Mateo, 17

Transfiguración de Jesús (Mc 9,2-10; Lc 9,28-36)

17 1Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. 2Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. 3De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 4Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

—Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

5Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa les hizo sombra y de la nube salió una voz que decía:

—Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo.

6Al oírlo, los discípulos cayeron boca abajo temblando de mucho miedo. 7Jesús se acercó, los tocó y les dijo:

—¡Levántense, no tengan miedo!

8Cuando levantaron la vista, sólo vieron a Jesús.

9Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó:

—No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.

(Mc 9,11-13)

10Los discípulos le preguntaron:

—¿Por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?

11Jesús respondió:

—Elías tiene que venir a restablecer nuevamente el orden de todas las cosas. 12Pero les aseguro que Elías ya vino, no lo reconocieron y lo maltrataron. Del mismo modo el Hijo del Hombre va a sufrir a manos de ellos.

13Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.

Sana a un niño epiléptico (Mc 9,14-29; Lc 9,37-43a)

14Cuando volvieron adonde estaba la gente, un hombre se le acercó, se arrodilló ante él 15y le dijo:

—Señor, ten compasión de mi hijo que es epiléptico y sufre horriblemente. Muchas veces se cae en el fuego o en el agua. 16Se lo he traído a tus discípulos y no han podido sanarlo.

17Respondió Jesús:

—¡Qué generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Tráiganmelo aquí.

18Jesús reprendió al demonio, y éste abandonó al muchacho que desde aquel momento quedó sano.

19Entonces los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte:

—¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

20Él les contestó:

—Porque ustedes tienen poca fe. Les aseguro que, si tuvieran la fe del tamaño de una semilla de mostaza, dirían a aquel monte que se trasladara allá, y se trasladaría. Y nada sería imposible para ustedes. 21[[Pero esta clase sólo se expulsa con oración y ayuno.]]

Segundo anuncio de la pasión y resurrección (Mc 9,30-32; Lc 9,43b-45)

22Mientras paseaban juntos por Galilea, Jesús les dijo:

—El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres 23que le darán muerte. Pero al tercer día resucitará.

Ellos se entristecieron profundamente.

Sobre el impuesto del Templo

24Cuando llegaron a Cafarnaún, los recaudadores de impuestos se acercaron a Pedro y le dijeron:

—¿El maestro de ustedes no paga los impuestos?

25Pedro contestó:

—Sí.

Cuando entró en casa, Jesús se le adelantó y le preguntó:

—¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran impuestos?, ¿de los hijos o de los extraños?

26Contestó que de los extraños y Jesús le dijo:

—Eso quiere decir que los hijos quedan libres de pagar. 27Pero para no dar motivo de escándalo, ve al lago, echa un anzuelo y al primer pez que pique sácalo, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti.

Notas:

17,1-13 Transfiguración de Jesús. Los discípulos se sienten desanimados después de escuchar el anuncio de la pasión de Jesús y conocer las consecuencias de su seguimiento. La transfiguración es una palabra de ánimo, pues en ella se manifiesta la gloria de Jesús y se anticipa su victoria sobre la cruz.

Tenemos en este relato una completa presentación de Jesús. En Él se ha manifestado la gloria de Dios; Él es verdaderamente el Mesías esperado de Israel; más aún, es el Hijo de Dios, un título en el que Mateo insiste a lo largo de todo su evangelio. Esta presentación tiene como destinatarios a los discípulos que lo acompañan y, en la mente del evangelista, también a todos los que leen el evangelio. Su propósito es acrecentar la fe de los discípulos en Jesús a través de la contemplación de su victoria sobre la muerte; de este modo, podrán asumir todas las exigencias que lleva consigo ser discípulos y seguidores de Jesús.

Jesús es el Maestro que habla y enseña a sus discípulos. Pero, al mismo tiempo, es el Señor, penetrado por la luz de Dios y envuelto en la nube (signos de la presencia divina). Dios quiso retirar el velo tras el cual se esconde el misterio de Jesús. Los discípulos caen en tierra ante Él. Es la actitud de adoración ante el Señor. Y el temor surge del pensamiento de estar ante Dios; un temor que es superado gracias a la presencia y la palabra de Jesús: «no tengan miedo» (7).

