Deuteronomio, 5
SEGUNDO DISCURSO DE MOISÉS – DECÁLOGO Y PARÉNESIS
Este segundo discurso hay que ubicarlo probablemente, junto con una primera conclusión del libro (26,16–28,15), en la época del rey Ezequías, que gobernó en el reino del Sur (Judá) del 727 al 698 a.C. El reino del Norte acababa de ser destruido a manos de los asirios, quienes deportaron a la población a otras provincias del imperio y a su vez trajeron pobladores de otras regiones al territorio samario con el fin de mezclar varias culturas y así evitar cualquier alzamiento de la población. Algunos israelitas del Norte se refugiaron en el Sur, muchos de ellos en Jerusalén, trayendo consigo tradiciones y algunos escritos, entre ellos posiblemente lo que se conoce como el «núcleo central» de nuestro actual Deuteronomio (capítulos del 12–26).
Las circunstancias históricas que acababa de sufrir el reino del Norte y el inmediato pasado del reino del Sur, que había sufrido un período de siete años de gobierno de Acaz, incentivaron una revisión y una relectura muy detallada de la historia del pueblo. Esa tarea la adelantó precisamente la corriente que conocemos hoy como «deuteronomista» (D), compuesta entre otros por muchos de los que huyeron del Norte y se habían refugiado en Jerusalén.
Pocos años después de la caída del reino del Norte comienza un período de acelerado debilitamiento del imperio asirio, lo cual se convierte en una coyuntura política ventajosa para Ezequías, rey de Judá: parece más fácil reconquistar los territorios del Norte y rehacer de nuevo un reino unido y gobernado como en el pasado, desde Jerusalén. Como quiera que en Israel, política y religión se confunden en un mismo proyecto, las pretensiones políticas del rey deben estar avaladas por planteamientos religiosos que faciliten y respalden sus acciones como acciones queridas o, si se quiere, impuestas por Dios y, por tanto, respaldadas sin reproches por el pueblo cuando se le presente como ley, pero Ley de Dios.
El ambiente exige, por tanto, algunos ajustes de tipo religioso, que podríamos denominar «reformas», orientadas a ello. Surge así lo que se conoce como la «reforma de Ezequías», llevada a cabo por un grupo de escribas y sabios de la corte, profundos conocedores de la historia de Israel, de la política interna y externa y, sobre todo, profundamente compenetrados con su fe en el Señor y al mismo tiempo incondicionales adeptos del rey. Surge entonces este bloque de la ley conocido como «segundo discurso de Moisés», pero que en realidad debería ser el primero, pues ésta es justamente la primera de las ampliaciones que va a sufrir el «núcleo central» o «Código Deuteronómico».
A la luz de estos antecedentes hemos de leer los capítulos 5–11, teniendo también en cuenta que hay unos ejes fundamentales o una ideología subyacente en ellos:
- La teología de la corona o teología davídica, en cuanto que las circunstancias políticas reviven los sueños de recuperar el territorio conquistado siglos atrás por David, con quien supuestamente Dios se había comprometido incondicionalmente. El nuevo David es Ezequías, de quien dice 2 Re 18,5 que «puso su confianza en el Señor».
- La figura de Moisés como máxima autoridad de la tradición del Éxodo; no se trata de abolir nada de lo que ya está dicho y permanece en la tradición. Moisés es el gran mediador y ya desde muy antiguo la legislación mosaica no cuenta con ningún paralelo, puesto que siempre se apela a ella como a la misma voluntad divina, de ahí que la corriente deuteronomista (D) retome la figura de Moisés como el mediador y garante de la autenticidad y obligatoriedad de la ley.
- El Nombre de Dios como autor y promulgador de la ley, como una manera de hacer entender al pueblo que todo el libro es palabra divina y expresa su voluntad. En síntesis, estos capítulos son la sustentación religiosa del proyecto de reforma político-religiosa de Ezequías, cuyo fundamento es la convocación y llamado a todo el pueblo a renovar la alianza con el Señor.
