Lucas, 5
Llama a sus primeros discípulos (cfr. Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Jn 1,35-51)
5 1La gente se agolpaba junto a él para escuchar la Palabra de Dios, mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret.
2Vio dos barcas junto a la orilla, los pescadores se habían bajado y estaban lavando sus redes. 3Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de la tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca. 4Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
—Navega lago adentro y echa las redes para pescar.
5Le replicó Simón:
—Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes.
6Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes. 7Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
8Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo:
—¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!
9Ya que el temor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado. 10Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón:
—No temas, en adelante serás pescador de hombres.
11Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y le siguieron.
Sana a un leproso (Mt 8,1-4; Mc 1,40-45)
12Mientras Jesús se encontraba en un pueblo se presentó un leproso; el cual, viendo a Jesús, cayó rostro en tierra y le suplicaba:
—Señor, si quieres, puedes sanarme.
13Extendió la mano y le tocó, diciendo:
—Lo quiero, queda sano.
Al instante se le fue la lepra.
14Y Jesús le ordenó:
—No se lo digas a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu sanación establecida por Moisés.
15Su fama se difundía, de suerte que una gran multitud acudía a escucharlo y a sanarse de sus enfermedades. 16Pero él se retiraba a lugares solitarios a orar.
Sana a un paralítico (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; cfr. Jn 5,1-18)
17Un día estaba enseñando y entre los asistentes había unos fariseos y doctores de la ley llegados de los pueblos de Galilea y Judea y también de Jerusalén. Él poseía fuerza del Señor para sanar.
18Unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo y colocarlo delante de Jesús. 19Como no encontraban por donde meterlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, por el tejado, lo descolgaron con la camilla poniéndolo en medio, delante de Jesús.
20Viendo la fe que tenían, le dijo:
—Hombre, se te han perdonado tus pecados”.
21Los fariseos y los letrados se pusieron a discurrir:
—¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién, fuera de Dios, puede perdonar pecados?
22Jesús, leyendo sus pensamientos, les respondió:
—¿Qué están pensando? 23¿Qué es más fácil? ¿Decir se te perdonan los pecados, o decir levántate y camina? 24Pero para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados –dijo al paralítico–:
—Yo te digo: levántate, toma tu camilla y ve a tu casa.
25Al instante se levantó delante de todos, tomó lo que había sido su camilla, y se fue a su casa dando gloria a Dios. 26El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios; sobrecogidos decían:
—Hoy hemos visto cosas increíbles.
Llama a Leví: comparte la mesa con pecadores (Mt 9,9-13; Mc 2,13-17)
27Al salir vio a un recaudador de impuestos, llamado Leví, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos. Le dijo:
—Sígueme.
28Dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
29Leví le ofreció un gran banquete en su casa. Había un gran número de recaudadores de impuestos y otras personas sentadas a la mesa con ellos.
30Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos:
—¿Cómo es que comen y beben con recaudadores de impuestos y pecadores?
31Jesús les replicó:
—No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud, sino los enfermos. 32No vine a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan.
Sobre el ayuno (Mt 9,14-17; Mc 2,18-22)
33Ellos le dijeron:
—Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben.
34Jesús les contestó:
—¿Pueden los invitados a la boda hacer ayuno mientras el novio está con ellos? 35Llegará un día en que el novio les será quitado, y aquel día ayunarán.
36Y les propuso una comparación:
—Nadie corta un trozo de un vestido nuevo para remendar uno viejo. Porque sería arruinar el nuevo, y el trozo nuevo no quedará bien con el vestido viejo. 37Nadie echa vino nuevo en odres viejos; pues el vino nuevo reventaría los odres, se derramaría y los odres se echarían a perder. 38El vino nuevo se ha de echar en odres nuevos. 39Nadie que ha bebido el vino viejo quiere vino nuevo; porque dice: el añejo es mejor.
Notas:
5,1-11 Llama a sus primeros discípulos. Con el signo de la pesca abundante, Jesús plantea a Simón el desafío del llamamiento (vocación).
