre la cabeza, diciendo: Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel. Luego abres la puerta y escapas sin detenerte.

4El joven profeta marchó a Ramot de Galaad. 5Al llegar, encontró a los oficiales del ejército reunidos, y dijo:

–Te traigo un mensaje, mi general.

Jehú preguntó:

–¿Para quién de nosotros?

Respondió:

–Para ti, mi general.

6Jehú se levantó y entró en la casa. El profeta le derramó el aceite sobre la cabeza y le dijo:

–Así dice el Señor, Dios de Israel: Te unjo rey de Israel, el pueblo del Señor. 7Derrotarás a la dinastía de Ajab, tu señor; en Jezabel vengaré la sangre de mis siervos, los profetas, la sangre de los siervos del Señor; 8perecerá toda la casa de Ajab; extirparé de Israel a todos los hombres de Ajab: a todo varón, esclavo o libre. 9Trataré a la casa de Ajab como a la de Jeroboán, hijo de Nabat, y como a la de Basá, hijo de Ajías. 10Y a Jezabel la comerán los perros en el campo de Yezrael, y nadie le dará sepultura.

Luego abrió la puerta y escapó.

11Jehú salió a reunirse con los oficiales de su señor. Le preguntaron:

–¿Buenas noticias? ¿A qué ha venido a verte ese loco?

Les respondió:

–Ya conocen a ese hombre y lo que anda hablando entre dientes.

12Le dijeron:

–¡Cuentos! Explícate.

Jehú entonces les dijo:

–Me ha dicho a la letra: Así dice el Señor: Te unjo rey de Israel.

13Inmediatamente tomó cada uno su manto y lo echó a los pies de Jehú sobre los escalones. Tocaron la trompeta y aclamaron:

–¡Jehú es rey!

14Entonces Jehú, hijo de Josafat, hijo de Nimsí, organizó una conspiración contra Jorán de esta manera: Jorán estaba con todo el ejército israelita, defendiendo Ramot de Galaad contra Jazael, rey de Siria, 15pero se había vuelto a Yezrael para sanarse las heridas recibidas de los sirios en la guerra contra Jazael de Siria. Jehú dijo:

–Si les parece bien, que no salga nadie de la ciudad a llevar la noticia a Yezrael.

16Montó y marchó a Yezrael, donde estaba Jorán en cama. Ocozías de Judá había ido a hacerle una visita. 17El vigía, que estaba de pie sobre la torre de Yezrael, vio al grupo de Jehú, que se acercaba, y dijo:

–Veo un tropel de gente.

Jorán ordenó:

–Busca un jinete y mándalo al encuentro a preguntarles si traen buenas noticias.

18El jinete salió a su encuentro, y dijo:

–El rey pregunta si traen buenas noticias.

Jehú contestó:

–¿Qué te importan las buenas noticias? ¡Ponte ahí detrás!

El centinela anunció:

–El mensajero ha llegado hasta ellos pero no vuelve.

19El rey mandó entonces otro jinete, que al llegar a ellos dijo:

–El rey pregunta si traen buenas noticias.

Jehú contestó:

–¿Qué te importan las buenas noticias? ¡Ponte ahí detrás!

20El centinela anunció:

–Ha llegado hasta ellos pero no vuelve. Y la forma de guiar es la de Jehú, hijo de Nimsí, porque guía a lo loco.

21Jorán ordenó:

–¡Enganchen mi carro!

Engancharon el carro, y Jorán de Israel y Ocozías de Judá salieron, cada uno en su carro, al encuentro de Jehú. Lo alcanzaron junto a la heredad de Nabot, el de Yezrael, 22y Jorán, al verlo, preguntó:

–¿Buenas noticias, Jehú?

Jehú respondió:

–¿Cómo va a haber buenas noticias mientras Jezabel, tu madre, siga con sus ídolos y brujerías?

23Jorán volvió las riendas para escapar, diciendo a Ocozías:

–¡Traición, Ocozías!

