Mateo, 3
Juan el Bautista (Mc 1,2-4; Lc 3,3s; cfr. Jn 1,19-23)
3 1En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista en el desierto de Judea, 2proclamando:
—Arrepiéntanse, que está cerca el reino de los cielos.
3Éste es a quien había anunciado el profeta Isaías, diciendo:
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino al Señor
enderecen sus senderos. (Mc 1,5s)
4Juan llevaba un manto hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. 5Acudían a él de Jerusalén, de toda Judea y de la región del Jordán, 6y se hacían bautizar en el río Jordán por él, confesando sus pecados. (Lc 3,7-9)
7Al ver que muchos fariseos y saduceos acudían a que los bautizara les dijo:
—¡Raza de víboras! ¿Quién les ha enseñado a escapar de la condena que llega? 8Muestren frutos de un sincero arrepentimiento 9y no piensen que basta con decir: Nuestro padre es Abrahán; pues yo les digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos para Abrahán. 10El hacha ya está apoyada en la raíz del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego. (Mc 1,7s; Lc 3,15s; cfr. Jn 1,24-28)
11Yo los bautizo con agua en señal de arrepentimiento; pero detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de quitarle sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. (Lc 3,17)
12Ya empuña la horquilla para limpiar su cosecha: reunirá el trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que no se apaga.
Bautismo de Jesús (cfr. Mc 1,9-11; Lc 3,21s; Jn 1,29-34)
13Entonces fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
14Juan se resistía diciendo:
—Soy yo quien necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
15Jesús le respondió:
—Ahora haz lo que te digo pues de este modo conviene que realicemos la justicia plena.
Ante esto Juan aceptó.
16Después de ser bautizado, Jesús salió del agua y en ese momento se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios que bajaba como una paloma y se posaba sobre él. 17Se escuchó una voz del cielo que decía:
—Éste es mi Hijo querido, mi predilecto.
Notas:
3,1-12 Juan el Bautista. Después de varias décadas de vida oculta y anónima de Jesús, que los evangelistas dejan en el silencio, Mateo retoma su narración con una fórmula temporal genérica, con la que presenta a Juan, con el título propio de «el Bautista».
El retrato que nos hace de él es impresionante, tanto por su atuendo silvestre, dieta ascética y el lugar de su predicación, el desierto; como por la fuerza demandante de su mensaje: el arrepentimiento como cambio radical de vida y la inminencia del juicio de Dios, vengador de las injusticias. En su punto de mira están, sobre todo, los líderes religiosos y políticos del pueblo, responsables directos de la corrupción y decadencia de aquella sociedad: los fariseos y saduceos, «raza de víboras» (7). De esta manera oblicua, Mateo presenta también a estos personajes que, de ahora en adelante, serán los enemigos más acérrimos de Jesús.
Juan exige el arrepentimiento (cfr. Jr 8,6), la confesión pública de pecados (cfr. Neh 9), la enmienda (cfr. Sal 50,23; 51,15), y como señal de purificación, el bautismo. El paso por el agua recuerda el paso del Mar Rojo y del Jordán.
Ante los proyectos de la élite judía (fariseos y saduceos) se encuentra en el movimiento bautista una aguda preocupación por anunciar a todos la salvación, vista la proximidad amenazante del inminente juicio de Dios.
El Bautista es el enlace entre los profetas y Jesús: lo que los profetas vieron o entrevieron como futuro, él lo muestra ya como presente.
3,13-17 Bautismo de Jesús. La brevedad con que narra Mateo esta escena deja, aparentemente, muchas preguntas sin responder. ¿Fue Jesús discípulo de Juan? Y si lo fue, ¿qué fue lo que le motivó? Pero, sobre todo, ¿por qué se sometió, también Él, al rito simbólico de purificación?
En el relato del bautismo se narra un hecho histórico (Jesús es bautizado por Juan) con ayuda de elementos de la apocalíptica. A ella se debe la rasgadura del cielo que hace posible la aparición del Espíritu y la audición de la voz divina. Como resultado se obtiene un relato de vocación sapiencial-apocalíptica.
Con el reconocimiento por parte del Bautista de la superioridad de Jesús, Mateo aclara la relación que hubo entre Jesús y el Bautista, tanto a los discípulos de Juan que se aferraban a su memoria, como a los primeros cristianos que podían escandalizarse de este gesto de Jesús. Pero es en sus palabras enigmáticas, que acallan la reticencia del Bautista, donde hay que buscar el sentido profundo de todo el episodio: «conviene que realicemos la justicia plena» (15).
Si el rito era para otros señal de arrepentimiento, para Jesús es plenitud de la justicia. El evangelista adelanta así uno de los temas fundamentales que, junto con el reinado de Dios, va a desarrollar a lo largo de todo su evangelio. La justicia de Dios no es otra cosa que la voluntad divina de salvación gratuita ofrecida para todos, y es esto lo que Jesús llevará a su plenitud en cada palabra y en cada gesto de solidaridad y de perdón con que acogerá a los pobres, a los oprimidos y a los marginados. Bautizándose con los pecadores en el Jordán, carga sobre sus hombros solidarios todo el peso del pecado y del sufrimiento humano.
Sólo después de pasar Jesús por este bautismo del pueblo pecador se abre el cielo y el Padre lo señala como su hijo «predilecto» y se hace explícita su misión.
El gesto bautismal de Jesús se completa con la visión celestial, en forma de estructura trinitaria, puesta de relieve por la posterior tradición cristiana: voz del Padre, presencia del Espíritu y título de Hijo. Es la segunda Epifanía, la manifestación solemne de una identidad que ya se había ido perfilando en los capítulos de la infancia. La expresión «éste es mi Hijo querido, mi predilecto» (17) es una adaptación de las palabras del Señor dirigidas al Siervo (cfr. Is 42,1), figura misteriosa que, aunque inocente, sufre por su pueblo. Y así, al gesto de Jesús se une la palabra del Padre para indicarnos que este Hijo es también el Siervo sufriente de Dios.