Lucas, 9

Misión de los Doce (Mc 6,7-13)

9 1Convocó a los Doce y les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. 2Y los envió a proclamar el reino de Dios y a sanar [enfermos]. 3Les dijo:

—No lleven nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero, ni dos túnicas. 4En la casa en que entren permanezcan hasta que se vayan. 5Si no los reciben, al salir de la ciudad sacudan el polvo de los pies como prueba contra ellos.

6Cuando salieron, recorrieron los pueblos anunciando la Buena Noticia y sanando enfermos por todas partes.

El interés de Herodes (Mt 14,1s; Mc 6,14-16)

7Herodes se enteró de todo lo sucedido y estaba desconcertado; porque unos decían que era Juan resucitado de entre los muertos, 8otros que era Elías aparecido, otros que había surgido un profeta de los antiguos.

9Herodes comentaba:

—A Juan yo lo hice decapitar. ¿Quién será éste de quien oigo tales cosas?

Y deseaba verlo.

Da de comer a cinco mil (Mt 14,13-22; Mc 6,30-45; cfr. Jn 6,1-15)

10Los apóstoles volvieron y le contaron todo lo que habían hecho. Él los tomó aparte y se retiró por su cuenta a una ciudad llamada Betsaida.

11Pero la multitud se enteró y le siguió. Él los recibió y les hablaba del reino de Dios y sanaba a los que lo necesitaban.

12Como caía la tarde, los Doce se acercaron a decirle:

—Despide a la gente para que vayan a los pueblos y campos de los alrededores y busquen hospedaje y comida; porque aquí estamos en un lugar despoblado.

13Les contestó:

—Denle ustedes de comer.

Ellos contestaron:

—No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esa gente. 14–Los varones eran unos cinco mil–.

Él dijo a los discípulos:

—Háganlos sentar en grupos de cincuenta.

15Así lo hicieron y se sentaron todos. 16Entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. 17Comieron todos y quedaron satisfechos, y recogieron los trozos sobrantes en doce canastas.

Confesión de Pedro (Mt 16,13-20; Mc 8,27-30; cfr. Jn 6,67-71)

18Estando él una vez orando a so–las, se le acercaron los discípulos y él los interrogó:

—¿Quién dice la multitud que soy yo?

19Contestaron:

—Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de los antiguos.

20Les preguntó:

—Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Respondió Pedro:

—Tú eres el Mesías de Dios.

21Él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Primer anuncio de la pasión y resurrección (Mt 16,21-28; Mc 8,31—9,1)

22Y añadió:

—El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Condiciones para ser discípulo (Mt 16,24-28; Mc 8,34–9,1)

23Y a todos les decía:

—El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. 24El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará. 25¿De que le vale al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se malogra él?

26Si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria, la de su Padre y de los santos ángeles.

27Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no sufrirán la muerte antes de ver el reino de Dios.

Transfiguración de Jesús (Mt 17,1-9; Mc 9,2-10)

28Ocho días después de estos discursos, tomó a Pedro, Juan y Santiago y subió a una montaña a orar. 29Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y su ropa resplandecía de blancura. 30De pronto dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías, 31que aparecieron gloriosos y comentaban la partida de Jesús que se iba a consumar en Jerusalén. 32Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. 33Cuando éstos se retiraron, dijo Pedro a Jesús:

—Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres chozas: una para ti, una para Moisés y una para Elías –no sabía lo que decía–.

34Apenas lo dijo, vino una nube que les hizo sombra. Al entrar en la nube, se asustaron. 35Y se escuchó una voz que decía desde la nube:

—Éste es mi Hijo elegido. Escúchenlo.

36Al escucharse la voz, se encontraba Jesús solo. Ellos guardaron silencio y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.

Sana a un niño epiléptico (Mt 17,14-18; Mc 9,14-27)

37El día siguiente, al bajar ellos de la montaña, les salió al encuentro un gran gentío. 38Un hombre del gentío gritó:

—Maestro, te ruego que te fijes en mi hijo, que es único. 39Un espíritu lo agarra, de repente grita, lo retuerce, lo hace echar espuma por la boca y a duras penas se aparta dejándolo molido. 40He pedido a tus discípulos que lo expulsen y no han sido capaces.

