Salmo -2
2–El Señor y su Mesías (110; Heb 1,2.5)
1¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos planean en vano?
2Se rebelan los reyes del mundo
y los príncipes conspiran juntos
contra el Señor y contra su Ungido:
3¡Rompamos sus ataduras,
sacudámonos sus riendas!
4El Soberano se ríe desde el cielo,
el Señor se burla de ellos.
5Después les habla con ira
y con su furor los espanta:
6Yo mismo he ungido a mi rey en Sión,
mi monte santo.
7–Voy a proclamar el decreto del Señor:
Él me ha dicho: Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy.
8Pídemelo y te daré las naciones en herencia,
en propiedad los confines del mundo.
9Los triturarás con cetro de hierro,
los desmenuzarán como piezas de loza.
10Y ahora, reyes, sean prudentes;
aprendan, gobernantes de la tierra:
11Sirvan al Señor con temor,
temblando ríndanle homenaje,
12no sea que pierdan el camino,
si llega a encenderse su ira.
¡Felices los que se refugian en él!
Notas:
El pórtico al salterio se completa con este salmo real. El Ungido ocupa el puesto de la Ley. Los malvados son los reyes rebeldes. El justo denuncia. Dios no juzga, sino que se ríe y se enfurece. El soberano ha elegido a un rey vasallo para que lo represente. Rebelarse contra el vasallo es una rebeldía contra el soberano: en este caso Dios mismo; es una intentona llamada al fracaso. El soberano reacciona ante la consigna de los rebeldes –«rompamos sus ataduras»– con la risa, con la ira y con la palabra. El Ungido proclama personalmente el protocolo del nombramiento: como «hijo» se le ha entregado el poder. Las medidas represivas afianzan el poder de la autoridad. Si los rebeldes no se atienen al ultimátum, serán destruidos sin remedio. Quien se refugie en Dios, por el contrario, será dichoso. Este salmo es muy citado en el Nuevo Testamento (cfr. Hch 4,25s; 13,3; Heb 1,5; 5,5; etc.). Depuesta toda rebeldía, aceptamos la invitación a adorar al Señor: «temblando ríndanle homenaje», porque el Mesías es el Señor.