Mateo, 7

El juicio a los demás (Lc 6,37s)

7 1No juzguen y no serán juzgados. 2Del mismo modo que ustedes juzguen se los juzgará. La medida que usen para medir la usarán con ustedes. (Lc 6,41s; cfr. Jn 8,1-11)

3¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? 4¿Cómo te atreves a decir a tu hermano: Déjame sacarte la pelusa del ojo, mientras llevas una viga en el tuyo? 5¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano.

Las cosas santas

6No tiren las cosas santas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.

Perseverancia en la oración (Lc 11,9-13; cfr. Jn 14,13s)

7Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, 8porque quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abrirá.

9¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? 10¿O si le pide pescado, le da una culebra? 11Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más dará el Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan!

La regla de oro (Lc 6,31)

12Traten a los demás como quieren que los demás los traten. En esto consisten la ley y los profetas.

La puerta estrecha (Lc 13,24; cfr. Sal 1)

13Entren por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. 14¡Qué estrecha es la puerta!, ¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que lo encuentran.

Todo árbol se conoce por su fruto

15Cuídense de los falsos profetas que se acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. (Lc 6,43s)

16Por sus frutos los reconocerán. ¿Se cosechan uvas de los espinos o higos de los cardos? 17Un árbol sano da frutos buenos, un árbol enfermo da frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos ni un árbol enfermo puede dar frutos buenos. 19El árbol que no dé frutos buenos será cortado y echado al fuego. 20Así pues, por sus frutos los reconocerán.

No basta decir: ¡Señor, Señor! (Lc 6,46)

21No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo. (cfr. Lc 13,25-27)

22Cuando llegue aquel día, muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿No hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre?

23Y yo entonces les declararé: Nunca los conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal.

Roca y arena (Lc 6,47-49)

24Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca.

26Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible. (Mc 1,22; Lc 4,32)

28Cuando Jesús terminó su discurso, la multitud estaba asombrada de su enseñanza; 29porque les enseñaba con autoridad, no como sus letrados.

Notas:

7,1-6 El juicio a los demás – Las cosas santas. El sermón del monte ha ido desmantelando poco a poco todas las estructuras y condicionamientos internos que aprisionan y esclavizan a la persona desde una perspectiva nueva que revoluciona la ética y todo comportamiento humano convencional: la presencia del reinado de Dios. Lo ha hecho con la ley del Talión, con el afán de poseer, con la angustia ante el mañana; ahora lo hace con el juicio contra el hermano.

Si Jesús hablara simplemente de actitudes civilizadas como la compresión o la tolerancia no habría dicho nada nuevo que no hubieran dicho ya los rabinos de su tiempo (o de todos los tiempos), quienes usaban la proporción como norma positiva de juicio: «Del mismo modo que ustedes juzguen se los juzgará» (2).

Confucio decía, quinientos años antes de Jesús, que «el hombre justo, cuando ve una cualidad en los demás, la imita; cuando ve un defecto, lo corrige en sí mismo».

Jesús cita la norma, pero para negarla, para prohibir y condenar como falso, hipócrita y farisaico todo juicio humano que no esté inspirado en la nueva justicia que ha traído el reinado de Dios. Lo ilustra mediante el proverbio que pone de relieve la desproporción hiperbólica entre la basura o la pelusa en el ojo del hermano y la viga en el ojo propio. Si la presencia del reinado de Dios entre nosotros nos ha hecho experimentar el don inmenso e impagable de su perdón y misericordia, es decir, la revelación de su justicia (salvación), todo otro juicio que no sea el de ver al prójimo en el mismo abrazo salvador del Padre, sería tan injusto y absurdo como quien se fija en la pelusa del ojo del hermano llevando una viga en el propio.

El versículo 6 rompe la unidad del contexto literario. Su interpretación no es unánime entre los biblistas. Las cosas santas y las perlas pueden referirse al Evangelio; mientras que perros y cerdos, animales impuros, a todos aquellos que lo rechazan.

