2 Corintios, 3

Los corintios, carta de recomendación de Pablo

3 1¿Empezamos otra vez a recomendarnos? ¿Acaso necesitamos cartas de recomendación de ustedes o para ustedes? 2Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, reconocida y leída por todo el mundo. 3Nadie puede negar que ustedes son una carta de Cristo, que él redactó por intermedio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en corazones de carne.

El ministerio de la nueva alianza (Éx 33,7-11; 34,29-35)

4Esta confianza en Dios la tenemos gracias a Cristo. 5No es que seamos capaces de atribuirnos algo como nuestro, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios. 6Él nos capacitó para administrar una alianza nueva: que no se apoya en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida.

7Pero si el ministerio que lleva a la muerte, con sus letras grabadas en piedra, se realizó con gloria, hasta el punto de que los israelitas no podían fijar la mirada en el rostro de Moisés, por el resplandor transitorio de su rostro, 8¿cómo no va a ser más glorioso el ministerio del Espíritu?

9Porque si el ministerio de la condena era glorioso, ¿cuánto más lo será el ministerio que conduce a la justicia? 10Más aún, lo que entonces resplandecía, ya no resplandece, opacado por un esplendor incomparable. 11Si lo transitorio fue glorioso, ¿cuánto más glorioso será lo permanente?

12Animados con esa esperanza nos comportamos con toda franqueza. 13No como Moisés, que se cubría el rostro con un velo, para que los israelitas no vieran el fin de un esplendor pasajero. 14Con todo, se les oscureció su inteligencia y hasta hoy, cuando leen el Antiguo Testamento, aquel velo permanece, y no se descubre, porque sólo con Cristo desaparece. 15Hasta el día de hoy, cuando leen a Moisés, un velo les cubre la mente. 16Pero: al que se convierte al Señor, se le cae el velo. 17Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad. 18Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor.

Notas:

3,1-3 Los corintios, carta de recomendación de Pablo. Toda la siguiente reflexión tiene un sabor polémico. Al parecer, algunos predicadores se presentaban en Corinto con cartas de recomendación –quizás de las autoridades de Jerusalén o de Antioquía–, cosa corriente tanto en la vida ciudadana como en la cristiana (cfr. Hch 18,27; Rom 16,1s; 1 Cor 4,10). Es probable que los opositores del Apóstol exhibieran estos documentos como garantía de legitimidad y tapadera de sus charlatanerías.

Pablo pregunta retóricamente a los corintios si él tiene necesidad de recomendaciones. Responde con una imagen bellísima y audaz: ellos mismos, los corintios, son su carta de recomendación de Cristo. Combinando y oponiendo dos citas del Antiguo Testamento, el «decálogo» grabado en losas de piedra (cfr. Éx 24,12) y la ley impresa en el corazón (cfr. Jr 31,33; Ez 11,19), afirma que Cristo mismo es el autor de esa carta viva, «escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en corazones de carne» (3), y que él, Pablo, es el amanuense. Esta carta, escrita en el Espíritu, es la Nueva Alianza de la que el Apóstol afirma que es ministro, no por méritos propios, sino por el poder que Cristo le confirió.

3,4-18 El ministerio de la nueva alianza. Basándose en esta imagen tan sugerente, Pablo propone una reflexión sobre su ministerio apostólico comparado con el de Moisés. Toma las tradiciones –o leyendas– de Éx 33,7-11 y 34,29-35 y, jugando con los símbolos allí narrados –letra, tinta, ley escrita, piedras, mediación de Moisés, gloria, velo–, teje la contraposición entre ambos ministerios en términos audaces y extremos. Pablo no hace una interpretación literal del Antiguo Testamento, sino que se lanza a una reflexión original y libre que en la tradición judía era conocida como estilo «midrásico».

El contexto de estas reflexiones sigue siendo polémico. Aparentemente Pablo dirige toda su virulencia no contra la Ley de Moisés en cuanto tal, sino contra la predicación de aquellos falsos apóstoles, algunos de ellos probablemente judeo-cristianos, que no se habían desprendido aún de la mentalidad de la «ley antigua» –en realidad manipulaban a Moisés– y del prestigio y la «gloria» con que revestían su actividad misionera. En otras palabras, no habían comprendido la «novedad del Evangelio», y por tanto negociaban con la Palabra, la distorsionaban y callaban su mensaje.

El ministerio del Apóstol es tan absolutamente nuevo y todo lo demás tan relativo, que no duda en llamar a todo lo anterior –el ministerio de Moisés y, sobre todo, el de los supuestos misioneros que pretenden imitar a Moisés– «ministerio que lleva a la muerte» (7). El contraste tiene su fuerza al resaltar con la comparación «vida-muerte» la irrupción de la «vida» del Espíritu en el corazón de los corintios que está creando una nueva comunidad a la que el Apóstol no duda en llamar «alianza nueva» (cfr. Jr 31,31-34; Lc 22,20). A lo largo de todo su alegato, el Apóstol describe esta Nueva Alianza en oposición absoluta con la anterior. Es una Alianza de Espíritu, no de pura letra; da vida, mientras que la letra mata. Su ministerio es de absolución, no de condena; permanente, no transitorio; de resplandor incomparable frente a lo ya opaco; de transparencia y franqueza frente al ocultamiento.

Pablo vuelve de nuevo a la polémica hablando del «velo», pero no ya del de Moisés, sino del que se ponen sus adversarios ante los ojos y que les impide comprender lo que leen –véase el final de Hch 28,27–, es decir, que todas las Escrituras están llenas de la presencia del Señor que ahora se ha manifestado. Pablo no pierde, sin embargo, la esperanza. Cuando se conviertan, «vuelvan» al Señor, se removerá el velo, comprenderán las Escrituras y alcanzarán la libertad (Rom 9–11), pues «donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad» (17). El Apóstol alude al final a la gran transformación que la resurrección de Jesús, a través de su Espíritu, va operando en la comunidad de creyentes, que no es otra que la progresiva semejanza a Cristo mismo.