Simón ha visto en este signo una intervención extraordinaria y sólo se le ocurre una confesión: «¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!» (8). Dios no aparta de sí al hombre por su condición de pecador. Mientras Simón suplica al Señor que se aleje, Jesús se le acerca más y lo anima con las mismas palabras que usa la Biblia para tranquilizar al hombre cuando ha descubierto la grandeza divina: «no temas».
Simón Pedro y sus compañeros, a pesar de su condición, son invitados a confiar en la Palabra y a ser multiplicadores de esa Palabra en cuyo nombre obtendrán pescas abundantes, no ya de peces sino de hombres (10).
5,12-16 Sana a un leproso. La palabra y los gestos de Jesús rescatan al excluido, al marginado, y lo incorporan de nuevo como persona útil y necesaria en la comunidad.
En la nueva comunidad no puede haber marginados ni excluidos so riesgo de contradecir la misión de Jesús, que es el rescate y la recuperación de todos.
El versículo 16 nos presenta a un Jesús consecuente con su decisión de no hacer de su misión un mesianismo exaltado; pese a su fama y al gentío que lo asedia, Él se aparta a lugares solitarios a orar.
5,17-26 Sana a un paralítico. Lo primero que llama la atención en este pasaje es la clase de auditorio que escucha a Jesús: fariseos y doctores de la Ley venidos de Galilea, de Judea y de Jerusalén, prácticamente toda la nación judía está aquí representada. La ambientación es intencional porque aquí se va a definir de manera «oficial» la distancia que existe entre la actividad de Jesús y el papel de estas autoridades del judaísmo.
Por una parte Jesús «poseía fuerza del Señor para sanar» (17b), y en segundo lugar, por el desarrollo de la escena, Jesús se da a conocer ante estas autoridades como el Hijo del Hombre que tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (24), una atribución que es exclusiva de Dios según la doctrina de los fariseos y letrados.
Éste es apenas el inicio de las confrontaciones y ataques que va a tener que enfrentar Jesús durante toda su vida pública por parte del judaísmo oficial, confrontación que terminará con la cruz. El camino de la cruz no comienza propiamente en el pretorio el día en que Jesús fue sentenciado a muerte, ese camino tiene su origen en el momento mismo en que Él comienza a poner en marcha los efectos concretos del año de gracia del Señor. Dichos efectos sólo son palpables desde el plano de la fe. Casi todos los críticos están de acuerdo en que este pasaje no es estrictamente una narración de milagro, sino más bien una enseñanza del evangelista sobre el poder y los alcances de la fe.
Para aceptar a Jesús hay que salir de la postración y abrirse a Él de tal modo que aun sin confesar nuestros pecados –el paralítico no se confiesa– nos sintamos perdonados y acogidos por Él para comenzar de nuevo.
La Ley y la sabiduría aquí se revelan como algo que no es indispensable, lo verdaderamente indispensable es la fe.
5,27-32 Llama a Leví: comparte la mesa con pecadores. Mientras Jesús va «perdiendo puntos» con el judaísmo oficial por sus palabras y acciones que realiza, va ganando, sin embargo, en la tarea de instauración del reinado de Dios; mientras va perdiendo su propia vida frente a los que pueden matar el cuerpo (Mt 10,28), va ganando vida cada vez que personas como las que lo acompañan en la mesa se convierten y se abren a este acontecimiento nuevo, que es la presencia del Novio (34s), del reino, que subvierte absolutamente todo el orden establecido, mantenido por un frío legalismo de los fariseos y doctores de la ley.
5,33-39 Sobre el ayuno. El Mesías ya está en medio del pueblo, y sólo los que lo aceptan como tal celebran esa presencia como un banquete permanente; ésta es la clave para entender las comparaciones que propone Jesús respecto a la novedad de su persona y de su obra (36-39): una realidad tan novedosa como la misión de Jesús que empieza por acoger a los excluidos, marginados y pecadores, y que no encaja con las expectativas tan rígidas y tan anquilosadas de la religiosidad de los principales escribas y fariseos.