41Jesús contestó:

—¡Qué generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.

42El muchacho se estaba acercando cuando el demonio lo tiró al suelo y lo retorció. Jesús increpó al espíritu inmundo, sanó al muchacho y se lo entregó a su padre.

43aY todos se maravillaron de la grandeza de Dios.

Segundo anuncio de la pasión y resurrección (Mt 17,22s; Mc 9,30-32)

43bComo todos se admiraban de lo que hacía, dijo a sus discípulos:

44—Presten atención a estas palabras: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de hombres.

45Pero ellos no entendían este asunto; su sentido les resultaba encubierto; pero no se atrevían a hacerle preguntas respecto a esto.

¿Quién es el más importante? (Mt 18,1-5; Mc 9,33-37)

46Surgió una discusión entre ellos sobre quién era el más grande.

47Jesús, sabiendo lo que pensaban, acercó un niño, lo colocó junto a sí 48y les dijo:

—Quien recibe a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y quien me recibe a mí recibe al que me envió. El más pequeño de todos ustedes, ése es el mayor.

El exorcista anónimo (Mc 9,38-40)

49Juan le dijo:

—Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo, porque no sigue con nosotros. 50Jesús respondió:

—No se lo impidan. Quien no está contra ustedes está con ustedes.

Camino de Jerusalén

51Cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran al cielo, emprendió decidido el viaje hacia Jerusalén, 52y envió por delante unos mensajeros. Ellos fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle alojamiento. 53Pero éstos no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. 54Al ver esto, Juan y Santiago, sus discípulos, dijeron:

—Señor, ¿quieres que mandemos que caiga un rayo del cielo y acabe con ellos?

55Él se volvió y los reprendió.

56Y se fueron a otro pueblo.

Exigencias del seguimiento (Mt 8,19-22)

57Mientras iban de camino, uno le dijo:

—Te seguiré adonde vayas.

58Jesús le contestó:

—Las zorras tienen madrigueras, las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.

59A otro le dijo:

—Sígueme.

Le contestó:

—[Señor], déjame primero ir a enterrar a mi padre.

60Le dijo:

—Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios.

61Otro le dijo:

—Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia.

62Jesús [le] dijo:

—El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios.

Notas:

9,1-6 Misión de los Doce. Los tres sinópticos concuerdan en este episodio en el que Jesús envía a los doce a predicar la cercanía del reino de Dios (cfr. Mt 10,1-15).

Lo primero que llama la atención en el relato de Lucas es la autoridad con que Jesús inviste a sus apóstoles; ellos tienen que hacer lo que han visto y anunciar lo que han oído del mismo Jesús: la proclamación del reino de Dios.

La otra característica es el despojo personal y cómo tienen que salir; incluso tienen que evangelizar con su propio estilo de vida, dependiendo humildemente de la generosidad de la gente, aceptando con agrado la acogida, pero dejando constancia de los posibles rechazos con el gesto de sacudirse el polvo de los pies de los lugares donde no fueran bien recibidos.

9,7-9 El interés de Herodes. Mientras los doce están en misión, Lucas aprovecha para narrarnos la curiosidad de Herodes acerca de Jesús. La inquietud de Herodes no se debe ni a cuestiones de fe ni de conciencia, sino más bien a los comentarios y opiniones encontradas de la gente. Hay dos cuestiones de fondo aquí: 1. A estas alturas todavía no hay una percepción clara sobre la identidad de Jesús. 2. Lucas aprovecha las mismas palabras de Herodes para transmitirnos la noticia sobre la muerte de Juan. El evangelista evita narrar el relato completo y las circunstancias de dicha muerte como lo hace Marcos (cfr. Mc 6,14-29).

9,10-17 Da de comer a cinco mil. Toda la actividad de Jesús, sus palabras y sus acciones tienen como eje central la instauración del reinado de Dios en la tierra. El sentido del envío de los doce tenía la misma finalidad.

