Éxodo, 19
Oferta de la Alianza (24; Dt 29; Jos 24)
19 1Aquel día, al cumplir tres meses de salir de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí;
2saliendo de Rafidín llegaron al desierto de Sinaí y acamparon allí, frente al monte. 3Moisés subió hacia el monte de Dios y el Señor lo llamó desde el monte, y le dijo:
4–Habla así a la casa de Jacob, diles a los hijos de Israel: Ustedes han visto lo que hice a los egipcios, y cómo a ustedes los llevé en alas de águila y los traje a mí; 5por tanto, si quieren obedecerme y guardar mi alianza, serán mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece.
6Ustedes serán para mí un pueblo sagrado, un reino sacerdotal. Esto es lo que has de decir a los israelitas.
7Moisés volvió, convocó a las autoridades del pueblo y les expuso todo lo que le había mandado el Señor.
8Todo el pueblo a una respondió:
–Haremos cuanto dice el Señor.
9Moisés comunicó al Señor la respuesta, y el Señor le dijo:
–Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar lo que hablo contigo y te crea en adelante.
Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho.
Teofanía (Dt 4,11s; Miq 1,4; Sal 50,1-3)
10Y el Señor dijo a Moisés:
–Vuelve a tu pueblo, purifícalos hoy y mañana, que se laven la ropa, 11y estén preparados para pasado mañana, porque pasado mañana bajará el Señor al monte Sinaí, a la vista del pueblo. 12Traza un límite alrededor del monte y avisa al pueblo que se guarde de subir al monte o acercarse a la falda; el que se acerque al monte será condenado a muerte. 13Lo matarán, sin tocarlo, a pedradas o con flechas, sea hombre o animal; no quedará con vida. Sólo cuando suene el cuerno podrán subir al monte.
14Moisés bajó del monte adonde estaba el pueblo, lo purificó y le hizo lavarse la ropa. 15Después les dijo:
–Estén preparados para pasado mañana, y no toquen a sus mujeres.
16Al tercer día por la mañana hubo truenos y relámpagos y una nube espesa se posó sobre el monte, mientras el toque de la trompeta crecía en intensidad, y el pueblo se puso a temblar en el campamento. 17Moisés sacó al pueblo del campamento para recibir a Dios, y se quedaron firmes al pie de la montaña. 18El monte Sinaí era todo una humareda, porque el Señor bajó a él con fuego; se alzaba el humo como de un horno, y toda la montaña temblaba. 19El toque de la trompeta iba creciendo en intensidad mientras Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. 20El Señor bajó a la cumbre del monte Sinaí, y llamó a Moisés a la cumbre. Cuando éste subió, 21el Señor le dijo:
–Baja al pueblo y mándales que no traspasen los límites para ver al Señor, porque morirían muchísimos. 22Y a los sacerdotes que se han de acercar al Señor purifícalos, para que el Señor no arremeta contra ellos.
23Moisés contestó al Señor:
–El pueblo no puede subir al monte Sinaí, porque tú mismo nos has mandado trazar un círculo que marque la montaña sagrada.
24El Señor insistió:
–Anda, baja y después sube con Aarón; que el pueblo y los sacerdotes no traspasen el límite para subir adonde está el Señor, no sea que él les quite la vida.
25Entonces Moisés bajó al pueblo y se lo dijo.
Notas:
19,1-9 Oferta de la Alianza. El hilo narrativo de las experiencias del pueblo en el desierto nos ha ido indicando las etapas de su recorrido. En cada una de ellas se ha puesto de manifiesto la insatisfacción y la rebeldía de los liberados de Egipto –cfr.15,22-24; 16,3 y 17,1-3–.
Es como si llegaran a un destino previamente concebido, el Sinaí, el Monte de Dios. La novedad de este arribo es la oferta definitiva de ser pueblo del único Dios, que a su vez será consagrado como un «reino sacerdotal» (6). La oferta divina abre al conglomerado de esclavos errantes por el desierto la posibilidad de convertirse en pueblo; de hecho, es el Sinaí con toda la tradición bíblica que arrastra el origen fundacional propiamente dicho de Israel como pueblo. Los israelitas tienen que considerar primero con qué clase de Dios se van a comprometer; no se trata de una divinidad común y corriente como tantas otras lugareñas, caprichosas, volubles y asociadas con los poderosos. Israel no debe olvidar que el Dios que gratuitamente se les ofrece para insertarse en su vida y en su camino es el mismo que actuó contra los egipcios –de nuevo Egipto, como símbolo de poder y opresión máxima– (4). Con todo, el pueblo no está obligado a seguir a este Dios, debe elegir «si quieren obedecerme...» (5). El desierto retoma su sentido simbólico de conciencia, de lugar donde el pueblo considera si le conviene o no obedecer a ese Dios de vida, justicia y misericordia, que se ha ido revelando en su caminar. La respuesta del pueblo es: «haremos cuanto dice el Señor» (8).
19,10-25 Teofanía. Como en muchos otros pasajes del Pentateuco, también aquí se corre el riesgo de perderse en la lectura, ya que aparentemente hay contradicciones e ideas repetidas. No olvidemos que momentos tan importantes para la vida de Israel como la salida de Egipto, sus marchas por el desierto, y especialmente el encuentro con Dios en el Sinaí junto con la formulación de la Alianza y el decálogo, fueron transmitidos oralmente; más tarde se recogieron las diversas tradiciones y sus respectivas reinterpretaciones y se pusieron por escrito. Los redactores finales del Pentateuco también tenían sus propias intencionalidades pastorales e inquietudes teológicas muy definidas. Pero no quisieron desechar ningún material existente y lo combinaron en un solo relato, aparentemente uniforme.
Lo realmente importante es percibir la atmósfera que se va creando para lo que viene a continuación: el decálogo y la Alianza. El ambiente es casi litúrgico; se respira un aire de trascendencia y de solemnidad extremas. La purificación (10s); la exclusividad del lugar (12); los truenos, los relámpagos y la nube espesa (16); el humo, el fuego (18) y el toque de una trompeta (19) sirven para resaltar la absoluta trascendencia del Dios que está pactando con Israel. Es una manera de no confundirlo con ningún otro dios. El pueblo no resiste el encuentro directo con Él, necesita de un mediador, y ese mediador es Moisés, elegido por Dios y por el pueblo (20,19). Con esta figura, los autores bíblicos pretendían transmitir al creyente seguridad y confianza en los momentos más críticos de la historia del pueblo, especialmente cuando su vida estuvo amenazada, cuando algún tirano poderoso, secundado por sus divinidades, pretendía suplantar al Señor.