1 Macabaeos 6

Muerte de Antíoco (2 Mac 9)

6 1El rey Antíoco recorría las provincias del norte cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, 2con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, corazas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia. 3Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, 4salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.

5Entonces llegó a Persia un mensajero con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado. 6Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, 7habían derribado el altar construido sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Bet-Sur, ciudad que pertenecía al rey.

8Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó, de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. 9Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, 10llamó a todos sus grandes y les dijo:

–El sueño ha huido de mis ojos. Me siento abrumado de pena 11y me digo: ¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso! 12Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá sin motivo. 13Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya ven, muero de tristeza en tierra extranjera.

14Llamó a Filipo, un grande del reino, y lo puso al frente de todo el imperio. 15Le dio su corona, su manto real y el anillo, encargándole la educación de su hijo Antíoco y de prepararlo para reinar. 16El rey Antíoco murió allí el año ciento cuarenta y nueve. 17Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey alzó por rey a su hijo Antíoco, criado por él de pequeño, y le dio el sobrenombre de Eupátor.

Antíoco Eupátor

18Mientras tanto, la gente de la fortaleza tenía confinados a los israelitas en torno al templo, y no perdía ocasión de hacerles mal y favorecer a los paganos. 19Judas se propuso acabar con ellos, y congregó a todo el ejército para asediarlos. 20Se concentraron todos y empezaron el asedio el año ciento cincuenta, con catapultas y máquinas de asalto. 21Algunos sitiados rompieron el cerco; se les juntaron algunos renegados de Israel 22que fueron a decirle al rey:

–¿Cuándo piensas hacer justicia y vengar a nuestros hermanos? 23Nosotros nos sometimos a tu padre voluntariamente, procedimos según sus instrucciones y obedecimos sus órdenes a la letra. 24El resultado es que nuestros compatriotas han cercado la fortaleza y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a los nuestros que caían en sus manos y, han confiscado nuestros bienes. 25Y no sólo extienden la mano contra nosotros, sino también contra todos los vecinos de su majestad. 26Ahí los tienes, acampados ahora contra la fortaleza de Jerusalén, intentando conquistarla; han fortificado el santuario y Bet-Sur, 27y si no te adelantas rápidamente, harán cosas mayores todavía, y ya no podrás detenerlos.

28El rey se encolerizó al oír esto. Convocó a todos los grandes del reino, jefes de infantería y de caballería. 29Y como también se le presentaron mercenarios del extranjero y de los países marítimos, 30su ejército contaba cien mil infantes, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes amaestrados para la lucha. 31Atravesando Idumea asediaron Bet-Sur. La lucha se prolongó muchos días; prepararon máquinas de asalto, pero los sitiados hicieron una salida y las incendiaron, luchando valientemente.

32Entonces Judas levantó el cerco de la fortaleza y acampó junto a Bet-Zacarías, frente al campamento del rey. 33De madrugada, el rey hizo avanzar su ejército a toda prisa por el camino de Bet-Zacarías. Las tropas se dispusieron a entrar en acción, y sonó la señal de ataque. 34A los elefantes les habían dado vino de uva y de moras, para excitarlos a la lucha. 35Los repartieron entre los escuadrones, asignando a cada elefante mil hombres protegidos con corazas y cascos de bronce, más quinientos jinetes escogidos: 36donde estaba un elefante, allí estaban ellos; adonde iba, iban ellos, sin separarse de él. 37Cada elefante llevaba encima, sujeta con un arnés, una torre de madera bien protegida. En cada torre iban el guía indio y cuatro guerreros, que disparaban desde allí. 38El resto de la caballería, protegido por las tropas de a pie, iba en las dos alas del ejército, para hostigar al enemigo.

39Cuando el sol relumbró sobre los escudos de oro y bronce, su reflejo en los montes los hizo resplandecer como antorchas. 40Parte del ejército real estaba formado en las cumbres de los montes; otra parte en la ladera. Iban avanzando seguros y en perfecto orden. 41Estremecía oír el fragor de aquella muchedumbre en marcha y el entrechocar de las armas. Realmente era un ejército inmenso y poderoso.

42Judas y sus tropas avanzaron, y en el choque el ejército real tuvo seiscientas bajas. 43Lázaro, apodado Avarán, se fijó en un elefante protegido con armadura real que sobresalía entre los demás elefantes; creyendo que el rey iba allí, 44entregó su vida para salvar a su pueblo y ganarse así renombre inmortal: 45corrió audazmente hacia el elefante, matando a diestra y siniestra por en medio del escuadrón, que se iba abriendo a ambos lados, 46se metió bajo el elefante y le clavó la espada; el elefante se desplomó encima de él, y allí murió.

