Lucas, 7

Sana al sirviente de un centurión (Mt 8,5-13; cfr. Jn 4,46-54)

7 1Cuando concluyó su discurso al pueblo, entró en Cafarnaún. 2Un centurión tenía un sirviente a quien estimaba mucho, que estaba enfermo, a punto de morir. 3Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos judíos notables a pedirle que fuese a sanar a su sirviente. 4Se presentaron a Jesús y le rogaban insistentemente, alegando que se merecía ese favor:

5—Ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga.

6Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:

—Señor, no te molestes; no soy digno de que entres bajo mi techo. 7Por eso yo tampoco me consideré digno de acercarme a ti. Pronuncia una palabra y mi muchacho quedará sano. 8Porque también yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace.

9Al oírlo, Jesús se admiró y volviéndose dijo a la gente que lo seguía:

—Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel.

10Cuando los enviados volvieron a casa, encontraron sano al sirviente.

Resucita al hijo de una viuda

11A continuación se dirigió a una ciudad llamada Naín, acompañado de los discípulos y de un gran gentío. 12Justo cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a un muerto, hijo único de una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos. 13Al verla, el Señor sintió compasión y le dijo:

—No llores.

14Se acercó, tocó el féretro, y los portadores se detuvieron.

Entonces dijo:

—Muchacho, yo te lo ordeno, levántate.

15El muerto se incorporó y empezó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

16Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios diciendo:

—Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo. 17La noticia de lo que había hecho se divulgó por toda la región y por Judea.

Sobre Juan el Bautista (Mt 11,2-15)

18Los discípulos de Juan le informaron de todos estos sucesos. Juan llamó a dos de ellos 19y los envió al Señor a preguntarle:

—¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?

20Los hombres se le presentaron y le dijeron:

—Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte si eres tú el que había de venir o si tenemos que esperar a otro.

21En ese momento Jesús sanó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus; y devolvió la vista a muchos ciegos.

22Después les respondió:

—Vayan a informar a Juan de lo que han visto y oído: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la Buena Noticia. 23Y dichoso el que no tropieza por mi causa.

24Cuando se fueron los mensajeros de Juan, se puso a hablar de él a la multitud:

—¿Qué salieron a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? 25¿Qué salieron a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Miren, los que visten con elegancia y disfrutan de comodidades habitan en palacios reales. 26Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Les digo que sí, y más que profeta.

27A éste se refiere lo que está escrito:

Mira, envío por delante

a mi mensajero

para que te prepare el camino.

28Les digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.

29Todo el pueblo que escuchó y hasta los recaudadores de impuestos, dieron la razón a Dios aceptando el bautismo de Juan; 30en cambio, los fariseos y los doctores de la ley rechazaron lo que Dios quería de ellos, al no dejarse bautizar por él.

Niños caprichosos (Mt 11,16-19)

31¿Con qué compararé a los hombres de esta generación? ¿A qué se parecen? 32Son como niños sentados en la plaza, que se dicen entre ellos:

Hemos tocado la flauta

y no bailaron,

hemos entonado cantos fúnebres

y no lloraron.

33Vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dicen: está endemoniado. 34Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores.

35Pero la Sabiduría ha sido reconocida por sus discípulos.

Perdona a la pecadora (cfr. Mt 26,6-13; Mc 14,3-9; Jn 12,1-8)

36Un fariseo lo invitó a comer. Jesús entró en casa del fariseo y se sentó a la mesa. 37En esto, una mujer, pecadora pública, enterada de que estaba a la mesa en casa del fariseo, acudió con un frasco de perfume de mirra, 38se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra. 39Al verlo, el fariseo que lo había invitado, pensó: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando: una pecadora.

40Jesús tomó la palabra y le dijo:

—Simón, tengo algo que decirte.

Contestó:

—Dilo, maestro.

41Le dijo:

—Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta. 42Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos lo amará más?

43Contestó Simón:

—Supongo que aquél a quien más le perdonó.

Le replicó:

—Has juzgado correctamente.

44Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:

—¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies; ella me los ha bañado en lágrimas y los ha secado con su cabello. 45Tú no me diste el beso de saludo; desde que entré, ella no ha cesado de besarme los pies. 46Tú no me ungiste la cabeza con perfume; ella me ha ungido los pies con mirra. 47Por eso te digo que se le han perdonado numerosos pecados, por el mucho amor que demostró. Pero al que se le perdona poco, poco amor demuestra.

48Y a ella le dijo:

—Tus pecados te son perdonados.

49Los invitados empezaron a decirse entre sí:

—¿Quién es éste que hasta perdona pecados?

50Él dijo a la mujer:

—Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

Notas:

7,1-10 Sana al sirviente de un centurión. Lucas quiere enseñar que en Jesús las barreras de la religión desaparecen y que en y desde la fe es posible lograr lo que se le pide a Dios, puesto que Él es Padre de todos.

7,11-17 Resucita al hijo de una viuda. Jesús no espera que esta mujer o alguno de los que la acompañan o alguno de los que le siguen le dirija ninguna palabra de intercesión, como en el caso del centurión (4s); Jesús actúa con prontitud y naturalidad, primero consolando: «no llores» (13), luego restituyendo la vida del muchacho, y en un sentido más amplio, restituyendo a la mujer el sentido de su vida: su único hijo. La presencia de Jesús y su palabra no sólo es purificadora, consoladora, sino también que restituye la vida.

7,18-30 Sobre Juan el Bautista. «¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro?». Ni para Juan ni para muchos de sus seguidores las noticias sobre Jesús encajan con las expectativas mesiánicas de la época, por eso la pregunta directa de Juan desde la cárcel.

La respuesta de Jesús es positiva: los signos que realiza delante de los mensajeros son la prueba de su actividad mesiánica que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret: la proclamación del año de gracia del Señor (4,19), que es una buena noticia para los pobres (22) y que va llevando adelante a pesar del desconcierto y de la oposición de los expertos en religión del pueblo. Sólo quienes no se han cerrado a ver en sus obras la acción de Dios pueden comprender esto, por eso los llama felices o dichosos (23).

7,31-35 Niños caprichosos. Cierra este pasaje una comparación que retrata la actitud de los creyentes y su proceso de fe y de aceptación a las señales que Dios envía.

Dios se revela al pueblo a través de sus enviados, el último es Juan, y a pesar de esa sed de Dios, de conocimiento de su voluntad, rechazan a Juan y lo tildan de endemoniado. Dios sigue manifestándose en Jesús, acercándose al pobre, al excluido, al marginado, con un estilo de vida nada espectacular, y también es rechazado por comilón y borracho y por ser amigo de pecadores.

Este pasaje nos invita a ver en cada circunstancia la acción de Dios, nos invita a no encerrarnos en nuestros propios criterios, a recordar siempre que los designios de Dios no coinciden casi nunca con los nuestros; muchas veces quisiéramos que Dios actuara de esta o de aquella manera, pero no es así. Apertura de fe y disponibilidad de corazón es lo que Lucas quiere enseñar a su comunidad y a nosotros con esto.

7,36-50 Perdona a la pecadora. La escena de la mujer que se acerca a Jesús mientras comparte la mesa en casa de un fariseo es el marco perfecto para que Jesús establezca la distancia tan enorme que hay entre el legalismo y la apertura a la experiencia de la novedad del reino.

Jesús enseña una lección muy importante: ni el cumplimiento más riguroso de la Ley, ni las privaciones, ni la «separación» en que viven los piadosos fariseos, ni el sentirse bueno, conmueven a Dios; sólo el amor y el reconocimiento interior de ser pecador atrae la misericordia y el perdón de Dios.