Génesis, 2

1Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y todo el universo.

2Para el día séptimo había concluido Dios toda su tarea; y descansó el día séptimo de toda su tarea.

3Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque ese día Dios descansó de toda su tarea de crear.

4a Ésta es la historia de la creación del cielo y de la tierra.

El Paraíso (Ez 28,12-19)

4bCuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, 5no había aún matorrales en la tierra, ni brotaba hierba en el campo, porque el Señor Dios no había enviado lluvia a la tierra, ni había hombre que cultivase el campo 6y sacase un manantial de la tierra para regar la superficie del campo.

7Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo.

8El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia el oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

9El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, hizo brotar el árbol de la vida en mitad del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

10En Edén nacía un río que regaba el jardín y después se dividía en cuatro brazos: 11el primero se llama Pisón y rodea todo el territorio de Javilá, donde hay oro; 12el oro de esa región es de calidad, y también hay allí ámbar y ónice. 13El segundo río se llama Guijón, y rodea toda la Nubia. 14El tercero se llama Tigris, y corre al este de Asiria. El cuarto es el Éufrates.

15El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara. 16El Señor Dios mandó al hombre:

–Puedes comer de todos los árboles del jardín; 17pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas; porque el día en que comas de él, quedarás sujeto a la muerte.

18El Señor Dios se dijo:

–No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada.

19Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. 20Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las fieras salvajes. Pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.

21Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y el hombre se durmió. Luego le sacó una costilla y llenó con carne el lugar vacío. 22De la costilla que le había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.

23El hombre exclamó:

–¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque la han sacado del Hombre. 24Por eso el hombre abandona padre y madre, se junta a su mujer y se hacen una sola carne.

25Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza.

Notas:

2,4b-25 El Paraíso. Este nuevo relato, también llamado «relato de creación», posee algunas características que lo hacen diferente al del primer capítulo. Nótese que no hay un orden tan rígido, ni una secuencia de obras creadas según los días de la semana. Adviértase también que aquí Dios no da órdenes para que aparezcan las cosas; Él mismo va haciendo con sus manos, va modelando con arcilla a cada ser viviente, se las ingenia para conseguir que su principal criatura, el hombre, se sienta bien: lo duerme y de su costilla «forma» una criatura, que el varón la reconoce como la única con capacidad de ser su compañera entre el resto de criaturas: la mujer.

Por tanto, el estilo literario y la percepción o imagen que se tiene de Dios son completamente distintos a los del primer relato de Génesis. Éste es un relato muy antiguo, que los israelitas ya conocían de varios siglos atrás. El material original del relato parece provenir de la cultura acadia; los israelitas lo adaptaron a su pensamiento y lo utilizaron para explicarse el origen del hombre y de la mujer; más aún, para tratar de establecer las raíces mismas del mal en el mundo.

Efectivamente, desde sus mismos orígenes, Israel ha sufrido y experimentado la violencia. Varias veces se ha visto amenazado y sometido por otros pueblos más fuertes que él; pero él también sometió y ejerció violencia contra otros. La crítica situación del s. VI a.C. obliga de nuevo a repensar el sentido de esta cadena de violencias y, valiéndose de este relato ya conocido por los israelitas, los sabios van a comenzar a probar su tesis de que el origen y la fuente del mal no está en Dios, sino en el mismo corazón humano.

Según el relato que nos ocupa, el ser humano, hombre y mujer, proviene de la misma «adamah» –polvo de tierra–, de la misma materia de la que también fueron hechos los animales (19). Si tantas veces ser humano y animales se asemejan en sus comportamientos, es porque desde su origen mismo hay algo que los identifica: la «adamah». Por eso, a los que nacen se les llama «Adán», porque son formados con «adamah», provienen de ella. De esta forma queda claro para los israelitas, que han soportado la violencia, la opresión y la brutalidad –y que las han infligido a otros–, que los instintos y comportamientos salvajes tienen una misma materia original, tanto en el ser humano como en el animal: la tierra, el polvo.

En la creación del ser humano y de los animales se pueden destacar, al menos, tres elementos que les son comunes:

  1. El ser humano es formado con «arcilla del suelo», elemento del que también están hechos los animales (7.19).
  2. Dios da al ser humano «aliento de vida», pero también lo reciben los animales (cfr. 7,15.22; Sal 104,29s).
  3. El ser humano es llamado «ser viviente». Los animales reciben idéntica denominación (1,21; 2,19; 9,10). ¿Significa esto que el ser humano es igual en todo al animal? La Biblia responde negativamente y lo explica. Al ser humano, Dios le da algo que no poseen los animales: la imagen y semejanza con Él (1,26), imagen que empieza a perfilarse desde el momento en que Dios sopla su propio aliento en las narices del ser humano acabado de formar (7).

Así pues, el ser humano no es humano sólo por el hecho de tener un cuerpo; lo específico del ser humano acaece en él cuando el Espíritu de Dios lo inhabita, lo hace apto para ser alguien humanizado. Dicho de otro modo: lo humano acontece en el hombre y en la mujer cuando su materialidad –«adamacidad»– demuestra estar ocupada por el Espíritu de Dios.

Así pues, superada la literalidad con que nos enseñaron a ver estos textos, es posible extraer de ellos –también ahora– inmensas riquezas para nuestra fe y crecimiento personal. Basta con echar una mirada a las actuales relaciones sociales, al orden internacional, para darnos cuenta de la tremenda actualidad que cobra este relato. También nuestros fracasos, la violencia y la injusticia que rigen en nuestro mundo tienen que ver con esta tendencia natural a atrapar y a eliminar a quien se atraviese en nuestro camino. Este texto nos invita hoy a tomar conciencia de nuestra natural «adamacidad», pero también a darnos cuenta de que dentro de cada uno se encuentra la presencia del Espíritu que sólo espera la oportunidad que nosotros le demos para humanizarnos, y así poder soñar con una sociedad nueva, gracias a nuestro esfuerzo colectivo.

Ésta es, pues, una primera respuesta que da la Escritura al interrogante existencial sobre el mal, la violencia y la injusticia, pan de cada día del pueblo de Israel y de nosotros, hoy. En definitiva, el trabajo que realizaron los pensadores y sabios de Israel es toda una autocrítica que apenas comienza. Pero el punto de partida queda ya establecido en este segundo relato del Génesis: el origen del mal está en el mismo ser humano, en el dejarse dominar por la «adamacidad» que lleva dentro. El relato siguiente es la ilustración concreta de esta tesis.