Salmo -3
3–Señor, tú eres mi escudo y mi gloria
2Señor, ¡cuántos son mis enemigos,
cuántos los que se levantan contra mí!,
3cuántos dicen de mí:
¡Ni siquiera Dios le ayuda!
4Pero tú, Señor, eres un escudo en torno a mí,
mi gloria, tú me haces levantar cabeza.
5Si a voz en grito clamo al Señor,
Él me escucha desde su monte santo.
6Me acuesto, enseguida me duermo,
y me despierto, porque el Señor me sostiene.
7No temeré las saetas de un ejército
desplegado alrededor contra mí.
8¡Levántate, Señor, sálvame, Dios mío!
Abofetea a todos mis enemigos,
rompe los dientes de los malvados.
9¡De ti, Señor, viene la salvación,
y la bendición para tu pueblo!
Notas:
Encontramos en este salmo el triángulo clásico en los salmos de súplica y de confianza: los enemigos (2s), Dios (4s) y el orante (6s). La súplica se recoge en los versículos 8s. Los enemigos someten al salmista a un triple y angosto cerco, cuya cima es la afirmación: «¡Ni siquiera Dios le ayuda!» (3b). Dios, sin embargo, protege al orante por todos los lados; es su «gloria», que le permite caminar erguido –con la cabeza alta– y no doblegado. Porque de un Dios de esta índole procede la salvación y la bendición (9), se le pide que humille a los asediantes (8). El orante confía absolutamente en Dios; por eso continúa sin alteración alguna el ciclo de la vida (6). El salmo tiene su proyección cristiana en la exhortación de Jesús: «tengan valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Así el creyente podrá afrontar las adversidades del momento presente.