1 Reyes, 15

Abías de Judá (914-911) (2 Cr 13)

15 1Abías subió al trono de Judá el año dieciocho de Jeroboán, hijo de Nabat. 2Reinó en Jerusalén tres años. Su madre se llamaba Maacá, hija de Absalón. 3Imitó a la letra los pecados que su padre había cometido; su corazón no perteneció por completo al Señor, su Dios, como había pertenecido el corazón de David, su antepasado. 4En consideración a David, el Señor, su Dios, le dejó una lámpara en Jerusalén, dándole descendientes y conservando a Jerusalén. 5Porque David hizo lo que el Señor aprueba, sin desviarse de sus mandamientos durante toda su vida, excepto en el asunto de Urías, el hitita. 6Hubo guerras continuas entre Abías y Jeroboán.

7Para más datos sobre Abías y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Judá.

8Abías murió, y lo enterraron en la Ciudad de David. Su hijo Asá le sucedió en el trono.

Asá de Judá (911-870) (2 Cr 14–16)

9Asá subió al trono de Judá el año veinte del reinado de Jeroboán de Israel. 10Reinó cuarenta y un años en Jerusalén. Su abuela se llamaba Maacá, hija de Absalón. 11Hizo lo que el Señor aprueba, como su antepasado, David. 12Desterró la prostitución sagrada y retiró todos los ídolos hechos por sus antepasados. 13Incluso a su abuela Maacá le quitó el título de reina madre, por haber hecho una imagen de Astarté. Asá destrozó la imagen y la quemó en el torrente Cedrón. 14No desaparecieron los pequeños santuarios; pero, sin embargo, el corazón de Asá perteneció por entero al Señor toda su vida. 15Llevó al templo las ofrendas de su padre y las suyas propias: plata, oro y utensilios.

16Hubo guerras continuas entre Asá y Basá de Israel. 17Basá de Israel hizo una campaña contra Judá y fortificó Ramá, para cortar las comunicaciones a Asá de Judá. 18Entonces Asá tomó la plata y el oro que quedaba en los tesoros del templo y del palacio y, entregándoselos a sus ministros, los envió a Ben-Adad, hijo de Tabrimón, de Jezión, rey de Siria, que residía en Damasco, con este mensaje: 19Hagamos un tratado de paz, como lo hicieron tu padre y el mío. Aquí te envío este obsequio de plata y oro. Ve, rompe tu alianza con Basá de Israel, para que se retire de mi territorio. 20Ben-Adad le hizo caso y envió a sus generales contra las ciudades de Israel, devastando Iyón, Dan, Abel Bet-Maacá, la zona del lago y toda la región de Neftalí. 21En cuanto se enteró Basá, suspendió las obras de Ramá y se volvió a Tirsá. 22Asá movilizó entonces a todo Judá, sin excepción. Desmontaron las piedras y leños con que Basá fortificaba Ramá y los aprovecharon para fortificar Guibeá de Benjamín y Mispá.

23Para más datos sobre Asá, sus hazañas militares y las ciudades que fortificó, véanse los Anales del Reino de Judá.

24Cuando ya era viejo, enfermó de los pies. Murió, y lo enterraron con sus antepasados en la Ciudad de David. Su hijo Josafat le sucedió en el trono.

Nadab de Israel (910-909)

25Nadab, hijo de Jeroboán, subió al trono de Israel el año segundo del reinado de Asá de Judá. Reinó en Israel dos años. 26Hizo lo que el Señor reprueba: imitó a su padre y los pecados que hizo cometer a Israel.

27Basá, hijo de Ajías, de la tribu de Isacar, conspiró contra él y lo asesinó en Gabatón, que pertenecía a los filisteos, cuando Nadab con todo Israel la estaban sitiando. 28Basá lo mató el año tercero del reinado de Asá de Judá, y lo suplantó en el trono. 29En cuanto se proclamó rey, mató a toda la familia de Jeroboán, hasta aniquilarla, sin dejar alma viviente, como había dicho el Señor por su siervo Ajías, el silonita; 30por los pecados que Jeroboán cometió e hizo cometer a Israel y por provocar el enojo del Señor, Dios de Israel.

31Para más datos sobre Nadab y sus empresas, véanse los Anales del Reino de Israel.

Basá de Israel (909-885)

32Hubo guerras continuas entre Asá y Basá de Israel.

33Basá, hijo de Ajías, subió al trono de Israel, en Tirsá, el año tercero del reinado de Asá de Judá. Reinó veinticuatro años. 34Hizo lo que el Señor reprueba; imitó a Jeroboán y persistió en el pecado con que éste hizo pecar a Israel.

Notas:

15s; 22,41-54 Reyes de Judá e Israel. En adelante el autor tiene que dirigir alternativamente la mirada al reino del norte y al del sur: para él, ambos son parte del pueblo de Dios. Durante los próximos cuarenta años pasan dos reyes por el trono de Judá, cinco por el de Israel en dos cambios de dinastía. Toda esta época agitada se reduce en el libro a unas cuantas valoraciones religiosas. A veces, sólo queda el esquema sin los hechos; de ordinario, la explicación del autor resulta simplista. El lector no encuentra satisfechas sus curiosidades históricas, ni resueltas sus dudas: a ratos se aburre, a ratos se irrita. Si reflexionando vence la desazón, podrá abrirse a la sorpresa: ese autor que tiene a su disposición los archivos o anales, los consulta para ir citando a los reyes ante el tribunal de la historia, y, tras un juicio sumario o sumarísimo, dicta sentencia con gesto soberano. Sentencia, no según leyes humanas, no según valoraciones comunes, sino según la aprobación o desaprobación de Dios. Y esto lo hace el autor con unos monarcas «por la gracia de Dios». Si leemos estas páginas y paralelamente leemos algunos salmos reales (p. ej., Sal 2,20; 21,45; 72; 110), apreciaremos la enorme tensión a que está sometida la teología de la realeza. La polaridad, la tensión entre fuerzas opuestas es lo que define esta teología, y no un par de principios claros y fácilmente armonizables. Fuerzas del idealismo y del realismo, de la esperanza y la desilusión, de la elección y la rebelión. La historia sagrada de la monarquía no es una historia edificante. El que la contó pertenece, según la tradición judía, a los «profetas anteriores».