Juan, 6

Da de comer a cinco mil (cfr. Mt 14,13-22; Mc 6,30-45; Lc 9,10-17)

6 1Después de esto pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea –el Tiberíades–. 2Le seguía un gran gentío, porque veían las señales que hacía con los enfermos. 3Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos. 4Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. 5Levantando la vista y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe:

—¿Dónde compraremos pan para darles de comer? 6–lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer–.

7Felipe le contestó:

—Doscientas monedas de pan no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo.

8Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice:

9—Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es eso para tantos?

10Jesús dijo:

—Hagan que la gente se siente.

Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los hombres eran cinco mil. 11Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. 12Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos:

—Recojan las sobras para que no se desaproveche nada.

13Las recogieron y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce canastas. 14Cuando la gente vio la señal que había hecho, dijeron:

—Éste es el profeta que había de venir al mundo.

15Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

Camina sobre el agua (cfr. Mt 14,23-33; Mc 6,46-52)

16Al atardecer los discípulos bajaron hasta el lago. 17Subieron a la barca y atravesaron el lago hacia Cafarnaún. Había oscurecido y Jesús no los había alcanzado aún. 18Soplaba un fuerte viento y el lago se encrespaba. 19Cuando habían remado unos cinco o seis kilómetros, ven a Jesús que se acerca al barco caminando sobre el agua, y se asustan.

20Él les dice:

—Yo soy, no teman.

21Quisieron subirlo a bordo, y enseguida la barca tocó tierra, en el lugar al que se dirigían.

Discurso eucarístico
Jesús, alimento que no perece

22A la mañana siguiente la gente que se había quedado en la otra orilla vio que allí no había más que un bote, siendo así que los discípulos se habían ido solos y Jesús no se había ido con ellos. 23Desde Tiberíades llegaron otras barcas y atracaron cerca del lugar donde el Señor dio gracias y ellos comieron el pan.

24Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron en los botes y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. 25Lo encontraron a la otra orilla del lago y le preguntaron:

—Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?

26Jesús les respondió:

—Les aseguro que no me buscan por las señales que han visto, sino porque se han hartado de pan. 27Trabajen no por un alimento que perece, sino por un alimento que dura y da vida eterna; el que les dará el Hijo del Hombre. En él Dios Padre ha puesto su sello.

Jesús, pan bajado del cielo

28Le preguntaron:

—¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?

29Jesús les contestó:

—La obra de Dios consiste en que ustedes crean en aquel que él envió.

30Le dijeron:

—¿Qué señal haces para que veamos y creamos? ¿En qué trabajas? 31Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:

Les dio a comer pan del cielo.

32Les respondió Jesús:

—Les aseguro, no fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. 33El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.

34Le dijeron:

—Señor, danos siempre de ese pan.

35Jesús les contestó:

—Yo soy el pan de la vida: el que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed. 36Pero ya les he dicho: ustedes [me] han visto y sin embargo no creen.

37Los que el Padre me ha confiado vendrán a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera; 38porque no bajé del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. 39Y ésta es la voluntad del que me envió, que no pierda a ninguno de los que me confió, sino que los resucite [en] el último día. 40Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que contempla al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré [en] el último día.

Jesús, pan de vida

41Los judíos murmuraban porque había dicho que era el pan bajado del cielo; 42y decían:

—¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que ha bajado del cielo?

43Jesús les dijo:

—No murmuren entre ustedes. 44Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré el último día. 45Los profetas han escrito que todos serán discípulos de Dios. Quien escucha al Padre y aprende vendrá a mí. 46No es que alguien haya visto al Padre, sino el que está junto al Padre; ése ha visto al Padre. 47Les aseguro que quien cree tiene vida eterna.

48Yo soy el pan de la vida. 49Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron. 50Éste es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera. 51Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne.

La carne y la sangre de Jesús, alimento y bebida de salvación (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20; 1 Cor 11,23-25)

52Los judíos se pusieron a discutir:

—¿Cómo puede éste darnos de comer [su] carne?

53Les contestó Jesús:

—Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre, no tendrán vida en ustedes. 54Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. 55Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. 56Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. 58Éste es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron sus padres, y murieron. Quien come este pan vivirá siempre.

