Josué, 8
Conquista de Ay (Eclo 46,2)
8 1El Señor dijo a Josué:
–No temas ni te acobardes. Vete con tu ejército a atacar Ay, que yo te pongo en las manos a su rey, su gente, la ciudad y sus campos. 2Trata a la ciudad y a su rey como trataste a Jericó y a su rey. Sólo se llevarán el botín y el ganado. Pon emboscadas al otro lado del pueblo.
3Josué y su ejército prepararon el ataque de Ay. Josué escogió treinta mil soldados y los envió durante la noche 4con estas instrucciones:
–Presten atención, ustedes estarán emboscados detrás del pueblo, pero sin alejarse mucho, manténganse alerta; 5yo y los míos nos acercaremos. Cuando el enemigo salga contra nosotros, como la primera vez, huiremos ante ellos; 6ellos saldrán detrás, pensando que huimos como la primera vez, y así lograremos alejarlos del pueblo. 7Entonces salgan de la emboscada y apodérense de la ciudad –el Señor se las entregará– 8y en cuanto la ocupen, la incendiarán. Hagan lo que ha dicho el Señor. Éstas son mis órdenes.
9Los despachó, y fueron a ubicarse en el lugar de la emboscada entre Betel y Ay, al oeste de Ay. Josué pasó aquella noche entre la tropa. 10Se levantó temprano, pasó revista a la tropa y marchó contra Ay. El iba a la cabeza, con los ancianos de Israel. 11Todos los soldados que los acompañaban fueron acercándose a Ay, hasta llegar frente a ella, y acamparon al norte, dejando el valle entre ellos y el pueblo. 12Josué había tomado unos cinco mil hombres y los había emboscado entre Betel y Ay, al oeste de la villa. 13El grueso del ejército acampó al norte, la retaguardia al oeste de la villa. Josué fue aquella noche hasta la mitad del valle.
14Cuando el rey de Ay lo descubrió, despertó a toda prisa a la gente y salió con su ejército a presentar batalla a Israel, en la bajada frente al desierto, sin saber que le habían tendido una emboscada detrás de la ciudad. 15Josué y los israelitas cedieron ante ellos y emprendieron la fuga camino del desierto. 16Los de Ay salieron gritando tras ellos y persiguieron a Josué, alejándose de la ciudad; 17no quedó uno en Ay que no saliera en persecución de los israelitas y por perseguirlos dejaron la ciudad desguarnecida.
18El Señor dijo a Josué:
–Extiende en dirección de Ay la lanza que llevas en la mano, porque la entrego en tu poder.
19Josué extendió en dirección de Ay la lanza que llevaba en la mano, y los de la emboscada salieron corriendo de sus posiciones, entraron en la ciudad, la ocuparon y la incendiaron en seguida. 20Los de Ay se volvieron a mirar y vieron que subía de la ciudad una humareda hasta el cielo y que no tenían escapatoria por ninguna parte, porque los que habían huido hacia el desierto se volvieron contra sus perseguidores. 21Ya que Josué y los israelitas, viendo que los de la emboscada habían incendiado la ciudad, por la humareda que subía, se dieron la vuelta y atacaron a los de Ay 22y por su parte los de la emboscada salieron de Ay a su encuentro, y así se vieron encerrados entre dos ejércitos israelitas. Israel los derrotó hasta no dejarles un superviviente ni un fugitivo. 23Al rey de Ay lo apresaron vivo y se lo llevaron a Josué.
24Cuando los israelitas acabaron de matar a todos los de Ay que habían salido a campo abierto en su persecución, haciéndolos caer a todos a filo de cuchillo, hasta el último, se volvieron contra Ay y pasaron a cuchillo a sus habitantes. 25Las bajas de aquel día fueron doce mil entre hombres y mujeres, toda gente de Ay. 26Josué tuvo extendido el brazo con la lanza hasta que exterminaron a todos los de Ay.
27Los israelitas se llevaron sólo el ganado y el botín, como había ordenado el Señor a Josué. 28Josué incendió la ciudad, reduciéndola a un montón de escombros, que dura hasta hoy. 29Al rey de Ay lo ahorcó de un árbol y lo dejó allí hasta la tarde; al ponerse el sol mandó bajar del árbol el cadáver, lo tiraron junto a la puerta de la ciudad y lo cubrieron con un montón enorme de piedras, que se conserva hasta hoy.
30Entonces levantó Josué un altar al Señor, Dios de Israel, en el monte Ebal, 31como había mandado Moisés, siervo del Señor, a los israelitas –está escrito en el libro de la ley de Moisés–: un altar de piedras enteras, no labradas a hierro, y ofrecieron sobre él holocaustos y sacrificios de comunión.
32Allí escribió Josué sobre las piedras una copia de la ley que Moisés había escrito en presencia de los israelitas. 33Todo Israel, los ancianos, los escribas y los jueces estaban a ambos lados del arca, frente a los sacerdotes levitas portadores del arca de la alianza del Señor. Tanto el extranjero como el nativo: la mitad hacia el monte Garizín, la otra mitad hacia el monte Ebal, como había mandado Moisés, siervo del Señor, cuando bendijo por primera vez al pueblo israelita.
34Josué leyó todo el texto de la ley, bendiciones y maldiciones, tal como está escrito en el libro de la Ley. 35De cuanto prescribió Moisés no quedó ni una palabra que Josué no leyera ante la asamblea de Israel, incluidos niños, mujeres y los extranjeros que iban con ellos.
Notas:
8,1-35 Conquista de Ay. Un segundo intento de ataque a la ciudad de Ay da como resultado su conquista y destrucción gracias a una estratagema ideada por Josué, pero dirigida por el mismo Dios. Nótese el lenguaje religioso que emplea el redactor; como se ha dicho, éste no pretende simplemente contar una campaña militar, sino más bien hacer una relectura de cómo Israel llegó a poseer el territorio donde debiera haber mostrado las actitudes propias de un pueblo elegido por Dios. Desafortunadamente se mezclan el lenguaje religioso y el bélico para describir escenas de masacre y violencia; pero sólo es el ropaje externo de un mensaje perdurable. La prueba está en que, según los datos arqueológicos, ni Jericó, ni Ay, ni otras ciudades mencionadas en el libro existían para la época de la invasión israelita de Canaán, pues habían sido reducidas a ruinas hacía ya por lo menos dos siglos. Esto significa que por encima de las descripciones materiales se encuentran otras intenciones e intereses teológicos que tal vez no aparezcan demasiado claros para nosotros, pero que sí eran comprensibles, y sobre todo útiles, para la conciencia y la fe de los judíos del exilio y, sobre todo, del postexilio. Termina el capítulo refiriendo cómo Josué construye un altar al Señor en el que ofrece sacrificios de comunión, y cómo graba en las piedras del altar una copia de la Ley de Moisés. La lectura ante todo el pueblo de las bendiciones y maldiciones es una forma de decir que el compromiso de Israel en cada avance, en cada pedazo de tierra conquistada, es propagar el proyecto único de su Dios consignado en la Ley.