Hebreos 3
Jesús y Moisés
3 1Por tanto, hermanos, ustedes que han sido consagrados y participan de una misma vocación celestial, piensen en Jesús el apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión.
2Él es fiel ante Dios que lo nombró para este servicio, como lo fue Moisés entre [todos] los de su casa. 3Más digno de gloria que Moisés, como es más estimado el constructor que la casa. 4Toda casa es construida por alguien, pero el constructor de todo es Dios. 5Entre todos los de su casa, Moisés era un servidor fiel, para garantizar lo que Dios iba a decir. 6Cristo, en cambio, como Hijo, está a cargo de la casa; y esa casa somos nosotros si mantenemos la confianza y nos gloriamos de la esperanza.
El hoy de Dios (Sal 95,7-11)
7En consecuencia, como dice el Espíritu Santo: Si hoy escuchan su voz, 8no endurezcan el corazón como cuando lo irritaron, el día de la prueba en el desierto, 9cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis acciones 10durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: Su mente siempre se extravía y no reconoce mis caminos. 11Por eso, airado, juré: No entrarán en mi descanso. 12Cuidado, hermanos: que ninguno de ustedes tenga un corazón perverso e incrédulo, que lo haga desertar del Dios vivo. 13Antes bien, anímense unos a otros cada día, mientras dura este hoy, para que nadie se endurezca seducido por el pecado. 14Porque, si mantenemos firme hasta el fin nuestra posición del principio, seremos compañeros de Cristo.
15Cuando dice: Si hoy escuchan su voz, no endurezcan el corazón, como cuando lo irritaron.
16¿Quiénes, aunque oyeron, lo irritaron? Ciertamente, todos los que salieron de Egipto guiados por Moisés.
17¿Con quiénes se indignó durante cuarenta años? Ciertamente, con los pecadores, cuyos cadáveres cayeron en el desierto.
18¿A quiénes juró que no entrarían en su descanso? Ciertamente a los rebeldes; 19y así vemos que por su incredulidad no pudieron entrar.
Notas:
3,1-6 Jesús y Moisés. El predicador dirige ahora su mirada a los cristianos y las cristianas a quienes llama «consagrados», es decir, los que han experimentado la salvación por medio de la muerte de Cristo y que probablemente expresaban ya en la liturgia de sus asambleas la fe en el «Sacerdote Mediador» de esta salvación.
Los invita a comparar la autoridad de la Palabra de salvación traída por este Apóstol (cfr. Sal 22,23; Mal 2,7) y Sumo Sacerdote con la del mediador más importante del pueblo de Israel, Moisés. Ambos, Moisés y Cristo son fieles y gozan de la comunicación íntima con Dios. Pero una es la intimidad del siervo y otra la del Hijo. Moisés presta sus servicios como «siervo» y administrador en la casa de Dios que él no fundó. Jesús, en cambio, es «Hijo», fundador con Dios de la «nueva casa» y directo administrador de ella. Y esa casa, que se sostiene en la confianza en Dios y en la esperanza del premio, «somos nosotros» (6).
3,7-19 El hoy de Dios. Toda la carta a los Hebreos es una exhortación a la comunidad cristiana a mantener su fidelidad a Cristo. Parece que el entusiasmo y la vitalidad cristiana de las primeras generaciones había decaído, dando paso al desaliento, al cansancio y quizás a la duda. ¿Pensaban algunos de los Hebreos volver a la ley judía que habían abandonado, añorando quizás el culto, los sacrificios y el sacerdocio del Templo de Jerusalén? Posiblemente por ello, el tono de la homilía se vuelve duro y premonitorio.
En lugar de exhortar con sus propias palabras hace que les hable directamente el Espíritu Santo a través del Sal 95,7-11: si «hoy escuchan su voz» (7); el mismo Espíritu es el que les dice lo que sucedió en el desierto a los israelitas que fueron infieles. Invitados por Dios para entrar en posesión de la tierra prometida, muchos de ellos se acobardaron, desconfiaron y se rebelaron, por lo cual fueron castigados a vagar por el desierto hasta morir, sin alcanzar el descanso de la promesa.
El tema del Éxodo era frecuente en la catequesis de la Iglesia primitiva (cfr. 1 Cor 10,1-7). La comunidad cristiana era considerada como el nuevo pueblo de Dios, caminando como en un nuevo éxodo hacia el descanso definitivo en el reino de Dios. El predicador ve este éxodo de la comunidad cristiana en el «hoy de Dios», con todo lo que tiene de oportunidad y de urgencia para perseverar en el camino hasta el final, con el mismo entusiasmo y la misma firmeza con que comenzó la marcha. Solo así «seremos compañeros del Mesías» (14). Los que murieron por el desierto, continúa el predicador, también fueron guiados por Moisés, también oyeron su voz, pero «por su incredulidad no pudieron entrar» (19) en el descanso de Dios.