7,7-12 Perseverancia en la oración – La regla de oro. A estas alturas del sermón del monte, el discípulo-oyente de Jesús podría sentirse sobrecogido ante los desafíos tan radicales que plantea el reinado de Dios, desafíos que aparecen como exigencias utópicas que bordean lo absurdo y desbordan toda nuestra capacidad humana de comprensión y de realización. Pues con el mismo laconismo y autoridad con que ha propuesto la nueva ley del reinado de Dios, Jesús nos viene a decir que dicha ley no se puede cumplir a través del solo esfuerzo humano, sino que se recibe gratuitamente, como don de Dios.

Pero al don debe preceder la petición del don, y no una petición puntual y coyuntural, sino de toda una vida entendida como empeño de búsqueda comprometida con el reinado, expresada en la reiteración: «pidan, busquen, llamen… porque quien pide, quien busca, a quien llama» (7s). La posible duda sobre un Dios sordo a nuestras peticiones la reduce Jesús al absurdo; sería como colocar al Padre-Madre del cielo (11) a un nivel más bajo que los padres y madres de la tierra quienes, aunque malos, saben dar cosas buenas a sus hijos.

La «regla de oro» (12) no es nueva; de una manera u otra se encuentra en el código ético de todas las religiones y culturas. En el judaísmo aparece expresada negativamente: «no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti», tal como Tobías inculcaba a su hijo y los judíos enseñaban a los prosélitos de origen pagano (Tob 4,15).

El sermón del monte termina con esta regla de oro; la novedad que propone no está en que viene expresada en forma positiva: «traten a los demás…» (12); esto sería sólo cuestión de matices. Su novedad se encuentra en la perspectiva radicalmente distinta desde la que se coloca: la presencia del reinado de Dios entre nosotros, que revoluciona el comportamiento mutuo abriéndolo a la creatividad de un amor que no conoce proporciones ni límites.

7,13s La puerta estrecha. Mateo pone fin al sermón del monte con un epílogo que refleja las circunstancias difíciles de los cristianos de su tiempo, no exentas de hostilidad y persecución. Si el evangelista tiene presente a las comunidades a las que dirige su evangelio, las palabras de Jesús se dirigen a sus seguidores de todos los tiempos, para quienes profesar una vida según los valores del Evangelio es siempre ir contracorriente, contra lo social, lo político y, a veces, lo religiosamente correcto.

En tal situación hay que tomar decisiones y actuar consecuentemente. Jesús nos previene y ofrece criterios de discernimiento, usando y renovando las imágenes tradicionales del camino, el árbol y la construcción.

La puerta estrecha sigue siendo para todos los seguidores de Jesús la puerta del pobre y del excluido, la puerta por la que el mismo Jesús atravesó el umbral de la existencia humana; Él no se hizo genéricamente hombre, sino específicamente hombre pobre. En las palabras de Jesús a sus discípulos «como el Padre me ha enviado, así les envío yo» no sólo se expresa el anuncio del envío misionero, sino también la forma específica de realizar la misión como Él la llevó a cabo, por voluntad del Padre.

7,15-29 Todo árbol se conoce por su fruto – No basta decir: ¡Señor, Señor! – Roca y arena. En el Antiguo Testamento, los falsos profetas fueron la pesadilla de los auténticos profetas (cfr. Jr 23 y Ez 13, entre otros), lo mismo que los falsos doctores lo fueron de las primeras comunidades cristianas (1 Jn 2 hablará de anticristos). El criterio de discernimiento es claro: los frutos, como los que da el árbol sano.

No es cuestión de doctrina correcta, de ortodoxia, sino de ortopraxis. Jesús anatematiza a los que nunca recorrieron la senda del pobre y al final se encontraron sin los frutos del reinado: «lo que no hicieron a uno de estos más pequeños no me lo hicieron a mí» (25,45).