1 Corintios, 5
El incestuoso (Dt 27,20; Lv 18,8; 20,11)
5 1Hemos oído decir que entre ustedes hay un caso de inmoralidad que no se da ni entre los paganos: uno convive con la mujer de su padre.
2Y mientras tanto ustedes se sienten orgullosos, en vez de estar de duelo, para que el que cometió esa acción sea expulsado de la comunidad.
3Yo, por mi parte, aunque estoy ausente corporalmente, pero presente en espíritu, ya tengo sentenciado, como si estuviera presente, al que comete tal delito: 4reunidos en nombre de nuestro Señor Jesús ustedes con mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús, 5entreguen a ese individuo a Satanás para mortificar su sensualidad, de modo que el espíritu se salve el día del Señor Jesús.
6El orgullo de ustedes no es razonable. ¿No saben que con un poco de levadura fermenta toda la masa? 7Despójense de la levadura vieja para ser una masa nueva, porque ustedes mismos son los panes sin levadura, ya que nuestra víctima pascual, Cristo, ha sido inmolado. 8Por consiguiente, celebremos la Pascua no con vieja levadura, levadura de maldad y perversidad, sino con los panes sin levadura de la sinceridad y la verdad.
9Ya les escribí en mi otra carta que no se juntaran con gente inmoral.
10No me refería en general a gente inmoral de este mundo, a los avaros, explotadores e idólatras. De ser así, ustedes tendrían que haber salido del mundo.
11Concretamente les escribí que no se juntaran con aquellos que haciéndose llamar hermanos son inmorales, avaros, explotadores, idólatras, difamadores o borrachos. Con ellos, ¡ni coman!
12Acaso, ¿me toca a mí juzgar a los de fuera? Juzguen ustedes a los que están dentro. 13A los de fuera los juzgará Dios. Expulsen al malvado de entre ustedes.
Notas:
5,1-13 El incestuoso. En clara oposición a la conducta autosuficiente de los corintios, Pablo va a denunciar un caso de incesto, una vergüenza que precipita la fermentación del mal en la comunidad entera como la levadura en la masa. El Apóstol propone una reunión de la comunidad en el nombre del Señor Jesús, para decidir qué hacer con el incestuoso. Aunque ausente corporalmente, el Apóstol declara ya su voto: que «entreguen ese individuo a Satanás» (5).
La expresión nos puede parecer excesivamente dura. Probablemente se trata de un modo de hablar de excomunión. De todas formas, el castigo es medicinal y caritativo: para que «se salve el día del Señor Jesús» (5). Otro caso de excomunión se encuentra en la correspondencia de Pablo con la misma comunidad de Corinto (cfr. 2 Cor 2,5-11). El castigo surte efecto y Pablo mismo recomienda que el hermano sea readmitido en la comunidad.
El Apóstol aprovecha el caso para recordarles lo que ya les había escrito en una carta anterior que no se ha conservado, donde puntualiza las normas de comportamiento y trato con los gentiles.
El contexto socio-cultural de Corinto, una de las ciudades más corrompidas del imperio romano, planteaba a aquellos cristianos un serio problema de convivencia con los de fuera de la comunidad. Pablo hace una distinción. Con los inmorales, explotadores, avaros e idólatras «no cristianos», les dice que se comporten con normal convivencia. El cristianismo no es una secta. Sin embargo, con los corrompidos, explotadores y avaros «de dentro» –Pablo viene a decir que sólo son cristianos de nombre–, el Apóstol es taxativo y duro: «Con ellos, ¡ni coman!» (11).
¿Medida extrema de protección para una comunidad que vivía continuamente expuesta a la decadencia y corrupción ambiental?
Aunque expresado en forma negativa, Pablo está refiriéndose al sentido de identidad que debe tener una comunidad de creyentes, a los lazos de unión, de corrección fraterna, de mutua solidaridad y de radicalidad en el seguimiento de Jesús que, al mismo tiempo que protege a sus miembros, les capacita para ofrecer a los de afuera su testimonio cristiano.
Un cristiano o cristiana sin un sentido fuerte de pertenencia a la comunidad es casi imposible que se mantenga como tal en el tipo de sociedad en que vivimos. Esto es lo que viene a decir Pablo a los creyentes de hoy. La descristianización reciente de muchas zonas del mapa tradicional cristiano ha comenzado justamente con la pérdida de identidad comunitaria.
6,1-11 Pleitos entre cristianos. Es justamente la baja calidad de la vida comunitaria de los corintios lo que ataca Pablo en este caso. No existe el diálogo ni la caridad. A los «bandos» de que ha hablado antes se añade ahora la desgracia de los pleitos, con el agravante de que los asuntos de familia se exponen y someten ahora a los de fuera.
El Apóstol propone un mandato y un consejo. El mandato es resolver los pleitos dentro de la comunidad, sometiéndolos a árbitros cualificados, capaces de juzgar con sentido y justicia cristiana. Hay que lavar los trapos sucios dentro de casa, viene a decir. El consejo parece más fuerte aún que el mandato. Pablo pide a los demandantes cristianos ante los tribunales civiles ceder los propios derechos por el bien de la paz, que es el triunfo de la caridad sobre la legalidad. Este consejo actualiza el de Jesús en el sermón del monte (cfr. Mt 5,38-40). Es más, Pablo cuestiona el derecho que tienen a sentirse ofendidos por algún robo o delito contra la propiedad, que es lo que parece que estaba en litigio. Los demandantes son probablemente los ricos de la comunidad, los únicos con la capacidad económica y legal de pleitear ante los tribunales del Imperio. Al fin y al cabo, viene a decirles Pablo, ¿no son sus riquezas fruto del despojo a hermanos suyos? Termina este asunto de los pleitos con una llamada de atención a los ricos y poderosos para que se rijan por la justicia del Evangelio: «¿no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios?» (9).
A continuación, Pablo completa la serie de conductas negativas que ya había iniciado en 5,11, aludiendo a los fornicadores, idólatras, adúlteros, etc. Ellos tampoco heredarán el reino de Dios. El motivo lo deja para el final, donde con tres términos de gran contenido teológico describe el milagro acontecido en los creyentes de Corinto. Si antes incurrieron en esos vicios, ahora, por el bautismo en el nombre de Jesús «han sido purificados, consagrados y absueltos por la invocación del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (11). Estos tres términos aluden a la trasformación existencial ocurrida en el bautismo que debe dar a luz a una persona nueva y santa.