47Los judíos, al ver la fuerza impetuosa del ejército real retrocedieron. 48Los del ejército real subieron contra ellos hacia Jerusalén; el rey acampó con intención de invadir Judá y el monte Sión, 49hizo un tratado de paz con los de Bet-Sur, que salieron de la ciudad –no tenían ya provisiones para resistir el asedio, porque era año sabático en el país–. 50El rey ocupó Bet-Sur y acantonó allí una guarnición para su defensa. 51Luego puso cerco durante muchos días al templo; instaló ballestas y máquinas de asalto, lanzallamas, catapultas, lanzadardos y hondas. 52Los judíos hicieron también máquinas defensivas, y la lucha se prolongó muchos días. 53Pero cuando se acabaron los víveres en los almacenes, porque era año séptimo, y los que se habían refugiado huyendo a Judá desde el extranjero habían consumido las últimas provisiones, 54se quedaron pocos en el templo; el hambre apretaba, y se dispersaron cada cual por su lado.

55Lisias se enteró de que Filipo, a quien el rey Antíoco había confiado en vida la educación de su hijo Antíoco como sucesor, 56había vuelto de Persia y Media con las tropas de la expedición real y que intentaba hacerse con el poder. 57Rápidamente determinó partir, y dijo al rey, a los generales y a las tropas:

–Cada día somos menos, tenemos pocas provisiones y el lugar que atacamos está fortificado; los asuntos del reino son urgentes. 58Hagamos las paces con esa gente, firmemos un tratado con ellos y toda su nación, 59permitiéndoles vivir según su legislación, como hacían antes. Porque, enfurecidos por haberles abolido su legislación, nos han hecho todo esto.

60El rey y los jefes aprobaron la propuesta; ofrecieron la paz a los judíos, y éstos la aceptaron. 61El rey y los jefes confirmaron el pacto con juramento, y así los judíos salieron de la fortaleza. 62Pero cuando el rey llegó al monte Sión y vio aquellas fortificaciones quebrantó el juramento y mandó derribar la muralla entera. 63Luego partió rápidamente y volvió a Antioquía donde encontró a Filipo que se había apoderado de la ciudad. El rey lo atacó y se la arrebató por la fuerza.

Notas:

6,1-17 Muerte de Antíoco. Antíoco Epífanes, al enterarse que los judíos han vencido sus tropas y han purificado el Templo que él había profanado, cae en un estado crítico de depresión. La descripción de su estado psicológico, hace honor al apodo que le tenían algunos de sus súbditos: «epimanes», que significa loco. Su confesión, aparentemente arrepentido por haber saqueado el Templo (1 Mac 1,54), no obedece a un acto de conversión sino más bien al reconocimiento de su fracaso. Antíoco encarga a Filipo la administración del reino y la custodia de su hijo –en 1 Mac 3,33 la había encomendado a Lisias–. Antíoco muere probablemente en la primavera del año 164 a.C., en Babilonia, ciudad que simboliza tragedia y muerte para Israel (2 Re 24s; Ap 18,8; 16,19; 17,5; 18,2.10.21), y se une a la lista de faraones o emperadores, que desde los tiempos de Egipto, han fracasado en su objetivo de desafiar el amor de Dios por los pobres y oprimidos. 6,18-63 Antíoco Eupátor. La seguidilla de triunfos se interrumpe. Aunque el autor no lo dice explícitamente, el ejército macabeo es derrotado por el nuevo emperador Antíoco Eupátor. Un grupo de israelitas helenizados y traidores claman al emperador de turno con palabras que deberían ser para Dios (22). También la acción heroica de Lázaro Macabeo resulta ser un fracaso al no lograr el objetivo de eliminar al rey. Las contradicciones entre los poderosos –Lisias y Filipo– a causa de la ambición y los celos, permite aliviar la situación de los judíos. A pesar que Lisias derrota militarmente a Judas Macabeo, firma con éste un pacto donde le concede a Israel libertad religiosa, pero no la libertad política, militar y tributaria. Para un autor enamorado de Dios y de la gesta macabea, es comprensible que en este capítulo con sabor a derrota no se mencione en la negociación ni a Dios ni a los macabeos. El principal culpable de la derrota judía no es el rey de turno, sino los israelitas «renegados» que vendieron su conciencia y su libertad, acusando ante el enemigo a sus propios hermanos. Comprar la conciencia de hombres y mujeres en las naciones sometidas sigue siendo una tarea prioritaria de los nuevos imperios. También son muchos los que hoy venden su conciencia, la vida y la dignidad de su pueblo, por obtener privilegios y favorecer sus propios intereses. En este tipo de opciones es lógico que Dios esté ausente.