Introducción
44Ley que promulgó Moisés a los israelitas. 45Normas, mandatos y decretos que propuso Moisés a los israelitas al salir de Egipto. 46Al otro lado del Jordán, en la hondonada frente a Bet Fegor, en territorio de Sijón, rey amorreo que residía en Jesbón. Pero al salir de Egipto lo derrotó Moisés con los israelitas, 47y conquistaron su territorio, lo mismo que el de Og, rey de Basán. Dos reyes amorreos del lado oriental del Jordán. Toda la estepa al este del Jordán, 48desde Aroer, a orillas del Arnón, hasta el monte Sirión, o Hermón, 49y hasta el Mar Muerto, en las laderas del Fasga.
Notas:
5,1-22 Los diez mandamientos. Los versículos 1-5 actualizan el compromiso del pueblo con las normas y mandatos del Señor, en el sentido de que es una Ley que el Señor «hizo con nosotros, con los que estamos vivos hoy, aquí» (3). De este modo, el auditorio real del s. VIII a.C. se apresta para renovar la Alianza con Dios haciéndola completamente actual. Los versículos 6-21, con algunas leves variaciones, son el mismo decálogo que encontramos en Éx 20,1-17. Se inicia con la autorrevelación de Dios que contiene dos elementos importantes: «yo soy el Señor», para establecer un rasgo de identidad personal, y «tu Dios», para fijar el aspecto relacional con el pueblo. La identidad de Dios y la relación con el pueblo se concretan en el máximo acto de liberación y redención: la salida de Egipto (6). La respuesta del pueblo a este Dios que se autorrevela como «el Señor» y «el liberador», y por tanto como alguien que invita a construir un proyecto distinto fuera de Egipto, queda fijada en el siguiente decálogo.
El primer mandamiento, «no tendrás otros dioses rivales míos» (7), reclama la primacía absoluta del único que puede salvar, liberar y dar vida. Cualquier otro dios a quien el pueblo intente servirle le quitará la vida y la libertad y le dará a cambio destrucción y muerte. La segunda parte del primer mandamiento establece los efectos negativos de tener dioses frente al Dios único y la representación material de dichas divinidades. Ésta era una práctica común y corriente entre los pueblos vecinos de Israel, pero los israelitas no podrán hacer lo mismo para no hacer del culto a Dios una cuestión íntima, doméstica; personal, sí, pero abierta a la comunidad.
El segundo mandamiento, todavía en relación con el mismo Dios, completa lo anterior. El Nombre de Dios no ha de ser usado de modo abusivo; el ambiente donde se corría el riesgo de hacer mal uso del Nombre de Dios era en el tribunal. Sin embargo, ese aspecto lo toca el octavo mandamiento, por lo que hemos de pensar que aquí se trataría de corregir una tendencia a utilizar el Nombre de Dios en sentido «mágico», riesgo que existe también hoy.
Los demás mandamientos, del tercero al décimo, giran en torno al ideal de comportamiento ético y moral del pueblo. El tercer mandamiento (12-15), que aparentemente es de orden religioso, tiene en realidad un sentido de justicia social consigo mismo, con los demás y hasta con los animales de trabajo (14b); la motivación para el descanso sabático es la esclavitud en Egipto, lo que equivale a decir que la experiencia de Egipto es un verdadero obstáculo para la auténtica realización de las personas y de la comunidad. En efecto: Israel en Egipto no es un pueblo, es un colectivo de esclavos que comienzan a tener identidad como individuos y como pueblo sólo después de salir de la esclavitud. Por tanto, este mandato es, junto con los dos anteriores, el punto de partida, la base fundamental para construir una sociedad donde se respeta y se defiende la vida en todas sus formas: primero que todo, de los más próximos a nosotros, como son nuestros padres (16), y luego de quienes forman parte de nuestra comunidad y sociedad (17-21).