Génesis, 35
Jacob vuelve a Betel (28)
35 1Dios dijo a Jacob:
–Levántate, sube a Betel, y levanta allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú.
2Jacob ordenó a su familia y a toda su gente:
–Dejen de lado los dioses extranjeros que tengan con ustedes, purifíquense y cambien de ropa. 3Vamos a subir a Betel, donde haré un altar al Dios que me escuchó en el peligro y me acompañó en mi viaje.
4Ellos entregaron a Jacob los dioses extranjeros que conservaban y los pendientes que llevaban. Jacob los enterró bajo la encina que hay junto a Siquén.
5Durante su marcha un pánico sagrado se apoderaba de las poblaciones de la región, y no persiguieron a los hijos de Jacob.
6Llegó Jacob a Luz de Canaán –hoy Betel–, él con toda su gente. 7Construyó allí un altar y llamó al lugar Betel, porque allí se le había revelado Dios cuando huía de su hermano.
8Débora, nodriza de Rebeca, murió y la enterraron al pie de Betel, junto a la encina, que llamaron Encina del Llanto.
9Al volver Jacob de Padán Aram, Dios se le apareció de nuevo y lo bendijo 10y le dijo:
–Tu nombre es Jacob:
tu nombre ya no será Jacob,
tu nombre será Israel.
Le impuso el nombre de Israel 11y le dijo Dios:
–Yo soy el Dios Todopoderoso:
crece y multiplícate.
Un pueblo, un grupo de pueblos
nacerá de ti;
reyes saldrán de tus entrañas.
12La tierra que di a Abrahán e Isaac
a ti te la doy;
y a la descendencia que te suceda
le daré la tierra.
13Dios se marchó del lugar donde había hablado con él. 14Jacob erigió una piedra conmemorativa en el lugar donde había hablado con él. Derramó sobre ella una libación, derramó sobre ella aceite.
15Y, al lugar donde había hablado Dios con él, Jacob lo llamó, Betel.
Nacimiento de Benjamín y muerte de Raquel (1 Sm 4,19-22)
16Después se marchó de Betel; y cuando faltaba un buen trecho para llegar a Efrata, le llegó a Raquel el trance de parir y el parto venía difícil. 17Como sentía la dificultad del parto, le dijo la comadrona:
–No te asustes, que tienes un niño.
18Con su último aliento, a punto de morir, lo llamó Benoní; pero su padre lo llamó Benjamín.
19Murió Raquel y la enterraron en el camino de Efrata –hoy Belén–. 20Jacob erigió una piedra conmemorativa sobre su sepulcro. Es la piedra conmemorativa del sepulcro de Raquel, que dura hasta hoy.
21Israel se marchó de allí y acampó más allá de Migdal Eder.
Muerte de Isaac
22Mientras habitaba Israel en aquella tierra, Rubén fue y se acostó con Bilha, concubina de su padre. Israel se enteró.
Los hijos de Jacob fueron doce: 23 Hijos de Lía: Rubén, primogénito de Jacob, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. 24Hijos de Raquel: José y Benjamín. 25Hijos de Bilha, criada de Raquel: Dan y Neftalí.
26Hijos de Zilpa, criada de Lía: Gad y Aser. Éstos son los hijos de Jacob nacidos en Padán Aram.
27Jacob volvió a casa de su padre Isaac, a Mambré en Qiryat Arba –hoy Hebrón–, donde habían residido Abrahán e Isaac. 28Isaac vivió ciento ochenta años. 29Isaac expiró; murió y se reunió con los suyos, anciano y colmado de años. Y lo enterraron Jacob y Esaú, sus hijos.
Notas:
35,1-15 Jacob vuelve a Betel. La necesaria retirada de Siquén es puesta bajo la voluntad divina: es Dios quien ordena el traslado a Luz, ciudad cananea que recibe el nombre de Betel (15), del mismo modo que Jacob mismo recibirá el nombre de Israel (10). La manera como actúa Jacob está determinada por el recurso a la aparición de Dios o teofanía, en donde se percibe el querer de Dios y la obediencia silenciosa de Jacob.
Este relato tiene una especial importancia para los habitantes del reino del norte, ya que para ellos era esencial no sólo el paso del patriarca Jacob por estas localidades, sino su radicación y su residencia en Betel. Para el reino del sur, Berseba y Hebrón tienen un especial interés teológico. Hay que recordar que cuando la división del reino (931 a.C.), Jeroboán I parte exactamente de Siquén, donde está congregado todo el pueblo, y su primer lugar de residencia es precisamente Betel, donde realiza gestos semejantes a los de su antepasado: erige un altar y lo consagra al Dios de Israel (1 Re 12,25-33). En cualquier caso, se trata de leyendas y tradiciones con las que se intenta alimentar la fe israelita y mantener su propia identidad en una tierra que para ellos sigue siendo ajena.
35,16-21 Nacimiento de Benjamín y muerte de Raquel. Vida y muerte caminan juntas con el hombre y la mujer. Raquel, primer amor de Jacob, debe morir. Para nosotros, su muerte no tendría ningún significado especial si no fuera porque el mismo Jacob había sentenciado a muerte a quien hubiese robado los amuletos e ídolos de Labán (31,32). Sabemos que fue Raquel quien los hurtó, y también sabemos que en la mentalidad bíblica no hay nada que no tenga su justa recompensa. Pero la muerte que debe sobrevenir está precedida por la vida: nace el último hijo de Raquel, a quien impone un nombre que alude a la maldición: «Benoní» –Hijo de mi pesar–, revelando en el nombre del niño la causa de su propia muerte (18). Con todo, Jacob corrige el primer nombre dándole el de Benjamín –Hijo diestro–, que da más idea de bendición (18). El lugar de la sepultura de Raquel es aún hoy en día venerado por los judíos.
35,22-29 Muerte de Isaac. A punto ya de iniciar la historia de los hijos de Jacob/Israel, el redactor o los redactores nos informan de tres asuntos que consideran importantes:
- Plantea la razón por la cual Rubén será maldecido en 49,3s (22), una manera de expresar por qué Rubén siendo el primogénito de Jacob no heredó la bendición y las promesas. Tampoco Ismael, primogénito de Abrahán, fue su heredero, y tampoco Esaú lo fue de Isaac, dato curioso pero cargado de sentido teológico para ellos.
- Establece la lista completa de los doce hijos de Jacob y resaltar su común herencia aramea, a pesar de provenir de distintas madres.
- Cierra el ciclo de Isaac, que aún permanece abierto. Isaac muere anciano y colmado de años (29) y es enterrado por Jacob y Esaú, reunidos aquí porque, a pesar de lo que haya sucedido entre ellos, el tronco de origen sigue siendo común a ambos aunque sus destinos sean completamente diferentes.
Hay que recordar que el número de años no está en relación directa con la cantidad, sino con la calidad de la vida. El número ciento ochenta es una forma de reforzar la idea de «anciano y colmado de años» que le permite con tranquilidad «reunirse con los suyos». Estas frases son la forma más tranquila y común de asumir la realidad de la muerte en un anciano, lo cual no sucede con la muerte de una persona joven que en general es vista como signo de maldición.