El mensaje de esta narración y la finalidad perseguida por el evangelista es que todo lo esperado para el futuro se ha hecho realidad en el presente en la persona de Jesús. El relato invita también a superar la tentación de un mesianismo glorioso y fácil, animando a los discípulos a comprender con Jesús el camino de la obediencia a la voluntad del Padre. Para Mateo, el sufrimiento y la gloria de Jesús son dos dimensiones inseparables de su acción redentora.

En el versículo 10, la pregunta sobre Elías llega atraída por la visión del profeta en la transfiguración. Los discípulos se hacen eco de la creencia popular, enseñada por los doctores a la luz de Mal 4,5s: si Elías no ha vuelto aún, Jesús no es el Mesías. Jesús, en su respuesta, identifica la persona de Elías con la del Bautista (cfr. 11,14), quien cumplió con su tarea de preparar al pueblo. De la misma manera que a Juan no lo reconocieron, sino que lo mataron (cfr. 14,1-12), así Jesús, el Hijo del Hombre, será malinterpretado y condenado a muerte.

La insistencia de Jesús en la pasión rompe las esperanzas en un Mesías político y nacionalista. El Hijo del Hombre es, efectivamente, el Mesías, pero un Mesías doliente, en la línea del Siervo del Señor.

17,14-21 Sana a un niño epiléptico. La función de este relato es instruir sobre la fe a partir de un hecho concreto. El relato paralelo de Marcos (Mc 9,14-29) es más amplio y contiene detalles que hacen más comprensible la escena narrada; la insistencia allí es en la oración.

El milagro de sanación le sirve a Mateo para encuadrar el tema del poder de la fe. Era necesario insistir ante la ausencia de la fe, especialmente entre los discípulos, «hombres de poca fe» (6,30; 8,26).

La fe auténtica, aunque sea pequeña como un grano de mostaza, participa en el poder de Dios (Rom 4,17-21). Precisamente por eso puede decirse de ella que «mueve montañas» (cfr. 1 Cor 13,2). Se trata de una descripción poética del poder del Creador, ante el cual no hay obstáculo alguno, incluso ni lo más sólido e inamovible: los montes («los montes brincaron como carneros, las colinas como corderos», Sal 114,4).

Mateo reprocha a los discípulos su falta de confianza en el poder que habían recibido de Jesús y, en tal sentido, este mensaje no ha perdido actualidad: es una exhortación a no poner en duda la fuerza salvadora de la Buena Noticia.

17,22s Segundo anuncio de la pasión y resurrección. Véase el comentario a Mc 9,30-32.

17,24-27 Sobre el impuesto del Templo. La cuestión del impuesto surgió por la costumbre que se había generalizado entre los judíos –incluso entre los que vivían dispersos por el mundo romano– de pagar un impuesto anual para el Templo. La cantidad era, más bien, pequeña: una didracma o dos dracmas, moneda griega que equivalía al jornal de dos días de un obrero. Pero la obligación de este impuesto no podía urgirse desde la Ley. Según el punto de vista de los saduceos, sólo podían exigirse los impuestos señalados expresamente por la Ley (Éx 30,11-13), y el referido al Templo no figuraba en ella.

La analogía tiene, sin embargo, otro nivel más profundo. El relato muestra claramente que Jesús no estaba obligado a pagar este impuesto. Esta obligación correspondía a los súbditos, no a los hijos del rey; de ahí la analogía que usa Jesús. La ilustración utilizada en los versículos 25s se basa en la identidad de Jesús como Hijo de Dios. El Señor del Templo era Dios. Jesús es su Hijo. Los que creen en Jesús participan de esta filiación. Su libertad –la de Jesús y la de sus discípulos– nace de su calidad de hijos. Pero, junto a esta libertad, Jesús quiere expresar también una actitud de respeto frente a la posible obligación legal y frente al Templo, en cuanto que es la casa de Dios.

Jesús paga los impuestos para no escandalizar ni entrar en conflicto con las autoridades legales. Después de la destrucción del Templo en el año 70 d.C., los impuestos cobrados a los judíos se asignaban para el mantenimiento del templo pagano de Júpiter Capitolino en Roma; este recuento pudo ayudar a los miembros judíos de la comunidad de Mateo. Aunque no estaban obligados a pagar el impuesto, convenía hacerlo para evitar escándalos (cfr. Rom 13,1-7; 1 Pe 2,13-17).