Mateo, 16
Le piden una señal celeste (Mc 8,11-13)
16 1Se acercaron los fariseos y saduceos y, para tentarlo, le pidieron que les mostrara una señal del cielo.
2Él les contestó:
[—Al atardecer ustedes dicen: va a hacer buen tiempo porque el cielo está rojo. 3Por la mañana dicen: hoy seguro llueve porque el cielo está rojo oscuro. Saben distinguir el aspecto del cielo y no distinguen las señales de los tiempos.] 4Esta generación perversa y adúltera reclama una señal; y no se le dará más señal que la de Jonás.
Los dejó y se fue.
Ceguera de los discípulos (Mc 8,14-21)
5Al atravesar a la otra orilla, los discípulos se olvidaron de llevar pan. 6Jesús les dijo:
—¡Pongan atención y cuídense de la levadura de los fariseos y saduceos!
7Ellos comentaban: Se refiere a que no hemos traído pan.
8Cayendo en cuenta, Jesús les dijo:
—¿Qué comentan, hombres de poca fe? ¿Acaso no tienen pan? 9¿Todavía no entienden? ¿No se acuerdan de los cinco panes para los cinco mil y cuántos canastos sobraron? 10¿O de los siete panes para los cuatro mil y cuántas canastas sobraron? 11¿No se dan cuenta que no me refería a los panes? ¡Aléjense de la levadura de los fariseos y saduceos!
12Entonces entendieron que no hablaba de cuidarse de la levadura del pan, sino de la enseñanza de los fariseos y saduceos.
Confesión de Pedro (Mc 8,27-30; Lc 9,18-21; cfr. Jn 6,67-71)
13Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a los discípulos:
—¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
14Ellos contestaron:
—Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que es Elías; otros, Jeremías o algún otro profeta.
15Él les dijo:
—Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
16Simón Pedro respondió:
—Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
17Jesús le dijo:
—¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo! 18Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y el imperio de la muerte no la vencerá.
19A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo; lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.
20Entonces les ordenó que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Primer anuncio
de la pasión y resurrección (Mc 8,31-33; Lc 9,22)
21A partir de entonces Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, padecer mucho por causa de los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, sufrir la muerte y al tercer día resucitar.
22Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderlo:
—¡Dios no lo permita, Señor! No te sucederá tal cosa.
23Él se volvió y dijo a Pedro:
—¡Aléjate, Satanás! Quieres hacerme caer. Piensas como los hombres, no como Dios.
Condiciones para ser discípulo
(Mc 8,34–9,1; Lc 9,23-27)
24Entonces Jesús dijo a los discípulos:
—El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. 25El que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará. 26¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?, ¿qué precio pagará por su vida? 27El Hijo del Hombre ha de venir con la gloria de su Padre y acompañado de sus ángeles. Entonces pagará a cada uno según su conducta.
28Les aseguro: hay algunos de los que están aquí que no morirán antes de ver al Hijo del Hombre venir en su reino.
Notas:
16,13-20 Confesión de Pedro. Éste es un texto denso y elaborado. Recoge un hecho tal como lo ha entendido y vivido la comunidad. Se trata de identificar el ser de la persona de Jesús. Jesús pregunta qué opinión tiene la gente de Él. El interrogante abierto en tiempos de Jesús sigue igualmente abierto en nuestros días. La respuesta puede darse desde el punto de vista de la gente, de la apreciación humana de este personaje histórico o desde el punto de vista de Dios, el de la revelación.
La gente buena, que ha presenciado la actividad de Jesús, lo considera un enviado especialísimo de Dios para preparar la era mesiánica. Simón declara que Jesús es el Mesías esperado y Jesús lo ratifica declarando que la confesión procede de una revelación del Padre (cfr. 11,27), por la cual Pedro (nuevo nombre que le da Jesús) tiene una bienaventuranza particular. Después prosigue estableciendo y declarando la función específica de Simón Pedro. Jesús se propone construir un «templo», una comunidad nueva, en la cual Pedro será una «piedra» fundamental. «Petra» en griego designa un sillar o la peña o roca donde se asienta un edificio. El edificio o comunidad es obra y pertenencia de Jesús, «mi Iglesia»; Pedro tendrá en ella una función mediadora central. Contra la Iglesia de Jesús nada podrá el poder de la muerte.
