2 Macabaeos 9
Muerte de Antíoco Epífanes (1 Mac 6,1-16)
9 1Por aquel tiempo Antíoco se tuvo que retirar en desorden del territorio persa. 2En efecto, al llegar a la capital, Persépolis, había empezado a saquear el templo y a ocupar la ciudad; ante esto el pueblo se amotinó y recurrió a las armas, y Antíoco, derrotado y puesto en fuga por los habitantes, tuvo que emprender una vergonzosa retirada.
3Cuando estaba cerca de Ecbatana, le llegó la noticia de lo ocurrido a Nicanor y a los de Timoteo, 4y fuera de sí por la ira, pensaba desquitarse con los judíos de la injuria que le habían hecho los que le obligaron a emprender la retirada. Por eso ordenó al conductor de su carro avanzar sin detenerse hasta el final del viaje. Pero, ¡viajaba con él la sentencia del cielo! En su arrogancia, Antíoco había dicho:
–Cuando llegue allá convertiré a Jerusalén en un cementerio de judíos.
5Pero el Señor, que lo ve todo, el Dios de Israel, lo castigó con una enfermedad invisible e insanable; ya que apenas había pronunciado esa frase le sobrevino un incesante dolor de vientre, con unas punzadas agudísimas, 6cosa perfectamente justa, porque él había atormentado las entrañas de otros con tantísimos tormentos refinados. 7Pero todavía no desistió de su soberbia. Es más, rebosando arrogancia, respirando contra los judíos el fuego de su cólera, mandó acelerar la marcha. Pero se cayó del carro cuando corría a toda velocidad, y con la violencia de la caída se le dislocaron todos los miembros del cuerpo.
8El que poco antes pensaba, en su ambición sobrehumana, que podía mandar a las olas del mar; el que se imaginaba poder pesar en la balanza las cumbres de los montes, estaba tendido en tierra, y tenía que ser llevado en una camilla, mostrando a todos la fuerza manifiesta de Dios. 9Su estado era tal que del cuerpo del impío brotaban los gusanos, y la carne se le desprendía en vida en medio de terribles dolores; y el ejército apenas podía soportar el hedor de su podredumbre. 10Al que poco antes parecía capaz de tocar las estrellas, nadie podía transportarlo, por su olor inaguantable.
11Entonces, postrado por la enfermedad, empezó a ceder en su arrogancia. Al aumentar los dolores a cada momento, llegó a reconocer el castigo divino 12y no pudiendo soportar su propio mal olor, dijo:
–Es justo que un mortal se someta a Dios y no quiera medirse con él.
13Pero aquel criminal rezaba al Soberano que ya no se apiadaría de él. 14Decía que declararía libre a la Ciudad Santa, a la que antes se había dirigido rápidamente para arrasarla y convertirla en cementerio; 15que daría los mismos derechos que a los atenienses a todos los judíos, de quienes había decretado que ni sepultura merecían, sino que los echasen, junto con sus hijos, como comida de las fieras y de las aves de rapiña; 16que adornaría con bellísimos regalos el templo santo que antes despojó; que regalaría muchos más objetos sagrados; que pagaría los gastos de los sacrificios con sus propios ingresos 17y que encima se haría judío y recorrería todos los lugares habitados anunciando el poder de Dios.
18Como los dolores no cesaban de ninguna forma, porque el justo juicio de Dios había caído sobre él, sin esperanza de sanación, escribió a los judíos, en forma de súplica, la carta que copiamos a continuación:
19El rey y general Antíoco envía muchos saludos a los nobles ciudadanos judíos, deseándoles bienestar y prosperidad.
20Espero que gracias al cielo se encuentren bien ustedes y sus hijos, y que sus asuntos marchen según sus deseos.
21Guardo un recuerdo muy afectuoso del respeto y la benevolencia de ustedes. Al volver de Persia he contraído una enfermedad muy molesta, y me ha parecido necesario preocuparme por la seguridad de todos. 22No es que yo desespere de mi situación –al contrario, espero salir de la enfermedad–; 23pero he tenido en cuenta que también mi padre, siempre que organizaba una expedición militar al norte, nombraba un sucesor, 24para que si ocurría algo imprevisto o llegaban malas noticias, los súbditos de las provincias no se intranquilizaran, sabiendo a quién había quedado confiado el gobierno. 25Además sé bien que los soberanos vecinos, en las fronteras de nuestro imperio, están espiando la ocasión, a la espera de un acontecimiento; por eso he nombrado rey a mi hijo Antíoco, al que muchas veces recomendé y confié a la mayoría de ustedes mientras yo recorría las provincias del norte. A él le he escrito la carta que va a continuación.
26Y ahora les pido encarecidamente que recuerden mis beneficios públicos y privados, y mantengan todos para con mi hijo la lealtad que me profesaron a mí. 27Porque estoy persuadido de que él sabrá acomodarse a ustedes, siguiendo moderada y humanamente mi programa político.
28Y así aquel asesino y blasfemo, entre dolores atroces, perdió la vida en los montes, en tierra extraña, con un final desastroso, como él había tratado a otros. 29Felipe, su amigo íntimo, trasladó sus restos; pero no fiándose del hijo de Antíoco, se fue a Egipto, donde reinaba Tolomeo Filométor.