Hebreos 7

Melquisedec y Jesucristo (Gn 14; Sal 110,4 )

7 1Este Melquisedec que era rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, salió al encuentro de Abrahán, cuando volvía de derrotar a los reyes, y lo bendijo; 2y Abrahán le dio un décimo de todo el botín. El nombre de Melquisedec quiere decir en primer lugar Rey de Justicia, después, Rey de Salem, que significa Rey de Paz. 3Figura sin padre ni madre, sin genealogía, sin principio ni fin de su vida, y así, a semejanza del Hijo de Dios, sigue siendo sacerdote por siempre. 4Fíjense ahora lo importante que sería, que el patriarca Abrahán le dio un décimo del botín.

5Los descendientes de Leví que reciben el sacerdocio tienen orden de cobrar legalmente diezmos al pueblo, es decir, a sus hermanos, que descienden también de Abrahán. 6En cambio, Melquisedec que no era descendiente de Leví cobra diezmos a Abrahán y bendice al titular de la promesa. 7Nadie duda que el menor es bendecido por el mayor. 8Además los hijos de Leví que reciben diezmos, son hombres que han de morir, en cambio en el caso de Melquisedec es uno de quien se declara que vive. 9Por decirlo así: el mismo Leví, el que cobra diezmos, pagó los suyos a Melquisedec en la persona de Abrahán 10porque, en cierto sentido, ya estaba en las entrañas de su antepasado Abrahán cuando le salió al encuentro Melquisedec.

11Ahora bien, si por el sacerdocio levítico se podía alcanzar la perfección –ya que por su mediación el pueblo recibía la ley–, ¿qué falta hacía nombrar otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de Aarón? 12Porque un cambio de sacerdocio significa necesariamente un cambio de ley.

13Jesús, de quien se habla aquí, pertenece a otra tribu, de la cual nadie ha oficiado en el altar. 14Es sabido que nuestro Señor procede de Judá, una tribu que no menciona Moisés cuando habla de sacerdotes.

15Y resulta aún más claro, ya que este nuevo sacerdote es nombrado a semejanza de Melquisedec, 16y recibe el título, no en virtud de una ley de sucesión carnal, sino por la fuerza de una vida indestructible.

17De él han declarado: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. 18De este modo queda cancelado el mandato anterior por inútil e ineficaz, 19porque la ley no llevó a la perfección; en cambio ahora se introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios.

20Además esto ha sido confirmado con un juramento, mientras los descendientes de Leví recibían el sacerdocio sin juramento, 21Jesús lo recibe con el juramento del que le dijo: Lo ha jurado el Señor y no se vuelve atrás: tú eres sacerdote para siempre. 22Por lo tanto es más valiosa la alianza que Jesús garantiza. 23Aquellos sacerdotes eran numerosos porque la muerte les impedía continuar. 24Éste, en cambio, como permanece siempre, tiene un sacerdocio que no pasa. 25Así puede salvar plenamente a los que por su medio acuden a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.

26Él es el sumo sacerdote que necesitábamos: santo, inocente sin mancha, apartado de los pecadores, ensalzado sobre el cielo. 27Él no necesita, como los otros sumos sacerdotes, ofrecer cada día sacrificios, primero por sus pecados y después por los del pueblo; esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

28La ley nombra sumos sacerdotes a hombres débiles; pero el juramento de Dios, que fue hecho después de la ley, nombra a un Hijo que llegó a ser perfecto para siempre.

Notas:

7,1-28 Melquisedec y Jesucristo. Es probable que este personaje del tiempo de Abrahán que aparece en Gn 14,18 y después en Sal 110,4 no nos diga nada a los lectores de hoy, y que la expresión «Jesucristo sacerdote según la línea de Melquisedec» nos parezca extraña e incomprensible. No olvidemos, sin embargo, que los destinatarios de la carta son judeocristianos y que, por tanto, estaban familiarizados y fascinados, como todos los judíos, por el misterio que envolvía a esta lejana personalidad sacerdotal del Antiguo Testamento. El predicador lo toma como imagen y figura del sacerdocio de Cristo para afirmar la superioridad y novedad absoluta de éste, en contraste y ruptura con el sacerdocio tradicional del Templo de Jerusalén.

Y así, va aplicando a Cristo todo lo que el texto de Gn 14 dice de Melquisedec «sacerdote del Dios Altísimo» (1). Primero se fija en sus títulos: «Rey de Justicia... Rey de Paz» (2). Aparece en escena misteriosamente «sin padre ni madre, sin genealogía, sin principio ni fin de su vida» (3). Así es el sacerdocio de Cristo, cuyos orígenes se pierden en el misterio de Dios. Pondera después la grandeza del sacerdote Melquisedec –es decir, de Cristo–, a quien el mismo Abrahán acata y reconoce al ofrecerle tributo y recibir su bendición, pues «nadie duda que el menor es bendecido por el mayor» (7). El Patriarca actuaba no solamente a título propio, sino como figura corporativa, es decir, representando a toda su descendencia, entre la que se encuentra la tribu de Leví, de la que provenía la clase sacerdotal del pueblo judío.

Compara ahora el sacerdocio levítico con el sacerdocio de Cristo y nuestro predicador afirma la superioridad absoluta de éste.

Se fija especialmente en dos características: la eficacia y la duración.

El sacerdocio levítico, con todas sus leyes de culto, no ha logrado relacionar plenamente a las personas con Dios, quedando así derogado «por inútil e ineficaz» (18). Así lo confirman las Escrituras al anunciar y prometer con juramento un sacerdote de otro orden, «una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios» (19).

En cuanto al número y la duración, los sacerdotes levíticos eran muchos, se repartían el trabajo en turnos, morían y otros les sucedían. Nuestro sumo sacerdote es único y vive perpetuamente, como garantiza el juramento: «tú eres sacerdote para siempre» (21). Finalmente, los sacerdotes levíticos eran pecadores, debían ofrecer «cada día sacrificios, primero, por sus pecados» (27), mientras que el sumo sacerdote Jesús es «santo, inocente, sin mancha» (26), ofreciéndose a sí mismo en sacrificio, como víctima inmaculada «de una vez para siempre» (27). Así termina el predicador la presentación del Sumo Sacerdote Jesús, a quien ve ya anunciado en el misterioso y profético personaje Melquisedec.