59Esto dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.

Consecuencias del discurso

60Muchos de los discípulos que lo oyeron comentaban:

—Este discurso es bien duro: ¿quién podrá escucharlo?

61Jesús, conociendo por dentro que los discípulos murmuraban, les dijo:

—¿Esto los escandaliza? 62¿Qué será cuando vean al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? 63El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. 64Pero hay algunos de ustedes que no creen –desde el comienzo sabía Jesús quiénes no creían y quién lo iba a traicionar–.

65Y añadió:

—Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede.

66Desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él.

Confesión de Pedro (cfr. Mt 16,13-20; Mc 8,27-30; Lc 9,18-21)

67Así que Jesús dijo a los Doce:

—¿También ustedes quieren abandonarme?

68Simón Pedro le contestó:

—Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Consagrado de Dios.

70Jesús les respondió:

—¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo uno de ustedes es un diablo 71–lo decía por Judas Iscariote, uno de los Doce, que lo iba a entregar–.

Notas:

6,1-15 Da de comer a cinco mil. La muchedumbre no viene con enfermos para que Jesús los sane como señala el primer evangelio (Mt 15,30), sino movida por un cierto entusiasmo mesiánico, pues ha visto los signos que ha hecho. El que Jesús suba a la montaña y se siente concede a la escena un carácter solemne, puede aludir a la subida de Moisés al Sinaí (Éx 19,20; 24,1s), como también al festín escatológico: sobre la montaña prepara Dios para todos los pueblos un gran banquete (Is 25,6-10).

Jesús mismo crea el suspense. Su pregunta se parece a la de Moisés, angustiado: «¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: Danos de comer carne» (Nm 11,13). Pero Jesús no se dirige, como Moisés, a Dios, sino a Felipe; esto sirve para indicar la imposibilidad humana de realizar el milagro. Jesús, a diferencia de Moisés, sabía muy bien lo que iba a hacer (6). Los cinco panes y los dos pescados resaltan el origen humilde del grandioso prodigio.

La orden dada por Jesús es la de recostarse para comer, «ponerse a la mesa». Jesús no sólo distribuye la comida, sino que preside una comunidad de mesa. Es descrito como el Señor del banquete y los beneficiarios como convidados. Juan emplea un vocabulario rigurosamente paralelo al de la institución de la Eucaristía (11). El milagro anticipa indudablemente el banquete eucarístico; más aún, significa la sobreabundancia y la permanencia del alimento eucarístico.

Únicamente Juan señala un esbozo de manifestación mesiánica. Jesús, sabiendo que venía la gente para hacerle rey, se retira al monte solo. Esta breve escena sugiere así lo que anunciará el discurso: sólamente a través de su muerte Jesús llegará a ser rey; sólo a través de su muerte será el verdadero pan de vida.

6,16-21 Camina sobre el agua. Este episodio está presentado por el cuarto evangelio no como un milagro de la tempestad calmada, sino como una epifanía que resalta la trascendencia de Jesús. A pesar de estar contado desde el punto de vista de los discípulos, se halla centrado por entero en la persona del Maestro, quien pronuncia la expresión tan significativa: «Yo soy», y los pone enseguida a salvo. Jesús se revela con la fuerza misma de Dios, es el que camina por las aguas (Sal 77,20; Is 51,10).

6,22-71 Discurso eucarístico. La gente busca a Jesús, pero lo hace con una fe inmadura; se queda sólo en la manifestación superficial de las obras que el Maestro realiza. Jesús reacciona y da comienzo al extenso y profundo discurso eucarístico.

Jesús, alimento que no perece (22-27). El evangelista afirma que nadie por sí mismo puede conseguir un alimento que no perece; sin embargo, todos deben hacer lo posible para acoger la comida que el Señor nos ofrece. El contraste entre alimento que perece y alimento que perdura para la vida eterna, es típico de Juan. El Hijo del Hombre dará el alimento que no perece.

Jesús, pan bajado del cielo (28-40). Creer en Jesucristo es el único trabajo que es preciso hacer.

