2 Macabaeos 4
Persecución de Antíoco Epífanes (1 Mac 1,10-64)
4 1Simón, al que antes mencionamos, el que denunció los tesoros traicionando a la patria, calumniaba a Onías, como si éste hubiese sido el que maltrató a Heliodoro y el causante de los males. 2Se atrevía a llamar enemigo público al bienhechor de la ciudad, al protector de sus compatriotas y fervoroso cumplidor de las leyes.
3La enemistad llegó a tal punto, que uno de los agentes de Simón llegó a cometer asesinatos. 4Entonces Onías, considerando que aquella tensión era peligrosa y que Apolonio, hijo de Menesteo, gobernador de Celesiria y Fenicia, fomentaba la maldad de Simón, 5acudió al rey no como acusador de sus conciudadanos, sino mirando al bien común y privado, 6porque veía que si no intervenía el rey era ya imposible tener paz en el Estado y que Simón pusiera fin a su locura.
7Al morir Seleuco ocupó el trono Antíoco, por sobrenombre Epífanes. Jasón, el hermano de Onías, consiguió el sumo sacerdocio por soborno, 8prometiendo al rey en una audiencia unos diez mil kilos de plata al contado, más dos mil de otras rentas. 9Y además se comprometía a incluir en la cuenta otros cuatro mil si se le concedía autorización para instalar un gimnasio y un ateneo juvenil y para registrar a los de Jerusalén como ciudadanos antioquenos.
10En cuanto obtuvo el consentimiento del rey y se apoderó del mando, Jasón hizo enseguida que sus compatriotas adoptaran el estilo de vida griego, 11suprimió los privilegios reales concedidos benévolamente a los judíos gracias a Juan, padre de Eupólemo –el que negoció el pacto de amistad y mutua defensa con los romanos–, abolió las leyes de la constitución e intentaba introducir prácticas contra la ley. 12Se dio el gusto de levantar un gimnasio bajo la misma fortaleza, e hizo que los jóvenes más sobresalientes se dedicaran a los ejercicios atléticos.
13Era tal el auge del helenismo, y el avance de la moda extranjera, debido a la enorme desvergüenza de Jasón, el cual tenía más de impío que de sumo sacerdote, 14que los sacerdotes ya no tenían interés por el culto litúrgico ante el altar, sino que, despreciaban el templo. En cuanto se convocaba el campeonato de disco, dejaban de lado los sacrificios y corrían a participar en los juegos de la palestra, contrarios a la ley. 15Y sin mostrar ningún aprecio por los valores nacionales, tenían, en cambio, las glorias griegas como las mejores.
16Pero esto mismo los llevó a una situación difícil: aquellos mismos a quienes se propusieron seguir y a los cuales querían imitar en todo, fueron sus enemigos y verdugos. 17Porque no es cosa liviana quebrantar las leyes divinas, como se verá claramente en lo que sigue.
18Cuando se celebraban en Tiro los campeonatos quinquenales en presencia del rey, 19el contaminado Jasón envió como representantes de Jerusalén unos antioquenos en calidad de observadores, con trescientas dracmas de plata para el sacrificio a Hércules. Pero los mismos que las llevaron tuvieron por mejor no emplearlas en el sacrificio, cosa inconveniente, sino dejarlas para otros gastos, 20y así aquel dinero destinado al sacrificio de Hércules por voluntad del donante, fue a parar a la construcción de barcos de remos por deseo de los portadores.
21Cuando Apolonio de Menesteo fue enviado a Egipto para asistir a la entronización del rey Filométor, Antíoco se enteró de que éste no apoyaba su política, y empezó a adoptar medidas de seguridad; por eso visitó Jafa y siguió hacia Jerusalén. 22Jasón y los vecinos le hicieron un gran recibimiento; entró al resplandor de antorchas y entre aclamaciones, y después fue a acampar en Fenicia con su ejército.
23Al cabo de tres años, Jasón envió a Menelao, el hermano del Simón antes mencionado, a llevar el dinero al rey y concluir las negociaciones sobre asuntos urgentes. 24Pero Menelao, una vez presentado ante el rey, lo impresionó con su aire majestuoso y logró hacerse investir del sumo sacerdocio, ofreciendo unos nueve mil kilos de plata más que Jasón, 25y se volvió con el nombramiento real, sin otros méritos para el sumo sacerdocio que el furor de un tirano cruel y la ira rabiosa de un animal salvaje. 26Y Jasón, que había suplantado a su propio hermano, suplantado a su vez por otro, tuvo que huir a territorio amonita.