Pero esa instauración no puede quedarse en el solo anuncio de una realidad espiritual, el reinado de Dios tiene que empezar a «verse» también de alguna manera; por eso, las acciones y los signos de Jesús hacen visible y palpable la realidad del reino. Si podemos hablar aquí de milagro, no podemos plantearlo como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces que realizó Jesús, sino como el milagro que genera el desprendimiento y la actitud de compartir, la apertura generosa y solidaria con los demás; eso es lo que tiene que promover de manera permanente el discípulo de Jesús, y eso es lo que tiene que «sacramentalizar» en el mundo nuestro compromiso cristiano.

9,18-21 Confesión de Pedro. Ya cercano el final del ministerio de Jesús en Galilea, es obvio que su fama se haya extendido por toda la región; sin embargo, queda en Jesús una duda: ¿Habrá comprendido la gente, las multitudes que lo han visto y oído, quién es Él en definitiva? ¿Dónde están, qué se han hecho, a qué se dedican tantos que lo han escuchado? ¿En qué han influido el mensaje proclamado y los signos realizados? ¿Qué responden los doce? Pedro responde por todos; para ellos, Jesús es el Mesías de Dios, el Ungido.

La pregunta directa es también interpelación para nosotros. Veintiún siglos después sigue siendo actual para los cristianos que demos razón de nuestra fe en Él, y de su proyecto: el reinado de Dios.

Lucas conserva la prohibición de Jesús a sus discípulos de difundir la noticia sobre su identidad (cfr. Mc 8,30; Mt 16,20), pero suprime el diálogo con Pedro que termina con una dura reprensión cuando el discípulo se opone a la decisión de Jesús de llevar adelante su misión por la vía de la cruz (cfr. Mc 8,32s; Mt 16,22s).

9,22-27 Primer anuncio de la pasión y resurrección – Condiciones para ser discípulo. Jesús pasa de inmediato a exponer el destino que le espera y las implicaciones que ello tiene para la vida de sus discípulos. Quien quiera seguirlo no puede evadir el camino que Él mismo está trazando, el verdadero discípulo tiene que asumir como propio el proyecto y el camino del Maestro: se niega a sí mismo, es decir, no actúa por capricho ni acomoda la realidad a sus propios intereses.

9,28-36 Transfiguración de Jesús. La transfiguración está completamente ligada al tema anterior sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y al mismo tiempo hay una íntima relación entre la Escritura y el bautismo de Jesús. La relación con la Escritura y, en definitiva, con el plan salvífico del Padre está determinada por la presencia de Moisés (la Ley) y Elías (los Profetas) para decir que tanto la Ley como los Profetas atestiguan y aprueban la misión que Jesús está llevando a cabo. La relación con el bautismo de Jesús está dada en la voz que se escucha desde la nube; tal como sucedió en el Jordán (cfr. 3,21s), el Padre confirma, valida con su propia palabra la opción de Jesús. De manera que Jesús al elegir libremente el camino del dolor, del sufrimiento, recibe el respaldo del Padre quien ratifica no sólo a Jesús, sino a todo aquel que decida hacerse su discípulo.

9,37-43a Sana a un niño epiléptico. Lucas abrevia este relato que Marcos describe tan amplia y detalladamente (Mc 9,14-29). Se resaltan las palabras del padre del muchacho, quien ya había acudido a los discípulos de Jesús para que liberasen al niño de aquel mal, sin ningún resultado. Según las palabras de Jesús, ello se debe a la falta de fe de sus propios discípulos. Y eso que ya los discípulos habían recibido de Jesús la autoridad para expulsar demonios (9,1); aquí parece que ese poder no les funciona, ¿por qué? La clave para la respuesta la encontramos en Marcos: «esa clase sólo sale a fuerza de oración» (Mc 9,29).

9,43b-45 Segundo anuncio de la pasión y resurrección. La admiración y el asombro en que termina el pasaje anterior sirven de marco para que Jesús anuncie otra vez su próximo destino.

No hay que confundir las cosas, todos los aplausos y manifestaciones masivas de júbilo no pueden distraer el rumbo que Jesús ha dado a su vida. Los discípulos no entienden nada de lo que dice, prefieren seguir en la ignorancia por temor a preguntarle.