Este texto ha suscitado numerosas discusiones entre católicos y protestantes sobre la figura del Papa como sucesor de Pedro. La tradición católica sostiene que estas palabras se aplican a Pedro y también a todos los que le suceden en la tarea de presidir en la fe y el amor. La tradición protestante, sin embargo, ha visto en las palabras de Jesús una alabanza y una promesa referidas, no a la persona de Pedro, sino a su actitud de fe.
16,21-28 Primer anuncio de la pasión y resurrección – Condiciones para ser discípulo. Hay un corte narrativo y un nuevo comienzo: se inicia el camino hacia la pasión y muerte. Este primer anuncio desvanece cualquier duda sobre qué clase de Mesías es Jesús. Proclama sin ambigüedades que tendrá que sufrir y morir: consecuencia de su mesianismo, de acuerdo con el plan del Padre.
Pedro, que poco antes había confesado su fe en Jesús, ahora rechaza la posibilidad de sufrimiento y muerte del Mesías. Jesús reacciona muy bruscamente llamándole Satanás (23), es decir, se comporta como una piedra de tropiezo, con una manera de pensar solamente humana. Jesús reprende a Pedro, que insiste en encajar a Jesús en una de las imágenes tradicionales del Mesías.
Pedro no espera un Siervo sufriente (Is 42,1), sino que le impone a Jesús su propia imagen triunfante. La respuesta tajante de Jesús echa por tierra todas estas pretensiones que no se ajustan a lo que Él había obrado durante su misión.
Al anuncio de la pasión sigue el precio y la recompensa del discipulado. Así como antes los discípulos habían participado del poder de Jesús (10,1), ahora tendrán que correr la misma suerte que el Maestro. Las sentencias sobre la necesidad de cargar la cruz y entregar la vida lo ponen de relieve. La fidelidad total en el seguimiento implica frecuentemente dificultades y hasta persecuciones. Aceptar el discipulado cristiano sin condiciones, con todas las implicaciones que lleva consigo, es cargar con la cruz. Somos los discípulos de un hombre ajusticiado en la cruz.
Durante mucho tiempo, ciertas corrientes ascéticas han entendido la negación de sí mismo como una especie de combate contra los deseos del individuo. La negación de sí mismo debe leerse en la clave iluminadora de la cruz. Pero la cruz de la que habló Jesús tiene una dimensión más redentora y solidaria: se trata de la cruz de la injusticia, de la miseria y de la exclusión que los sistemas sociales de todos los tiempos les imponen a las personas más débiles. Si Jesús nos invita hoy a negarnos a nosotros mismos y a cargar con la cruz, no nos invita a un ejercicio piadoso, sino a una opción serena y responsable por aquéllos a los que el sistema les impone la cruz de la intolerancia, la exclusión y la miseria. No nos inventemos más cruces para no aceptar la verdadera cruz del Maestro.
El discípulo de Jesús no se pertenece, pertenece a la familia de Jesús (véase el comentario a 10,16-33). Está siempre disponible para las urgencias del reino. «Salvar la vida»/«perder la vida» son la expresión máxima del egoísmo o de la solidaridad: retener la vida para sí mismo, cerrando los ojos y el corazón a las necesidades de los pobres y excluidos, es perderla para la causa del reino; y entregar la vida, «descentrarse» para poner el centro en aquéllos a los que se les niega permanente la vida o su dignidad, es ganarla para la progresiva instauración del reino. Éste será el criterio definitivo de discernimiento en el juicio de las naciones. La libertad y la felicidad cristianas sólo se encuentran en la aceptación gozosa de la voluntad de Dios que nos invita a escuchar a su Hijo y a seguirle por los caminos y sendas que Él recorrió (25s).