Hechos de los Apóstoles, 2
Pentecostés (cfr. Jn 20,22)
2 1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. 2De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. 3Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse.
5Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. 6Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma. 7Fuera de sí por el asombro, comentaban:
—¿Acaso los que hablan no son todos galileos? 8¿Cómo es que cada uno los oímos en nuestra lengua nativa? 9Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, Ponto y Asia, 10Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios.
12Fuera de sí y perplejos, comentaban:
—¿Qué significa esto?
13Otros se burlaban diciendo:
—Han tomado demasiado vino.
Pedro, testigo de la resurrección
14Pedro se puso de pie con los Once y levantando la voz les dirigió la palabra:
—Judíos y todos los que habitan en Jerusalén, sépanlo bien y presten atención a lo que voy a decir.
15Estos hombres no están ebrios, como ustedes sospechan, ya que no son más que las nueve de la mañana. 16Sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel:
17En los últimos tiempos –dice Dios–
derramaré mi espíritu sobre todos:
sus hijos e hijas profetizarán,
sus jóvenes verán visiones
y sus ancianos tendrán sueños;
18también sobre mis servidores
y mis servidoras
derramaré mi espíritu aquel día
y profetizarán.
19Haré prodigios arriba en el cielo
y abajo en la tierra:
sangre, fuego, humareda;
20el sol aparecerá oscuro,
la luna ensangrentada,
antes de llegar el día del Señor,
grande y glorioso.
21Todos los que invoquen
el nombre del Señor se salvarán.
22Israelitas, escuchen mis palabras:
—Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien saben. 23A éste hombre, entregado conforme a los planes y propósitos que Dios tenía hechos de antemano, ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. 24Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte, lo resucitó, porque la muerte no podía retenerlo.
25David dice refiriéndose a él:
Pongo siempre delante al Señor:
con él a la derecha no vacilaré.
26Por eso se me alegra el corazón,
mi lengua canta llena de gozo
y mi carne descansa esperanzada:
27porque no me dejarás en la muerte
ni permitirás que tu devoto
conozca la corrupción.
28Me enseñaste el camino de la vida,
me llenarás de gozo en tu presencia.
29Hermanos, permítanme que les diga con toda franqueza: el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros. 30Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono, 31previó y predijo la resurrección del Mesías, diciendo que no quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción. 32A este Jesús lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello. 33Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo.
34Porque David no subió al cielo, sino que dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
35hasta que ponga tus enemigos
debajo de tus pies.
36Por tanto, que todo el pueblo de Israel reconozca que a este Jesús crucificado por ustedes, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías.
37Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
—¿Qué debemos hacer, hermanos?
38Pedro les contestó:
—Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. 39Porque la promesa ha sido hecha para ustedes y para sus hijos y para todos aquellos que están lejos a quienes llamará el Señor nuestro Dios.
40Y con otras muchas razones les hablaba y los exhortaba diciendo:
—Pónganse a salvo, apártense de esta generación malvada.
41Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas.
Segundo informe: la primera comunidad cristiana
42Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
43Ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles, un sentido de reverencia se apoderó de todos.
44Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común.
45Vendían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno.
46A diario acudían fielmente e íntimamente unidos al templo; en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. 47Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba.
El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando.
Notas:
2,1-13 Pentecostés. En estos versículos, Lucas relata el acontecimiento más importante de los Hechos: Pentecostés o el nacimiento de la Iglesia. El lector de hoy que lee y medita este episodio puede preguntarse si efectivamente así sucedió todo… O quizás fue de otra manera.
Para dar respuesta a esta interrogante, debemos tener en cuenta lo siguiente: Lucas quiere contarnos un hecho evidente en las comunidades cristianas de su tiempo: el Espíritu Santo, prometido por Jesús, estaba actuando en y por ellas. La gente que oía su testimonio se convertía. Las persecuciones confirmaban su fe y su decisión de seguir anunciando el Evangelio. Estaba surgiendo, pues, una nueva comunidad de hombres y mujeres que vivían como hermanos y hermanas, unánimes en la oración, solidarios en el día a día, pues lo compartían todo, y alegres por el Evangelio. Estaban convencidos de estar inaugurando los tiempos nuevos prometidos por Jesús.
¿Cómo describir esta venida transformadora del Espíritu Santo que dio origen a la Iglesia y seguía animando a las comunidades de aquel entonces?
Los demás autores del Nuevo Testamento hablan de esta realidad, pero ninguno de ellos se atrevió a describirla. Lucas lo intenta; pero, ¿cómo lo hace? A Lucas no le interesa el cómo y el cuándo. Su narración va más allá de las circunstancias concretas en que aquellos hombres y mujeres se sintieron llenos del Espíritu. A Lucas le interesa transmitirnos el sentido, el alcance y las consecuencias de la venida para aquella comunidad de creyentes y para el mundo entero. Para eso construye este relato que conserva su frescura y actualidad dos mil años después de haber sido escrito. No sólo narra un hecho del pasado, es decir, la primera venida del Espíritu, sino que podría servir de modelo para contar e interpretar lo que el Espíritu sigue haciendo en las personas y en nuestras comunidades cristianas de hoy.
En primer lugar, Lucas propone para esta primera venida del Espíritu una fecha muy significativa para los judíos: el día en que terminaban las siete semanas de celebraciones después de la Pascua, es decir el día cincuenta, que en lengua griega se dice «pentecostés», un día asociado al recuerdo de la Alianza de Dios con el pueblo judío en el monte Sinaí. Éste es el primer mensaje de Lucas: la venida del Espíritu inaugura una nueva alianza de Dios con todos los hombres y mujeres de la tierra.
