Tobías 7

La boda de Sara

7 1Al llegar a Ecbatana, le dijo Tobías:

–Amigo Azarías, llévame derecho a casa de nuestro pariente Ragüel.

El ángel lo llevó a casa de Ragüel. Lo encontraron sentado a la puerta del patio; se adelantaron a saludarlo, y él les contestó:

–Tanto gusto, amigos; bienvenidos.

Luego los hizo entrar en casa, 2y dijo a su mujer, Edna:

–¡Cómo se parece este chico a mi pariente Tobit!

3Edna les preguntó:

–¿De dónde son, amigos?

Respondieron:

–Somos de la tribu de Neftalí, deportados en Nínive.

4Ella siguió:

–¿Conocen a nuestro pariente Tobit?

Respondieron:

–Sí.

–¿Qué tal está?

5Le dijeron:

–Vive todavía y está bien.

Y Tobías dijo:

–Es mi padre.

6Entonces Ragüel dio un salto, lo besó, llorando, y le dijo:

–¡Hijo, bendito seas! Tienes un padre excelente. ¡Qué desgracia que haya quedado ciego un hombre tan honrado y que daba tantas limosnas!

Y abrazado al cuello de su pariente Tobías, siguió llorando.

7Edna, la esposa, y su hija, Sara, lloraban también. 8Ragüel los recibió cordialmente y mandó matar un carnero.

9Cuando se lavaron y bañaron, se pusieron a la mesa. Tobías dijo a Rafael:

–Amigo Azarías, dile a Ragüel que me dé a mi pariente Sara.

10Ragüel lo oyó, y dijo al muchacho:

–Tú come y bebe y disfruta a gusto esta noche. Porque, amigo, sólo tú tienes derecho a casarte con mi hija, Sara, y yo tampoco puedo dársela a otro, porque tú eres el pariente más cercano. Pero, hijo, te voy a hablar con toda franqueza. 11Ya se la he dado en matrimonio a siete de mi familia, y todos murieron la noche en que iban a acercarse a ella. Pero bueno, hijo, tú come y bebe, que el Señor cuidará de ustedes.

12Tobías replicó:

–No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión sobre este asunto.

Ragüel le dijo:

–Lo haré. Y te la daré como prescribe la Ley de Moisés. Dios mismo manda que te la entregue, y yo te la confío. A partir de hoy, para siempre, son marido y mujer. Es tuya desde hoy para siempre. ¡El Señor del cielo los ayude esta noche, hijo, y les dé su gracia y su paz!

13Llamó a su hija, Sara. Cuando se presentó, Ragüel le tomó la mano y se la entregó a Tobías, con estas palabras:

–Recíbela conforme al derecho y a lo prescrito en la Ley de Moisés, que manda dártela por esposa. Tómala y llévala sana y salva a la casa de tu padre. Que el Dios del cielo les dé paz y bienestar.

14Luego llamó a la madre, mandó traer papel y escribió el acta del matrimonio: Que se la entregaba como esposa conforme a lo prescrito en la Ley de Moisés. Después empezaron a cenar.

15Ragüel llamó a su mujer, Edna, y le dijo:

–Mujer, prepara la otra habitación, y llévala allí.

16Edna se fue a arreglar la habitación que le había dicho su marido. Llevó allí a su hija y lloró por ella. Luego, enjugándose las lágrimas, le dijo:

17–Ánimo, hija. Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo. Ánimo, hija.

Y salió.

Notas:

7,1–9,6 La boda de Sara. Podemos descomponer esta sección en varias escenas: la llegada directa a casa de Ragüel y acogida de los huéspedes tal como lo «manda» el rito de la hospitalidad oriental (7,1-8); los arreglos de la boda; Tobías ya amaba de oídas a Sara y no quiere dejar pasar esta noche para unirse a ella (7,9-17). El exorcismo con el hígado del pescado, da como resultado la huída de Asmodeo, demonio responsable de las muertes de siete pretendientes que intentaron unirse a Sara, y su encadenamiento por parte de Rafael a kilómetros de distancia (8,1-4). Esta escena se completa con la oración de Tobías y Sara (8,5-8). Se entremezcla aquí una escena, según algunos comentaristas, de puro humor macabro: Ragüel, «habituada» ya a enterrar los maridos de su hija, siete en total, cava una fosa para enterrar secretamente al octavo; sin embargo, los espías del cuarto nupcial anuncian gozosos que Tobías permanece con vida después de haber consumado el matrimonio con Sara (8,10-18). Finalmente tenemos la escena de la recuperación del dinero, motivo del viaje de Tobías, pero cuya misión cumple Rafael (9,1-6). Todo termina en ambiente de fiesta de bodas en casa de Ragüel.

El denominador común de esta secuencia de escenas, como puede verse, es el exagerado providencialismo. Todo se va realizando con una extraordinaria facilidad, como que es Dios, por mano de su ángel, el que va dirigiendo y realizando todo según el querer de los actores. Estos motivos fueron muy apreciados en una época en la cual se creía que es así como Dios actúa, desplazando al hombre y evitándole cualquier esfuerzo. Sin embargo, hoy no entendemos las cosas así; sin desconfiar en la Providencia, en la cual el mismo Jesús nos invita a confiar (Lc 12,22-31; Mt 6,25-34), porque es verdad que existe y actúa en nuestra historia y en nuestra cotidianidad, también hay que volver la mirada a nuestra propia responsabilidad y acción sobre los acontecimientos que afectan a nuestras vidas.