Éxodo, 20

Decálogo (34; Dt 5; Sal 50,16-20)

20 1Dios pronunció las siguientes palabras:

2–Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud.

3»No tendrás otros dioses aparte de mí. 4No te harás una imagen, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua bajo tierra. 5No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen; 6pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.

7»No pronunciarás el Nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque el Señor no dejará sin castigo a quien pronuncie su Nombre en falso.

8»Fíjate en el sábado para santificarlo. 9Durante seis días trabaja y haz tus tareas, 10pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que viva en tus ciudades. 11Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos, y el séptimo descansó; por eso el Señor bendijo el sábado y lo santificó.

12»Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tu vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.

13»No matarás.

14»No cometerás adulterio.

15»No robarás.

16»No darás testimonio falso contra tu prójimo.

17»No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su toro, ni su asno, ni nada que sea de él.

18Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. 19Y dijeron a Moisés:

–Háblanos tú y te escucharemos; que no nos hable Dios, que moriremos.

20Moisés respondió al pueblo:

–No teman: Dios ha venido para probarlos a ustedes, y para que siempre sientan temor de él a fin de que no pequen.

21El pueblo se quedó a distancia y Moisés se acercó hasta la nube espesa donde estaba Dios.

CÓDIGO DE LA ALIANZA

Ley sobre el altar

22El Señor habló a Moisés:

–Di a los israelitas: Ustedes mismos han visto que les he hablado desde el cielo; 23no me coloquen a mí entre dioses de plata ni se fabriquen dioses de oro. 24Me harás un altar de tierra y en él ofrecerás tus holocaustos, tus sacrificios de comunión, tus ovejas y tus vacas. En los lugares donde haga pronunciar mi Nombre bajaré a ti y te bendeciré. 25Y si quieres hacerme un altar de piedras, no lo construyas con piedras talladas, porque al picar la piedra con la herramienta queda profanada. 26No subas a mi altar por escalones, no sea que al subir por él se te vea tu desnudez.

Notas:

20,1-21 Decálogo. Enmarcada en el contexto de la Alianza de Dios con su pueblo encontramos la promulgación del decálogo o los diez mandamientos, que buscan regular las relaciones del pueblo, entre sus miembros y con Dios. Con excepción de los dos primeros que se refieren directamente a la relación con Dios, los demás buscan regular la ética interpersonal. Probablemente, en la antigüedad los jefes de cada familia o tribu instruían a sus niños y jóvenes mediante estas normas sencillas, pero claras y contundentes. Eran formas muy simples de mantener la armonía y la normalidad en las relaciones intergrupales, recogidas más tarde y situadas en un momento y lugar definitivos para la vida de Israel: el Sinaí. Estos mandatos, propios de la sabiduría popular, se ven respaldados por la autoridad del Señor, cuyos atributos de trascendencia y temor, pero también de amor paterno y materno, de justicia y misericordia, el pueblo ya conoce. Para un israelita, acogerse a esta ley no suponía atar su libertad o perder su autonomía; todo lo contrario, el Dios que había luchado contra Egipto para darles libertad (2) no tendría intención de volvérsela a quitar. Se trataba de mostrarles un camino por el cual acrecentarían esa libertad. La formulación de estos mandamientos y el lugar que ocupan en la narración indican que no buscan dar libertad, sino que la suponen y ayudan a mantenerla.

20,22-26 Ley sobre el altar. El israelita vive entre vecinos que practican el politeísmo y comercian con las representaciones en distintos materiales de sus divinidades, con la clara conciencia de que el Señor no es como ninguno de esos dioses del entorno. Él es invencible, trascendente y, por tanto, no es posible representarlo en imágenes. Cuando Israel cayó en la tentación de representar a Dios, el grito de los profetas no se hizo esperar. Esa repulsa de Dios a verse representado en imágenes sería una forma pedagógica de llevar al pueblo a descubrirlo en el hermano y en la creación, no en una estatua.

Ligada a la prohibición de imágenes se encuentra la ley sobre el altar. Presupone una época muy posterior de la vida del pueblo, asentado ya en la tierra y con santuarios en muchos lugares del país, todos con el mismo valor e interés religioso. El altar no debe ser suntuoso, porque la suntuosidad roba a la disposición del corazón el lugar central que debería ocupar en el culto. El altar tampoco debe ser elevado para no provocar situaciones impúdicas (cfr. la serie de precauciones en 28,40-42).