2 Tesalonicenses 2
La parusía o segunda venida del Señor (Mt 24; Mc 13; Lc 21)
2 1Hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, les pedimos 2que no pierdan fácilmente la cabeza ni se asusten por profecías o discursos o cartas falsamente atribuidas a nosotros, como si el día del Señor fuera inminente. 3Que nadie los engañe de ningún modo: primero tiene que suceder la apostasía y se tiene que manifestar el Hombre sin ley, el destinado a la perdición, 4el Rival que se levanta contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el santuario de Dios, proclamándose dios.
5¿No recuerdan que ya se lo decía yo cuando aún estaba con ustedes? 6Ya saben qué es lo que ahora lo retiene para que no se manifieste antes de tiempo. 7La fuerza oculta de la iniquidad ya está actuando; sólo falta que el que la retiene se quite de en medio. 8Entonces se revelará el Impío, al que destruirá el Señor [Jesús] con el aliento de su boca y anulará con la manifestación de su venida. 9El Impío se presentará, por acción de Satanás, con toda clase de milagros, señales y falsos prodigios; 10con toda clase de engaños perversos para los que se pierden porque no aceptaron para salvarse el amor a la verdad. 11Por eso les enviará Dios un poder seductor que los haga creer la mentira; 12así serán juzgados los que, en vez de creer la verdad, prefirieron la injusticia.
Oraciones mutuas
13Siempre tenemos que dar gracias a Dios por ustedes, hermanos amados del Señor, porque Dios los tomó para que fueran los primeros en alcanzar la salvación, por la consagración del Espíritu y la fe verdadera; 14y por medio de nuestra predicación de la Buena Noticia, los llamó a poseer la gloria de nuestro Señor Jesucristo. 15Así que, hermanos, sigan firmes, y conserven fielmente las tradiciones que aprendieron de mí, sea de palabra o por carta.
16Que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre, que los amó y los favoreció con un consuelo eterno y una esperanza magnífica, 17anime sus corazones y los fortalezca para que todo lo que digan y hagan sea bueno.
Notas:
2,1-12 La parusía o segunda venida del Señor. Entramos en la parte central de esta breve carta: la venida definitiva del Señor de la que ha venido hablando hasta ahora. ¿Cuándo se realizará? Es éste un problema que parece no preocupar demasiado a la mayoría de los cristianos de hoy, pero que era de candente actualidad en las primeras comunidades de creyentes como la de Tesalónica, dando lugar a un clima de ansiedad y a veces de histeria colectiva, debido a rumores de los profetas de turno o a la difusión de «cartas falsamente atribuidas a nosotros» (2) con fechas precisas de la inminencia del gran acontecimiento.
Es comprensible que una comunidad pequeña que vivía bajo la extrema presión de poderes opresivos no viera otra salida a su situación sino en una huida hacia adelante, en la esperanza de la venida final de un poder superior que desenmascarara y derrotara definitivamente a las fuerzas del mal del orden establecido. Esta histeria religiosa de «final del mundo» se ha venido repitiendo a lo largo de la historia cristiana en períodos de máxima tensión producidos por guerras o catástrofes naturales.
Quizás hoy tampoco falten quienes vean en los males que afectan globalmente a nuestro mundo y que escapan a nuestra capacidad de comprensión, como el hambre, la violencia generalizada o las fuerzas desencadenadas de la naturaleza, signos premonitorios de un final inminente y que busquen en la Biblia fechas precisas y concretas.
El asunto se complicaba en la comunidad de los tesalonicenses con la difusión de falsas doctrinas que aseguraban que el Señor había venido ya definitivamente y que la supuesta resurrección final no era otra cosa sino la nueva realidad espiritual que estaban viviendo (cfr. 1 Cor 15,15). En este contexto de confusión e histeria, Pablo afirma que la parusía ciertamente vendrá y que la futura resurrección será una realidad, pero niega que esta segunda venida del Señor esté llamando a las puertas. Simplemente, ni el Apóstol ni nadie sabe el día ni la hora (cfr. Mt 24,43s; 1 Tes 5,2). Por eso les pide que «no pierdan fácilmente la cabeza ni se asusten... como si el día del Señor fuera inminente» (2).
A continuación, en un mensaje enigmático (3-12) y difícil de comprender para el lector de hoy a causa del lenguaje apocalíptico en que viene expresado, Pablo hace una lectura cristiana, a la luz de la prometida venida del Señor, de las circunstancias traumáticas que vivía la comunidad: persecución, apostasía de algunos, diseminación de falsas doctrinas, división interna.
Seguramente los tesalonicenses sabían identificar quiénes eran esos personajes de dentro o de fuera del grupo cristiano, ese sistema político o ese emperador «que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto» (4), o esas doctrinas que estaban causando tanta maldad, a lo que el Apóstol se refiere misteriosamente con títulos tales como «el Hombre sin ley, el destinado a la perdición» (3), «el Rival» (4), «el Impío» (9), títulos todos sacados del vocabulario apocalíptico.
¿Cuál es, realmente, su verdadero protagonismo en el mundo?
Aunque parezca que acampan a sus anchas, «por acción de Satanás», con todo el despliegue de su poder seductor, «con toda clase de milagros, señales y falsos prodigios» (9), «con toda clase de engaños perversos» (10) que hacen que se pierdan «los que no aceptaron para salvarse el amor a la verdad» (10), todos serán destruidos y anulados por «el Señor Jesús, con el aliento de su boca... en la manifestación de su venida» (8).
He aquí el mensaje de esperanza de Pablo a los tesalonicenses, que es también una invitación a los creyentes de hoy a hacer nuestra lectura cristiana de las realidades de muerte que afectan a la sociedad global en que vivimos, no para dejar, como si fuéramos impotentes, la solución de nuestros problemas para la futura venida del Señor, sino para hacer que esa victoria futura y total se vaya haciendo ya realidad en nuestro comportamiento de cada día.
El cristiano lucha y se compromete con la ventaja de saber que, al final, la victoria será completa.
2,13–3,5 Oraciones mutuas. El Apóstol, dirigiéndose ahora a la comunidad fiel, comienza a sacar las consecuencias prácticas de todo lo anterior, en un clima de oración agradecida. Da gracias a Dios por los tesalonicenses, a quienes llama «los primeros en alcanzar la salvación» (2,13) por haber permanecido firmes en el Evangelio «que los llamó a poseer la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2,14). Y esta «esperanza magnífica» (2,16) debe darles ánimos y fortaleza, tanto para anunciar ellos mismos la Palabra de salvación que han recibido, como para testimoniarla con sus vidas, es decir, con toda clase de palabras y buenas obras (2,17).
Pablo pide también oraciones para el grupo apostólico, para que la Palabra del Señor se difunda y corra como un ser vivo: «envía su mensaje a la tierra y su palabra corre velozmente» (Sal 147,15). Y así, rogando a Dios los unos por los otros –evangelizadores y evangelizados–, sabrán resistir las acometidas de los malvados y esperar con paciencia y aguante la venida de Cristo (cfr. Rom 8,25; 15,4).