Génesis, 12

Ciclo patriarcal: Abrahán

Vocación de Abrán (Eclo 44,19-21; Heb 11,8-10)

12 1El Señor dijo a Abrán:
–Sal de tu tierra nativa
y de la casa de tu padre,
a la tierra que te mostraré.

2Haré de ti un gran pueblo,
te bendeciré, haré famoso tu nombre,
y servirá de bendición.

3Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan.
En tu nombre se bendecirán
todas las familias del mundo.

4Abrán marchó, como le había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán.

5Abrán llevó consigo a Saray, su mujer; a Lot, su sobrino; todo lo que había adquirido y todos los esclavos que había ganado en Jarán. Salieron en dirección de Canaán y llegaron a la tierra de Canaán.

6Abrán atravesó el país hasta la región de Siquén y llegó a la encina de Moré –en aquel tiempo habitaban allí los cananeos–.

7El Señor se apareció a Abrán y le dijo:

–A tu descendencia le daré esta tierra.

Él construyó allí un altar en honor del Señor, que se le había aparecido.

8Desde allí continuó hacia las montañas al este de Betel, y estableció allí su campamento, con Betel al oeste y Ay al este; construyó allí un altar al Señor e invocó el Nombre del Señor.

9Abrán se trasladó por etapas al Negueb.

Abrán en Egipto (20; 26,1-11)

10Pero sobrevino una carestía en el país y, como había mucha hambre, Abrán bajó a Egipto para residir allí.

11Cuando estaba llegando a Egipto, dijo a Saray, su mujer:

–Mira, eres una mujer muy hermosa; 12cuando te vean los egipcios, dirán: es su mujer. Me matarán a mí y a ti te dejarán viva. 13Por favor, di que eres mi hermana, para que me traten bien en atención a ti, y así, gracias a ti, salvaré la vida.

14Cuando Abrán llegó a Egipto, los egipcios vieron que su mujer era muy hermosa, 15la vieron también los ministros del faraón, y elogiaron su belleza ante el faraón, tanto que la mujer fue llevada al palacio del faraón. 16A Abrán le trataron bien, en atención a ella, y adquirió ovejas, vacas, asnos, esclavos y esclavas, borricas y camellos.

17Pero el Señor afligió al faraón y a su corte con graves dolencias a causa de Saray, mujer de Abrán. 18Entonces el faraón llamó a Abrán y le dijo:

–¿Qué me has hecho? ¿Por qué no me confesaste que es tu mujer? 19¿Por qué me dijiste que era tu hermana? Ya la he tomado por esposa. Mira, si es tu mujer, tómala y vete de aquí.

20El faraón dio una escolta a Abrán y lo despidió con su mujer y sus posesiones.

Notas:

12,1-9 Vocación de Abrán. Dios irrumpe en la historia de un desconocido hasta ahora en la Biblia, que es, en definitiva, prototipo de la irrupción de Dios en la conciencia humana. Dios llama y su llamado pone en movimiento al elegido. Lo desestabiliza en cierto modo. A partir de ese momento, su vida adquiere una nueva dimensión.

Los datos históricos de las poblaciones de esta región que se mencionan aquí indican que los desplazamientos eran normales, ya que se trataba de grupos nómadas o seminómadas. Seguramente, Abrán habría hecho recorridos semejantes a los que nos narra este pasaje. Sin embargo, el itinerario que leemos aquí tiene varias novedades: 1. Es realizado por una orden expresa, un llamado divino. 2. Hay un acto de obediencia del sujeto. 3. El desplazamiento ya no es temporal sino definitivo, toda vez que está fundado en la promesa de la donación del territorio cuya propiedad exclusiva reposará en la descendencia numerosa prometida al beneficiario del don; todo esto enmarcado en la promesa de una bendición perpetua, que alcanzará a todas las familias de la tierra. 4. La presencia de estos extranjeros, hasta ahora trashumantes, adquiere el carácter de permanente con la construcción de un altar en Siquén (7) al Dios que allí se le apareció, y otro en Betel donde estableció su campamento e invocó al Señor (8).

Estos gestos, que significan posesión del territorio, son el argumento religioso para reclamar el derecho sobre la tierra, pues en la mentalidad israelita dicho derecho está amparado por una promesa de Dios. Es obvio que, si no nos apartamos de una lectura en clave de justicia, podemos comprobar que aquí se verifica algo que es común a todas las religiones: califican de deseo, voluntad o mandato divino aquello que resulta ser bueno, positivo o conveniente para el grupo. No piensa en otra cosa el redactor del texto.

No debemos concluir que Dios sea tan injusto como para no reconocer el derecho de los moradores nativos de Canaán. Hay que tener siempre a la mano dos criterios clave para interpretar bien cualquier pasaje bíblico: 1. Para nosotros como creyentes, todo texto de la Escritura es, sí, Palabra de Dios; pero es también palabra humana, palabra que está mediatizada por una carga de circunstancias socio-históricas y afectivas del escritor, quien no tiene inconveniente en presentar como Palabra o como voluntad de Dios lo que es provechoso y bueno para su grupo. 2. La clave de la justicia.

Todo pasaje bíblico ha de pasar siempre por estas claves de interpretación, ya que nos ayudan a definir hasta dónde el texto que leemos nos revela o nos esconde al Dios de justicia, comprometido con la vida de todos sin distinción, ese Dios que –como vemos en Éx 3,14– se autodefine como «el que es, el que era y el que será». Es importante aclararlo cuanto antes, porque en los relatos y en el resto de libros que siguen encontraremos pasajes en los que aparecen imágenes muy ambiguas y, por tanto, muy peligrosas de Dios. Una interpretación desprevenida o desprovista de estos criterios puede confundir la fe del creyente y otros pueden –como ha sucedido– aprovechar estas tergiversaciones para seguir sembrando el dolor y la muerte en nombre de un Dios equívoco, cuya existencia no es posible seguir admitiendo.

12,10-20 Abrán en Egipto. El versículo 9 nos indicaba que Abrán se había trasladado por etapas al Negueb, región al sur del territorio que simbólicamente había tomado ya en posesión. El Negueb es, de hecho, la parte más árida y estéril del territorio; si a ello se le suma una sequía, la hambruna no se hace esperar. Estando tan cerca de Egipto, lo más práctico es viajar hasta el país del Nilo en búsqueda de alimentos, recurso atestiguado en documentos egipcios.

Ahora, utilizando elementos que corresponden a una realidad histórica y a actitudes y comportamientos culturales de aquella época en el Cercano Oriente, nos encontramos con una tradición sobre el patriarca y su esposa en Egipto, narración que tiene otros paralelos en el mismo libro del Génesis (cfr. 20,1-18; 26,1-11), lo cual indica que esta tradición es conocida por distintos grupos que se transmiten entre sí historias sobre la vida del patriarca. Ahora bien, la intencionalidad del redactor es resaltar la figura «intocable» de Abrán como pieza fundamental en los comienzos de la historia de salvación narrada. Del protagonista no se esperaría este comportamiento engañoso que trae como consecuencia graves dolencias y aflicción al faraón y a su corte (17). La reacción del faraón (18-20) es, si se quiere, más ejemplar que la actitud del patriarca y la matriarca. En definitiva, esta historia salvífica que comienza va quedando escrita por Dios entre las caídas, los fracasos y errores de sus protagonistas. Dios no escoge a un santo o una santa; elige porque conoce la fragilidad y debilidad humanas y sabe que es ahí donde irá recogiendo las piezas del mosaico de su proceder salvífico en el mundo.