9,46-50 ¿Quién es el más importante? – El exorcista anónimo. Encontramos dos instrucciones en este pasaje. La primera tiene que ver con la forma de entender el reino. Los discípulos no han entendido nada de lo que Jesús les ha enseñado e ilustrado con sus acciones sobre la realidad del reino de Dios y su dinámica. Ellos siguen entendiendo que se trata de una realidad en la que siguen contando los títulos, la posición social y los puestos burocráticos. La segunda instrucción está en relación con los que predicaban y realizaban signos en nombre de Jesús. El criterio de Jesús es claro y terminante: «no se lo impidan» (50); nadie que haga el bien puede ser molestado sólo porque «no pertenece a los nuestros»; Dios, su amor, su misericordia, su paternidad, son más grandes que cualquier grupo o comunidad de cualquier denominación.

9,51-56 Camino de Jerusalén. Llegados a este punto, Lucas va a dar inicio en su relato a una nueva etapa en el ministerio público de Jesús; hasta ahora, toda su actividad se ha desarrollado en Galilea, a partir de este momento se va a enmarcar en el tema del camino que físicamente lo acercará a la Ciudad Santa, y espiritualmente lo hará madurar más en su proceso de asumir con radicalidad su tarea de Mesías, de Enviado y Salvador.

Humanamente hablando, el camino que comienza aquí se podría ver como el declive paulatino de Jesús; poco a poco va quedando más solo, menos rodeado de multitudes, hasta le niegan la entrada en una aldea de samaritanos (53); Herodes lo busca para matarlo (13,31-33) y, en los momentos definitivos de su vida, hasta sus mismos discípulos, aquellos que se había elegido para sí (5,1-11), lo dejan completamente solo y hasta lo niegan (22,56-60).

Pero si así se ven las cosas desde lo humano, en el plan del Padre tienen otra perspectiva; este camino habría que leerlo de distinto modo: ya desde el momento de las «tentaciones», Jesús había decidido que su misión la realizaría no según los criterios del triunfalismo ni de la espectacularidad, sino de acuerdo con el criterio del servicio, de la entrega, de la renuncia, del anonadamiento, y esto implica la persecución y el rechazo; no es que Jesús sea un masoquista que busca el dolor y el sufrimiento por sí mismos; el dolor, el sufrimiento, la muerte violenta son el resultado de la actitud obstinada con que el pueblo de la promesa recibe el anuncio de su cumplimiento.

Así las cosas, Jesús no busca el dolor ni el sufrimiento, sencillamente no los evade, los enfrenta a pesar de que sabe que con toda probabilidad va a ser derrotado, pero también sabe que si no es así, la obstinación y las fuerzas del mal seguirán manteniendo siempre el imperio y la dominación sobre la humanidad.

9,57-62 Exigencias del seguimiento. Nos encontramos aquí con tres casos de seguimiento: el primero es un voluntario que se ofrece a seguir a Jesús (57s); la respuesta del Maestro es radical: seguirle no atrae ninguna ganancia humana, ni ninguna ventaja material ni social. En el segundo caso, es Jesús quien llama (59s), el aludido está dispuesto a seguirle, pero antepone una condición: enterrar primero al padre; no hay que entender que justo en esos momentos el padre estaba muerto; la expresión evoca una figura muy familiar también para nosotros: «ver» por los padres, hacerse cargo de ellos hasta su muerte, luego sí, en libertad seguiría a Jesús. Pues ésta no fue excusa para el discípulo que recibe una orden seca, cortante: «deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios» (60). Si uno de los efectos de la instauración del reinado de Dios es la justicia, la solidaridad y la fraternidad, ya habrá quien se ocupe de esos padres. En el tercer caso, también es Jesús quien llama y también hay de por medio una excusa aparentemente muy válida: despedirse de los padres. Jesús ve un riesgo, Él no es contrario a esta bella actitud filial, pero sabe que muchas veces la familia –y más en aquella época– era un gran obstáculo para el espontáneo ejercicio de la libertad de los hijos. No se sigue a Jesús para «obtener» libertad, se le sigue en libertad.