Génesis, 6

Pecado de los hombres (Eclo 44,17s)

6 1Cuando los hombres se fueron multiplicando sobre la tierra y engendraron hijas, 2los hijos de Dios vieron que las hijas del hombre eran bellas, escogieron algunas como esposas y se las llevaron. 3Pero el Señor se dijo:

–Mi espíritu no durará por siempre en el hombre; puesto que es de carne no vivirá más que ciento veinte años.

4En aquel tiempo –es decir, cuando los hijos de Dios se unieron a las hijas del hombre y engendraron hijos– habitaban la tierra los gigantes –se trata de los famosos héroes de la antigüedad–.

5Al ver el Señor que en la tierra crecía la maldad del hombre y que toda su actitud era siempre perversa, 6se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra, y le pesó de corazón. 7Y dijo el Señor:

–Borraré de la superficie de la tierra al hombre que he creado; al hombre con los cuadrúpedos, reptiles y aves, porque me arrepiento de haberlos hecho.

8Pero Noé alcanzó el favor del Señor.

El diluvio: Dios, Noé y su familia

9Descendientes de Noé: Noé fue en su época un hombre recto y honrado, y trataba con Dios, 10y engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet.

11La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de crímenes. 12Dios vio la tierra corrompida, porque todos los vivientes de la tierra se habían corrompido en su proceder.

13Y Dios dijo a Noé:

–Veo que todo lo que vive tiene que terminar, porque por su culpa la tierra está llena de crímenes; los voy a exterminar con la tierra. 14Tú fabrícate un arca de madera resinosa con compartimientos, y recúbrela con brea por dentro y por fuera. 15Sus dimensiones serán: ciento cincuenta metros de largo, veinticinco de ancho y quince de alto. 16Hazle una ventana a medio metro del techo; una puerta al costado y tres pisos superpuestos. 17Voy a enviar el diluvio a la tierra, para que extermine a todo viviente que respira bajo el cielo; todo lo que hay en la tierra perecerá. 18Pero contigo estableceré una alianza: Entra en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres. 19Toma una pareja de cada viviente, es decir, macho y hembra, y métela en el arca, para que conserve la vida contigo: 20pájaros por especies, cuadrúpedos por especies, reptiles por especies; de cada una entrará una pareja contigo para conservar la vida. 21Reúne toda clase de alimentos y almacénalos para ti y para ellos.

22Noé hizo todo lo que le mandó Dios.

Notas:

6,1-8 Pecado de los hombres. Como si se tratara de una interrupción en la lista de descendientes de Adán, nos encontramos con este relato elaborado sobre una antigua creencia en una raza especial de gigantes que, según la leyenda, provienen de la unión de los «seres celestiales», hijos de Dios, con las hijas de los seres humanos.

El análisis crítico de la historia que desarrollan estos capítulos enfoca ahora los comportamientos negativos de los humanos que han traído como consecuencia la aparición del mal en el mundo. Este relato, patrimonio cultural de algunos pueblos antiguos vecinos de Israel, sirve al redactor para describir otro flagelo que sufrió el pueblo, los hijos de la prostitución sagrada, práctica muy común en todo este territorio del Cercano Oriente. Los descendientes de estas uniones reclamaban unos privilegios especiales que por supuesto no tenían, pero que ellos hacían valer como legítimos, lo cual traía como consecuencia más opresión y empobrecimiento al pueblo.

Este relato también puede reflejar el recuerdo doloroso de las injusticias cometidas por la familia real. Recuérdese que el rey era tenido como el «hijo de Dios»; podemos suponer que sus hijos reclamaban muchos privilegios que representaban una pesada carga para el pueblo, otra actitud totalmente contraria al plan divino de justicia y de igualdad.

Este relato nos introduce en la historia de Noé. Aumenta la tensión entre el plan armónico y bondadoso de Dios y la infidelidad y corrupción humanas, es decir, el rechazo libre y voluntario de ese plan. La Biblia lo llama corrupción y pecado. Al verlo, Dios se «arrepiente» de haber creado (6). Este pasaje tampoco hay que tomarlo al pie de la letra. No olvidemos que los autores sagrados se valen de muchas imágenes para desarrollar una idea o un pensamiento, porque quieren y buscan que sus destinatarios primeros los entiendan perfectamente.

6,9–8,22 El diluvio: Dios, Noé y su familia. El castigo va dirigido contra la estirpe setita, es decir, los descendientes de Set, el hermano de Abel, supuestamente la rama «buena» de la familia humana, no portadora de maldición, sino de bendición. Caín y su descendencia fueron declarados malditos por sus actitudes fratricidas. Sin embargo, los males de la humanidad no sólo tienen como culpables a esos grupos de poder que no respetan la vida; también el linaje «bueno» es responsable del fracaso del plan de Dios. Ése es el meollo de todo este pasaje.

Si leemos de corrido este relato, nos encontramos con repeticiones y datos difíciles de confirmar y de compaginar. No olvidemos que detrás de cada detalle hay un complejo mundo cargado de simbolismo. La narración se basa en un antiguo mito mesopotámico, pero adaptado aquí con una finalidad muy distinta a la del original, y con causas y motivos también muy distintos. Se conocen mitos de inundaciones universales de origen sumerio, acadio y sirio, pero dichos materiales reciben una nueva interpretación por parte de Israel. El relato bíblico parece muy antiguo; los especialistas rastrean en el texto actual la mano redaccional de tres de las cuatro grandes fuentes: la yahvista (J), la elohista (E) y la sacerdotal (P). Ésta última (P), fue la que le dio forma definitiva y, por eso, es la que más deja sentir su influencia.

De nuevo, un relato mítico se pone al servicio del análisis crítico de la historia del pueblo al ilustrar su tesis sobre la absoluta responsabilidad del ser humano en los males del pueblo y de la humanidad. En la dinámica de estos once primeros capítulos del Génesis, la narración sobre el diluvio viene a ser una autocrítica de Israel, que ha fracasado, «naufragado», en su vocación al servicio de la justicia y de la vida. También Israel como pueblo elegido, se dejó dominar por la tendencia acaparadora y egoísta del ser humano y terminó hundiéndose en el fracaso.

Desde esta perspectiva, no es necesario ni trae ningún beneficio a la fe preguntarnos por la veracidad histórica del diluvio, ni por la existencia real de Noé y de su arca. Si nos ubicamos en el punto de vista del escritor sagrado y en el contexto sociohistórico y religioso donde adquiere su forma actual este antiguo mito, la preocupación por la verificación y comprobación de esas cuestiones es inexistente. Tanto el lector como el oyente prestaban atención a lo que quiso decir el redactor, esto es, que el abandono de la justicia y del compromiso con la vida trae como consecuencia verdaderas catástrofes. La fe debe crecer al mismo ritmo que nuestra apuesta por la vida y la justicia.