27Por su parte, Menelao tenía en sus manos el poder, pero no hacía nada por pagar la cantidad prometida al rey. 28Sóstrato, prefecto de la fortaleza, se la reclamaba, porque estaba encargado de cobrar los impuestos. Por este motivo el rey llamó a los dos. 29Menelao dejó como sustituto en su cargo de sumo sacerdote a su hermano Lisímaco, y Sóstrato dejó a Crates, jefe de los chipriotas.
30Entre tanto, ocurrió la sublevación de Tarso y Malos, porque las habían entregado en donación a Antióquida, concubina del rey. 31Así que el rey marchó apresuradamente para restablecer el orden, dejando como regente a Andrónico, uno de los dignatarios de la corte.
32Pensando aprovechar una buena oportunidad, Menelao robó algunos objetos de oro del templo, se los regaló a Andrónico y vendió otros en Tiro y las ciudades vecinas. 33Cuando Onías lo averiguó con toda certeza, se retiró a Dafne, cerca de Antioquía, lugar de asilo y de allí denunció a Menelao. 34El resultado fue que Menelao, tomando aparte a Andrónico, lo incitaba a matar a Onías. Andrónico se presentó ante Onías, y se ganó astutamente su confianza, dándole la mano derecha con juramento. Onías se resistía a creerle, pero al fin se dejó convencer y salió de su refugio. Inmediatamente Andrónico lo mató, sin ningún miramiento por la justicia.
35Por esta razón no sólo los judíos, sino también muchos de otras naciones, estaban alarmados e indignados por el injusto asesinato de aquel hombre. 36Cuando el rey volvió de Cilicia, los judíos de la capital y los griegos que reprochaban tan mala acción, acudieron a él para quejarse por la injusta muerte de Onías.
37Antíoco, profundamente apenado y movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la conducta irreprochable del difunto. 38Luego, lleno de indignación despojó a Andrónico de la púrpura y le desgarró los vestidos; luego hizo que lo pasearan por toda la ciudad, y en el mismo sitio donde había tratado a Onías impíamente, allí eliminó al homicida. Así le dio el Señor el castigo que merecía.
39Lisímaco había cometido en Jerusalén muchos robos sacrílegos con el consentimiento de Menelao, y la noticia se había divulgado entre la gente. Por eso el pueblo se amotinó contra Lisímaco cuando ya muchos objetos de oro habían desaparecido. 40Como la multitud estaba muy excitada y había llegado al colmo de su furor, Lisímaco armó a unos tres mil hombres y emprendió una represión violenta, dirigida por un tal Aurano, hombre avanzado en edad y más aún en demencia.
41Ante el ataque de Lisímaco, unos con piedras, otros con estacas y algunos tomando a puñados la ceniza esparcida allí, las arrojaban violentamente contra la tropa. 42Con eso hirieron a muchos, mataron a otros y a todos los demás les hicieron emprender la huida; y al sacrílego lo mataron junto al tesoro.
43A Menelao se le procesó por aquel incidente, 44y cuando el rey llegó a Tiro, los tres hombres emisarios del Senado expusieron un informe ante el rey. 45Viéndose ya perdido, Menelao prometió una buena suma a Tolomeo, hijo de Dorimeno, para que convenciera al rey. Y efectivamente, 46Tolomeo se llevó al rey a una galería como para tomar un poco el aire, y lo hizo cambiar de opinión. 47Así, al culpable de todo lo absolvió de lo que se le imputaba, y a aquellos desdichados, que aun ante un tribunal bárbaro habrían sido absueltos como inocentes, los condenó a muerte. 48De este modo los que habían hablado en defensa de la ciudad, del pueblo y del ajuar sagrado, sufrieron sin más un castigo injusto. 49Por este motivo algunos de Tiro, para manifestar su repulsa por aquel crimen, costearon con generosidad los gastos del funeral. 50En cambio, Menelao, gracias a la avaricia de los poderosos, se mantuvo en el mando, progresando en maldad, convirtiéndose en el mayor adversario de sus conciudadanos.