Lucas, 10
Misión de los setenta y dos
10 1Después de esto designó el Señor a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos [en dos], a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir. (Mt 9,37s)
2Les decía:
—La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los campos que envíe trabajadores para su cosecha. (Mt 10,9-16)
3Vayan, que yo los envío como ovejas entre lobos. 4No lleven bolsa ni alforja ni sandalias. Por el camino no saluden a nadie. 5Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta casa. 6Si hay allí alguno digno de paz, la paz descansará sobre él. De lo contrario, la paz regresará a ustedes. 7Quédense en esa casa, comiendo y bebiendo lo que haya; porque el trabajador tiene derecho a su salario. No vayan de casa en casa. 8Si entran en una ciudad y los reciben, coman de lo que les sirvan.
9Sanen a los enfermos que haya y digan a la gente: El reino de Dios ha llegado a ustedes.
10Si entran en una ciudad y no los reciben, salgan a las calles y digan: 11Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y se lo devolvemos. Con todo, sepan que ha llegado el reino de Dios. 12Les digo que aquel día la suerte de Sodoma será menos rigurosa que la de aquella ciudad.
Recrimina a las ciudades de Galilea (Mt 11,20-24)
13¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y Sidón, hace tiempo habrían hecho penitencia vistiéndose humildemente y sentándose sobre cenizas. 14Y así, el juicio será más llevadero para Tiro y Sidón que para ustedes.
15Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? Pues caerás hasta el abismo.
16Y dijo a sus discípulos:
—El que a ustedes escucha a mí me escucha; el que a ustedes desprecia a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me envió.
Vuelven los setenta y dos
17Volvieron los setenta [y dos] muy contentos y dijeron:
—Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos sometían.
18Les contestó:
—Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo. 19Miren, les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada los dañará. 20Con todo, no se alegren de que los espíritus se les sometan, sino de que sus nombres están escritos en el cielo.
El Padre y el Hijo (Mt 11,25-27)
21En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo:
—¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección. 22Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo. (Mt 13,16s)
23Volviéndose aparte a los discípulos, les dijo:
—¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! 24Les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; escuchar lo que ustedes escuchan, y no lo escucharon.
Parábola del buen samaritano (cfr. Mt 22,34-40; Mc 12,28-34)
25En esto un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó:
—Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
26Jesús le contestó:
—¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?
27Respondió:
Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón,
con toda tu alma,
con todas tus fuerzas,
con toda tu mente, y
al prójimo como a ti mismo.
28Entonces le dijo:
—Has respondido correctamente: obra así y vivirás.
29Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
—¿Y quién es mi prójimo?
30Jesús le contestó:
—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto. 31Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. 32Lo mismo un levita: llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. 33Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. 34Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. 35Al día siguiente sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta.
36¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?
37Contestó:
—El que lo trató con misericordia.
Y Jesús le dijo:
—Ve y haz tú lo mismo.
Marta y María
38Yendo de camino, entró Jesús en un pueblo. Una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. 39Tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba sus palabras; 40Marta ocupada en los quehaceres de la casa, dijo a Jesús:
—Maestro, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en los quehaceres? Dile que me ayude.
41El Señor le respondió:
—Marta, Marta, te preocupas y te inquietas por muchas cosas, 42cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y no se la quitarán.
Notas:
10,1-12 Misión de los setenta y dos. Ya en 9,1-6 Jesús había hecho un primer envío de los Doce, con lo cual quedaba simbolizado el pueblo de Israel compuesto por doce tribus. Ahora designa a otros setenta (o setenta y dos) para enviarles también a predicar el reinado de Dios. El número «setenta» podría tener aquí el valor simbólico de «todo el mundo», según la tradición de que todo el mundo estaba dividido en «setenta naciones» (Gn 10); sea como fuere, sí hay una alusión en la perspectiva lucana a la universalidad del mensaje y a la universalidad de la vocación y urgencia del anuncio.
10,13-16 Recrimina a las ciudades de Galilea. Todavía en relación con el tema del envío y especialmente con el tema de los posibles rechazos, Lucas pone en labios de Jesús esta especie de lamentación profética que también suena a amenaza. Jesús puede ver que tras su paso por estas ciudades y lugares, aunque con muchas manifestaciones de júbilo por sus palabras y signos, no quedó aparentemente nada. Propiamente, lo que Jesús lamenta es la incredulidad de estas ciudades y su poco empeño en poner en práctica sus enseñanzas.
10,17-20 Vuelven los setenta y dos. El regreso de los misioneros está enmarcado por la alegría y el gozo, primero porque han cumplido el encargo y luego por el efecto que el mensaje ha surtido entre el pueblo. Jesús está de acuerdo con ellos, pues había visto cómo Satanás caía del cielo como un rayo (18), una manera simbólica de decir que la misión realizada por Él mismo y por sus enviados va arrebatando poder a las fuerzas del mal.
10,21-24 El Padre y el Hijo. Sólo los «pequeños», los que no tienen la pretensión de condicionar a Dios ni exigirle que actúe según los intereses personales o de grupo, sólo los humildes y sencillos están capacitados para captar y entender la excepcionalidad del tiempo mesiánico y de aceptar que en Jesús, «uno del pueblo», Dios se está haciendo presente y se está acercando a cada uno; esto llena de gozo a Jesús y por eso exterioriza su alegría a través de estas palabras de alabanza al Padre.
10,25-37 Parábola del buen samaritano. «¿Quién es mi prójimo?». Para el judaísmo tradicional, el prójimo era el hermano de pueblo, el otro de origen israelita; los demás no eran prójimos. Pero aun dentro del sistema socio-religioso del judaísmo, ese próximo debía reunir unas condiciones especiales para poder acercarse a uno, no debía estar impuro legalmente para que no hiciera impuro a nadie. El samaritano que se acerca al herido –es el prototipo de la persona odiada, rechazada, que resulta incómoda porque su sola presencia ponía en riesgo la pureza legal– sirve a Jesús como modelo de lo que significa ser prójimo. El samaritano actuó contra la Ley y podría ser motivo de acusación del piadoso doctor de la Ley, pero su acción supera con mucho a la Ley misma porque ha actuado con amor, con compasión, con generosidad, con desinterés y sobre todo, con misericordia.
10,38-42 Marta y María. Un buen ejemplo para discernir qué es más importante, si lo que está establecido por la Ley y las prácticas culturales o la acogida a la novedad del reino, es este pasaje de la visita de Jesús a Marta y María. Marta cumple con lo «normal», lo que mandan las normas de la acogida y de la hospitalidad; ella es símbolo de esa porción de pueblo que cree que con «cumplir» ya está arreglado todo, y por tanto el criterio de juicio para determinar el comportamiento de los otros es si cumplen o no. María cumple también con la costumbre de acogida y de la hospitalidad, pero lo hace de un modo distinto, con una actitud novedosa que sale del corazón, es la mejor parte que nadie puede quitarle al creyente y que personas como Marta, aún siendo tan bondadosas, están llamadas también a experimentar.