Números, 11

Quejas del pueblo y de Moisés

Taberá

11 1El pueblo se quejaba al Señor de sus desgracias. Al oírlo él, se encendió su ira, estalló contra ellos el fuego del Señor y empezó a quemar el extremo del campamento. 2El pueblo gritó a Moisés; éste rezó al Señor por ellos, y el incendio se apagó. 3Y llamaron a aquel lugar Taberá, porque allí había estallado contra ellos el fuego del Señor.

Quejas (Éx 5,22s; 16)

4Entre los israelitas se había mezclado gente de toda clase que sólo pensaba en comer. Y los israelitas, dejándose llevar por ellos se pusieron a llorar diciendo:

–¡Quién nos diera carne! 5Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos, y melones, y puerros, y cebollas, y ajos. 6Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná. 7El maná se parecía a semilla de coriandro, con color amarillento como el de la resina; 8el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el mortero, lo cocían en la olla y hacían con ello tortas que sabían a pan de aceite. 9Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él el maná.

10Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor, y disgustado 11dijo al Señor:

–¿Por qué maltratas a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? 12¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz para que me digas: Toma en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres? 13¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: Danos de comer carne. 14Yo sólo no puedo cargar con todo este pueblo, porque supera mis fuerzas. 15Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.

Anuncio y cumplimiento (Éx 18,21-26)

16El Señor respondió a Moisés:

–Tráeme setenta dirigentes que te conste que dirigen y gobiernan al pueblo, llévalos a la tienda del encuentro y que esperen allí contigo. 17Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.

18Al pueblo le dirás: Purifíquense para mañana, porque comerán carne. Han llorado pidiendo al Señor: ¡Quién nos diera carne! Nos iba mejor en Egipto. El Señor les dará de comer carne. 19No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, 20sino un mes entero, hasta que les produzca náusea y la vomiten. Porque han rechazado al Señor, que va en medio de ustedes y han llorado ante él diciendo: ¿Por qué salimos de Egipto?

21Replicó Moisés:

–El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, y tú dices que les darás carne para que coman un mes entero. 22Aunque se maten las vacas y las ovejas, no les bastará, y aunque se reúnan todos los peces del mar, no les bastaría.

23El Señor dijo a Moisés:

–¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si mi palabra se cumple o no.

24Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta dirigentes del pueblo y los colocó alrededor de la tienda. 25El Señor bajó en la nube, habló con él, y apartando parte del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta dirigentes del pueblo. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar, una sola vez.

Eldad y Medad

26Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento. 27Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:

–Eldad y Medad están profetizando en el campamento.

28Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:

–Prohíbeselo tú, Moisés, señor mío.

29Moisés le respondió:

–¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!

30Moisés volvió al campamento con los dirigentes israelitas.

Tumbas de Quibrot Hatavá

31El Señor levantó un viento del mar, que trajo bandadas de codornices y las arrojó junto al campamento, aleteando a un metro del suelo en una extensión de una jornada de camino. 32El pueblo se pasó todo el día, la noche y el día siguiente recogiendo codornices, y el que menos, recogió diez cargas, y las tendían alrededor del campamento.

33Con la carne aún entre los dientes, sin masticar, la ira del Señor hirvió contra ellos y los hirió con una grave mortandad. 34El lugar se llamó Quibrot Hatavá, porque allí enterraron a los glotones.

35Desde allí se marcharon a Jaserot, donde se quedaron.

Moisés y sus hermanos

12 1María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. 2Dijeron:

–¿Ha hablado el Señor sólo a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?

El Señor lo oyó.

3Moisés era el hombre más sufrido del mundo.

4El Señor habló de repente a Moisés, Aarón y María:

–Vayan los tres hacia la tienda del encuentro.

Y los tres salieron.

5El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la tienda, y llamó a Aarón y María. Ellos se adelantaron y el Señor 6les dijo:

–Escuchen mis palabras: Cuando entre ustedes hay un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; 7no es así con mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. 8A él le hablo cara a cara; en presencia, no con enigmas, y él contempla la figura del Señor. ¿Cómo se han atrevido a hablar contra mi servidor Moisés?

9La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó. 10Al apartarse la nube de la tienda, María tenía toda la piel descolorida, como la nieve. Aarón se volvió y vio que estaba leprosa.

11Entonces Aarón dijo a Moisés:

–Perdón; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. 12No dejes a María como un aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida.

13Moisés suplicó al Señor:

–Por favor, Dios, sánala.

14El Señor respondió:

–Si su padre le hubiera escupido en la cara, tendría que soportar esa deshonra siete días. Sáquenla fuera del campamento siete días y el séptimo se incorporará de nuevo.

15La echaron siete días fuera del campamento, y el pueblo no se puso en marcha hasta que María se incorporó a ellos. 16Después marcharon de Jaserot y acamparon en el desierto de Farán.

Notas:

11,1-35 Quejas del pueblo y de Moisés. Ya antes del Sinaí teníamos conocimiento de las quejas y rebeldías del pueblo al iniciar su marcha después de haber salido del lugar de la esclavitud (cfr. Éx 15,22–17,7), y de cómo el Señor les había respondido. Ahora sucede lo mismo; el pueblo comienza a experimentar la tentación más grave: la nostalgia de Egipto y el deseo de regresar. El comportamiento del pueblo conlleva la ira divina y, al mismo tiempo, el lamento y la súplica de Moisés, quien consigue la compasión del Señor hacia el pueblo.

En este capítulo se entrelazan dos tradiciones sobre las marchas por el desierto: la primera es el alimento que consumió el pueblo aprovechando la presencia de las codornices y del maná, lo cual es leído como una intervención providente de Dios. No hay ninguna indicación –a diferencia de Éx 16– sobre la ración autorizada por persona o por familia, ni sobre el ciclo diario de recolección del alimento; sólo se indica cómo el consumo exagerado por muchos termina con una gran mortandad. Se trata de una crítica, no tanto a la glotonería o a la gula, sino más bien a la avaricia, al afán desmedido por poseer más y más, en fin, a los que acaparan los bienes olvidándose de los demás.

La segunda tradición es la designación de setenta ancianos que comparten la guía y dirección del pueblo con Moisés. En Éx 18,14-27, esta solución es propuesta a Moisés por su suegro; aquí es el Señor quien decide hacerlo. La expresión «Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos» (17.25) indica que cada uno tendría frente al pueblo la misma responsabilidad que Moisés: guiar, instruir, interceder.

Los versículos 26-30 subrayan las dificultades que a veces surgen también en nuestras comunidades: no dar crédito a quien obra el bien en favor del pueblo y en nombre de Dios, pero no pertenece a la institución o a «nuestro grupo». La corrección que hace Moisés a Josué (28s) la tiene que hacer también Jesús a sus discípulos (cfr. Mc 9,38-40); muchos retrocesos en nuestras comunidades se podrían evitar si la hiciéramos nuestra. Los versículos 31-35 concluyen la narración.