24Pero Jehú ya había tensado el arco, e hirió a Jorán por la espalda. La flecha le atravesó el corazón, y Jorán se dobló sobre el carro. 25Jehú ordenó a su escudero, Bidcar:

–Agárralo y tíralo a la heredad de Nabot, el de Yezrael; porque recuerda que cuando tú y yo cabalgábamos juntos siguiendo a su padre, Ajab, el Señor pronunció contra él este oráculo: 26Ayer vi la sangre de Nabot y de sus hijos, oráculo del Señor. Juro que en la misma heredad te daré tu merecido, oráculo del Señor. Así que agárralo y tíralo a la heredad de Nabot, como dijo el Señor.

27Al ver esto, Ocozías de Judá huyó por el camino de Bet-Gan. Pero Jehú lo persiguió, diciendo:

–¡También a él!

Lo hirieron en su carro, por la cuesta de Gur, cerca de Yiblán. Pero logró huir a Meguido, y allí murió. 28Sus siervos lo llevaron en un carro a Jerusalén, y lo enterraron en la sepultura familiar, en la Ciudad de David; 29había subido al trono de Judá el año once de Jorán, hijo de Ajab.

30Jehú llegó a Yezrael. Jezabel, que se había enterado, se sombreó los ojos, se arregló el pelo y se asomó al balcón. 31Y cuando Jehú entraba por la puerta, Jezabel le dijo:

–¿Qué tal, Zimrí, asesino de su señor?

32Jehú levantó la vista al balcón y preguntó:

–¿Quién se pone de mi parte? ¿Quién?

Se asomaron dos o tres eunucos, 33y Jehú ordenó:

–¡Tírenla abajo!

La tiraron; su sangre salpicó la pared y a los caballos, que la pisotearon. 34Jehú entró, comió y bebió, y luego dijo:

–Háganse cargo de esa maldita y entiérrenla, que al fin y al cabo es hija de rey.

35Pero cuando fueron a enterrarla, sólo encontraron la calavera, los pies y las manos. 36Volvieron a informarle, y Jehú comentó:

–Se cumple la palabra que dijo Dios a su servidor Elías, el tesbita: En el campo de Yezrael comerán los perros la carne de Jezabel; 37su cadáver será como estiércol en el campo, y nadie podrá decir: ésa es Jezabel.

Notas:

9,1-37 Jehú de Israel. Hasta ahora, las intervenciones de Eliseo habían sido relativamente pacíficas; en esta oportunidad, cualquiera se sorprende ante el trauma político que desencadenará esta nueva intervención suya. Envía noticias mediante un mensajero a Jehú, general del ejército de Jorán, para que se autoproclame rey, con lo que ello implica: el exterminio de toda la casa de Ajab, comenzando por el rey y su propia madre, Jezabel. El trasfondo histórico es el derramamiento de sangre y los abusos del rey y de la reina madre; la justificación teológica se encuentra en el versículo 22: Jezabel es responsable de la presencia de ídolos y de las prácticas de brujería en Israel, algo que fue rechazado de raíz desde los comienzos del profetismo en Israel. Según el narrador, sobre el fin del rey Jorán y de su madre pesaban ya sendos oráculos del Señor, aunque de hecho no aparecen en el texto bíblico. El mismo día muere también Ocozías, herido por Jehú mientras huía a Jerusalén. Recordemos que Ocozías había ido a combatir contra Siria y que en el momento de la revuelta encabezada por Jehú se encontraba visitando a Jorán, herido a su vez en el campo de batalla. El narrador no cuestiona la decisión de Eliseo de propiciar el levantamiento de Jehú ni los excesos del general golpista. Al parecer, todo queda justificado por los abusos y malos manejos de la dinastía de Ajab, muy especialmente la contaminación de la religión yahvista con el culto a dioses extranjeros. Viene, entonces, la pregunta obligada, ¿el fin justifica los medios? ¿Es lícito llegar a estos extremos en nombre de la religión? Evidentemente, no. Bajo ningún pretexto, ni en nombre de Dios, ni en defensa de ninguna ideología, es lícito este tipo de soluciones. Obviamente, nuestros criterios actuales distan mucho de los criterios con que actuaba cada generación bíblica; pero precisamente por ello, porque hoy tenemos que actuar con otros criterios, estamos obligados a no tolerar tales medidas, que no dejan de ser una tentación latente en nuestra sociedad moderna. El mal no se erradica exterminando a los malvados.