1 Corintios, 8

Víctimas sacrificadas a los ídolos (Rom 14)

8 1En cuanto a la carne inmolada a los ídolos, todos tenemos el conocimiento debido, ya lo sabemos, pero el conocimiento llena de orgullo mientras que el amor edifica. 2Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. 3En cambio, si uno ama a Dios, es conocido por Dios.

4En cuanto a comer carne sacrificada a los ídolos, sabemos que no existen los ídolos del mundo, y que no hay más que un solo Dios. 5Aunque existiesen en el cielo o en la tierra los llamados dioses, y hay muchos dioses y señores de ésos, 6para nosotros existe un solo Dios, el Padre, que es principio de todo y fin nuestro, y existe un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y también nosotros.

7Pero no todos poseen este conocimiento. Algunos, acostumbrados a la idolatría, comen la carne como realmente sacrificada a los ídolos, y su conciencia débil se contamina. 8No es la comida lo que nos acerca a Dios: nada perdemos si no comemos, nada ganamos si comemos. 9Pero, tengan cuidado no sea que esa libertad se convierta en tropiezo para los débiles. 10Porque si alguien te ve a ti, que sabes cómo se debe obrar, sentado a la mesa en un templo pagano, ¿no se animará su conciencia débil a comer carne sacrificada a los ídolos? 11Y así por tu conocimiento se pierde el débil, un hermano por quien Cristo murió. 12De ese modo, pecando contra los hermanos e hiriendo su conciencia débil, pecan contra Cristo.

13En conclusión, si un alimento escandaliza a mi hermano, no comeré jamás carne, para no escandalizar al hermano.

Notas:

8,1-13 Víctimas sacrificadas a los ídolos. Pablo se refiere a un caso muy concreto de aquella comunidad que vivía en ambiente pagano: comer o no comer carne que había sido sacrificadas a los ídolos. Este problema nos hará sonreír seguramente a los cristianos de hoy. Sin embargo, como nos tiene ya acostumbrados, Pablo se eleva por encima de lo circunstancial del caso concreto y ofrece a los corintios –y a los lectores y lectoras de hoy– una formidable lección de la dimensión de solidaridad que tiene que tener la libertad cristiana.

Se trataba de la carne que sobraba de banquetes cúlticos y que luego se vendía en el mercado. Naturalmente, el cristiano o la cristiana no participaban en el culto a los ídolos. ¿Podía, sin embargo, comprar la carne en el mercado y comerla? He aquí la cuestión.

Había en la comunidad cristianas y cristianos escrupulosos –el Apóstol los llama de «conciencia débil» (7)–, probablemente recién convertidos del paganismo, que consideraban dicha carne como contaminada ya de idolatría y, por tanto, no la comían escandalizándose de que otros lo hicieran. Es a los otros, a los «liberados», a los que se dirige Pablo. Lo hace en dos planos. El del «conocimiento» o conciencia ilustrada y el de la «caridad».

Dice el conocimiento: sólo existe un solo Dios, por tanto las carnes sacrificadas a los ídolos son como otra carne cualquiera y nada hay de malo en comerla. Dice la caridad: no se puede escandalizar al hermano o a la hermana que tiene la conciencia menos formada o escrupulosa. Provocar la caída del hermano es hacer grave ofensa a Cristo (cfr. Rom 14,15-20). No pretende el Apóstol que dejemos al de conciencia débil en su ignorancia. Todo lo contrario. Sin embargo, es el respeto al débil y al ignorante lo que da a nuestra libertad su calidad de libertad cristiana, es decir, una libertad presidida y regulada por la caridad. En definitiva ésta es la verdadera libertad que nos ha traído Jesús.