Hebreos 8
La nueva Alianza (Jr 31,31-34)
8 1Llego al punto central de mi exposición. Tenemos un sumo sacerdote que tomó asiento en el cielo a la derecha del trono de Dios. 2Él es el ministro del santuario y de la verdadera morada, construida por el Señor y no por hombres.
3Todo sumo sacerdote es nombrado para ofrecer dones y sacrificios; luego también éste necesitaba algo que ofrecer. 4Si Jesús estuviera en la tierra, no sería sacerdote, ya que hay otros que ofrecen legalmente dones. 5Pero el culto que ellos ofician es una figura y sombra de las realidades celestiales, como dice el oráculo que recibió Moisés para fabricar la tienda: Atención, haz todo según el modelo que te mostraron en el monte.
6Ahora bien, él ha recibido un ministerio superior, ya que es mediador de una alianza mejor, fundada sobre promesas mejores. 7Porque si la primera Alianza hubiera sido irreprochable, no habría lugar para la segunda.
8Pero él pronuncia un reproche: Miren que llegan días –oráculo del Señor– en que haré una alianza nueva con la Casa de Israel y con la Casa de Judá; 9no será como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto; ya que ellos no permanecieron fieles a mi alianza y yo me desentendí de ellos –dice el Señor–. 10Así será la alianza que haré con la Casa de Israel en el futuro –oráculo del Señor–: Pondré mi ley en su conciencia, la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 11No tendrá que instruir uno a su prójimo, otro a su hermano, diciendo: tienes que conocer al Señor; porque todos, grandes y pequeños me conocerán. 12Porque yo perdonaré sus culpas y olvidaré sus pecados. 13Al decir nueva, declara vieja la primera. Y lo que envejece y queda anticuado está a punto de desaparecer.
Notas:
8,1-13 La nueva Alianza. El predicador quiere destacar lo dicho hasta ahora en una especie de resumen al que, por su importancia, no duda en llamarlo «el punto central de mi exposición» (1).
Y lo hace comenzando con una nueva referencia a Sal 110, en la que contempla al Hijo de Dios –el «Mi Señor» con que se inicia el salmo– sentado «en el cielo a la derecha del trono de Dios» (1), ejerciendo su función de sacerdote mediador «de una alianza mejor, fundada sobre promesas mejores» (6).
El predicador va a explicar cómo ejerce Jesús su sacerdocio y fija su atención en sus cuatro aspectos fundamentales: 1. El lugar donde actúa como sacerdote; 2. El santuario donde se ofrece el sacrificio; 3. El sacrificio que se ofrece, y 4. La nueva alianza que inaugura el sacrificio.
Su argumentación, como ya nos tiene acostumbrados, se basa en la interpretación de las Escrituras, vistas con los ojos iluminados por la fe. Y así comienza diciendo que Jesús no podía ejercer su sacerdocio en la tierra por dos razones. La primera, porque Él no era legalmente sacerdote, ya que no pertenecía a la tribu sacerdotal de Leví. Desde el punto de vista de la legalidad, tan importante para los judíos, Jesús fue simplemente un laico. La segunda y fundamental, porque Jesús es sacerdote de una nueva alianza y todo lo anterior, incluyendo el sacerdocio de la antigua alianza del pueblo judío, «queda anticuado… está a punto de desaparecer» (13). Sus sacerdotes «ofician en una figura y sombra de las realidades celestiales» (5). La sombra puede reproducir el perfil, pero carece de substancia. Citando Éx 25,40, el predicador les recuerda que Moisés construyó la tienda del santuario «según el modelo que te mostraron en el monte» (5), es decir, como la copia pasajera, como sombra del verdadero santuario que Dios tenía preparado para un futuro que ya se está haciendo presente en la muerte y resurrección de Cristo.
Este futuro que ya experimentamos es la nueva alianza que anunció el profeta Jeremías: «así será la alianza... en aquel tiempo futuro... meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31,33). La nueva alianza se basa en la promesa gratuita de Dios de que el perdón de los pecados será completo; la ley estará interiorizada y el conocimiento de Dios estará asegurado para todos. El predicador afirma que estas promesas de futuro expresadas por el profeta se están cumpliendo ahora en la persona de Jesús, quien las inauguró y las ratificó, no con sangre extraña de sacrificios, sino con su propia sangre.