A continuación nos presenta el primer escenario de su narración: la casa donde la comunidad estaba reunida en oración desde hacía nueve días con María, la madre de Jesús. El Espíritu viene y se apodera de todos ellos.
¿Cómo contar un acontecimiento tan extraordinario? Lucas recurre a las imágenes clásicas usadas en el Antiguo Testamento para describir las intervenciones de Dios. Habla de un ruido, como de viento huracanado, que invadió toda la casa. La lengua griega usa el mismo término para designar «viento» y «Espíritu». Después aparecen como lenguas de fuego que se reparten y se posan sobre cada uno de los presentes quienes, llenos ya del Espíritu, comienzan a hablar en lenguas extranjeras.
Hoy diríamos, en términos modernos, que Lucas nos presenta una composición audiovisual para comunicarnos cómo el Espíritu de Dios tomó posesión de aquellos hombres y mujeres.
Seguidamente cambia de escenario. Los discípulos parecen no estar en una casa, sino ante una multitud congregada, venida de muchas naciones que, asombrada, escucha a los apóstoles hablando en su propio idioma.
La pluralidad de la multitud, que Lucas presenta con insistencia, nos revela la apertura del Evangelio a todas las naciones, a todas las culturas. Hoy hablamos de inculturación del Evangelio o evangelización de las culturas como de algo impuesto por los signos de los tiempos.
¿Es posible que hayamos tardado tanto tiempo en comprender lo que nos dice Lucas sobre la pluralidad de la Iglesia en el primer día de su nacimiento?
Lucas prosigue su narración con una nota de ironía. Algunos de los presentes afirmaban que aquellos hombres que les hablaban estaban borrachos.
2,14-41 Pedro, testigo de la resurrección. Entonces Pedro y los once se pusieron de pie. Hemos llegado a la parte más importante de la narración de Lucas, que interpreta a través de las palabras de Pedro todo lo que está sucediendo.
¿Se trata del mismo Pedro que conocimos en el evangelio? No. Audacia y atrevimiento serían las palabras para describir al nuevo Pedro que surge de la experiencia de Pentecostés. Habla con autoridad. Como los antiguos profetas, asume el papel de jefe del nuevo pueblo de Dios que acaba de nacer y sus palabras abren el tiempo del testimonio que ha de recorrer el mundo.
Su mensaje es de denuncia y esperanza. Les dice que se está cumpliendo lo que los profetas anunciaron para el final de los tiempos: «derramaré mi Espíritu sobre todos: sus hijos e hijas profetizarán, sus jóvenes verán visiones y sus ancianos tendrán sueños» (17) y «todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán» (21).
A continuación presenta al que ha abierto las puertas a la presencia y poder del Espíritu: Jesús de Nazaret a quien «ustedes lo crucificaron y le dieron muerte… pero Dios lo resucitó» (23s), y «exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha comunicado como ustedes están viendo y oyendo» (33). «Dios lo ha nombrado Señor y Mesías» (36). He aquí, en boca de Pedro, la confesión esencial de la fe cristiana que no dejará ya de anunciarse hasta el final de los tiempos.
El efecto del testimonio de Pedro fue inmediato. «¿Qué debemos hacer, hermanos?» (37), exclamaron muchos de los allí presentes.
Ésta es la pregunta que debemos hacernos todos los oyentes del Evangelio. A este interrogante universal responden las palabras de Pedro que recogen las exigencias del Evangelio válidas para todos los tiempos:
«Arrepiéntanse y háganse bautizar invocando el nombre de Jesucristo, para que se les perdonen los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo», es decir, una nueva vida, la de hijos e hijas de Dios.
Termina Lucas su relato diciendo que aquel día se convirtieron unas tres mil personas. Más que el número, Lucas quiere resaltar la fuerza irresistible del Evangelio y la presencia operante del Espíritu.
La Iglesia, como nuevo pueblo de Dios, había comenzado aquel día de Pentecostés su andadura histórica.
Los protagonistas del libro de los Hechos han sido presentados:
El Espíritu Santo, la Palabra de Dios llevada por los testigos misioneros a todos los pueblos y la comunidad que nace de la Palabra y del Espíritu como el nuevo Pueblo de Dios.
2,42-47 Segundo informe: la primera comunidad cristiana. Lucas cierra este episodio de Pentecostés con su segundo sumario en que nos cuenta brevemente la vida interna de la primera comunidad de Jerusalén como efecto inmediato del don del Espíritu. Describe las actitudes y prácticas que expresan y mantienen esa vida: la escucha de las enseñanzas de los apóstoles, la oración continua y la «fracción del pan», término con que la Iglesia primitiva designaba a la eucaristía, que es el sacramento de la comunión con Cristo, palabra y pan de vida (Jn 6,34.51). Añade algo más: esta unión se manifiesta en la comunión de bienes. Los ricos vendían sus propiedades y las repartían entre los pobres.
Se ha dicho que el evangelio de Lucas es el evangelio de los pobres. Esa preocupación por los desposeídos aparecerá de nuevo a lo largo de todo el libro de los Hechos. De momento, en una frase escueta nos indica que la comunidad practicaba algo tan revolucionario y tan nuevo entonces como ahora, es decir, que los ricos repartieran sus bienes entre los pobres. Finaliza esta sección describiendo el crecimiento rápido de la comunidad cristiana como signo de la presencia del Espíritu y también como fruto de su fidelidad a Jesús. El testimonio de vida de los cristianos ayer y hoy es el impacto mayor que acompaña todo proceso de evangelización.