La «obra de Dios» es una expresión densa; significa al mismo tiempo que la obra querida por Dios es la fe, y que la fe es un don y obra de Dios. Jesús se identifica con el pan de vida, que da activamente la vida y produce consecuencias eternas, que transciende las posibilidades humanas. Pero toda esta transformación requiere por parte del ser humano una condición previa, la fe. Para tener la vida divina es preciso creer en Jesús.

Jesús, pan de vida (41-51). Los «judíos murmuraban». Esto recuerda la actitud del pueblo en el tiempo del Éxodo (Éx 16,2; Nm 14,27). Los judíos murmuran porque Jesús se presenta como el pan bajado del cielo, siendo así que es hijo de José, su padre y su madre son conocidos. Jesús exhorta a no continuar murmurando (imperativo de presente), exige una fe incondicional que supere los cálculos cerrados, y afirma con una formulación exclusiva: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió» (44). La fe no depende de la iniciativa humana ni de sus méritos; es ante todo una atracción interior que el Padre suscita. No se trata de un determinismo o predestinación arbitraria, sino más bien de la constatación de la iniciativa divina.

La carne y la sangre de Jesús, alimento y bebida de salvación (52-59). El versículo 55 es central, acentúa el realismo de la eucaristía. La carne y la sangre del Hijo del Hombre son verdadera comida y verdadera bebida. Pueden perfectamente cumplir la función de saciar el hambre y la sed de las que Jesús hablaba en 6,35b.

Gracias a la eucaristía el creyente se encuentra unido a Jesucristo (56); se trata de una compenetración recíproca, de una permanencia mutua. La misma vida divina que va del Padre al Hijo pasa al creyente que comulga (57).

Se ha visto en esto una síntesis de todo el cuarto evangelio y del discurso eucarístico. Jesús es Hijo, el discípulo llega a ser hijo de Dios por su unión con el Hijo. Comiendo la carne gloriosa de Jesús, pan de vida, el creyente recibe con sobreabundancia la vida divina. Esta comunicación de vida participada acontece en un contexto de misión. No se trata de una vida que se confina, sino que debe comunicarse a los demás, siguiendo el mismo impulso dinámico del Hijo, el enviado del Padre, que vino al mundo para dar vida.

Consecuencias del discurso (60-66). La enseñanza de Jesús resulta dura, y muchos de sus discípulos lo abandonan. El misterio eucarístico remite a otro más amplio: el misterio del Hijo del Hombre; pero este misterio da, al mismo tiempo, la clave de interpretación de todo el relato, y pretende disipar el malentendido de los judíos y de los discípulos respecto al comer la carne del Hijo del Hombre. ¡No se trata, en modo alguno, de canibalismo! Jesús responde remitiéndose a su subida al cielo, a su condición de resucitado de la muerte, es decir, a su carne que ya no es ni frágil ni corruptible, sino gloriosa y llena de Espíritu. La carne de Jesucristo puede comunicar vida, porque ha sido investida del Espíritu vivificante (1 Cor 15,45-49), de la misma vida de Dios.

Sin la ayuda del Espíritu, sin el don de la fe, toda la vida de Jesús se convierte en un permanente escándalo. Sus palabras de revelación en un continuo e impenetrable velo de incomprensión.

Confesión de Pedro (67-71). Ante al abandono de muchos de sus discípulos (66), Jesús toma la iniciativa; interpela a los Doce, no para estar seguro de su fe –que ya la conocía–, sino para provocar una confesión decidida; Jesús quiere una fe en libertad. La escena recuerda la confesión de Cesarea. Jesús pregunta: «¿Ustedes, también quieren marcharse?».

Las expresiones en plural que utiliza Pedro indican que éste habla en nombre de los Doce y en representación de la Iglesia apostólica, cuya fe cristológica y eucarística tanto inculca Juan en su evangelio (17,3; 20,31).

Jesús, en lugar de felicitar a Pedro –como acontece en Mateo–, recuerda la traición de Judas.Y así el relato acaba de forma dramática, se cierne sobre Jesús la sombra de la traición, que será narrada durante la última cena (13,2).